Un estudiante mío me dijo que hace treinta años, un jeque del movimiento extremista palestino Hamás, predijo que en 2022, entre el mes de Ramadán y el mes de junio, Israel será destruido. Me preguntó si creía que había alguna posibilidad de que ocurriera. Le dije que podía dormir tranquilo porque no sucederá, no ahora. Pero, si seguimos comportándonos como hasta ahora, no existiremos por mucho tiempo. Las naciones votaron para establecer un estado judío, porque en el fondo esperan y anhelan nuestro despertar espiritual, para dar ejemplo de amor fraternal y responsabilidad mutua. Si estamos a la altura de su sueño, se unirán a nosotros, incluido Hamás. Si los decepcionamos, revocarán a Israel.
Desde la creación de nuestra nación, estamos obligados a servir de «luz para las naciones, abrir los ojos ciegos, sacar de la mazmorra a los presos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas» (Isaías 42:6-7). Nunca hemos sido relevados de nuestro deber y si las naciones nos exigen un nivel más alto demuestra que siguen esperando que demos ejemplo.
No es casualidad que las dos religiones dominantes -cristianismo e islam- surgieran del judaísmo. Pero, como el ejemplo que damos actualmente es de división y odio, este es el trato que recibimos del mundo. Si inyectáramos un espíritu diferente en el mundo, el mundo será diferente y también la forma en que trata a los judíos en general y a Israel en particular.
Esta es la razón por la que está escrito en El libro del Zóhar (Aharei Mot) que cuando en Israel haya paz interna, «Por su mérito, habrá paz en el mundo». Esta es también la razón por la que Rav Kook escribió en la época de la Primera Guerra Mundial: «Si nos arruinamos, el mundo se arruinó con nosotros por el odio infundado. Nos reconstruiremos y el mundo se reconstruirá con nosotros por el amor infundado.»
De ello se deduce que el mundo no nos querrá ni siquiera nos aceptará, si no nos queramos entre nosotros. Pero, si nos aceptamos y nos gustamos unos a otros, el mundo nos abrazará y nos apoyará porque le daremos el ejemplo que espera.
Nuestra cohesión interna o falta de ella, determina todo lo que ocurre, no sólo entre los judíos, sino en general. Todos lo perciben menos nosotros. A menudo se oye a los antisemitas culpar a los judíos de todos los problemas del mundo. Esto es un testimonio de que nos ven como responsables del bienestar del mundo. Y tienen razón, ya que con nuestra unidad o desunión hacemos que el mundo elija la unidad o la división. Si la humanidad eligiera la unidad, no habría problemas en ninguna parte. Como elige la división, no hay solución a ninguno de nuestros problemas y se siguen acumulando más y más.
Lo que somos, brilla en el mundo. Si somos «luz para las naciones», el mundo brilla. Si somos «oscuridad para las naciones», el mundo se oscurece con nosotros y nos odia.
Todo es cuestión de nuestra unidad interna. No necesitamos complacer ni apaciguar a nadie; sólo debemos intentar -después de dos milenios de odio y división- amarnos, como un hombre con un corazón, tal como lo hicimos cuando nació nuestra nación.
Es la solución de los problemas del mundo y de los agravios que el mundo tiene contra nosotros. Por eso, al buscar soluciones a los problemas sociales de Estados Unidos, Henry Ford, el antisemita más notorio de la historia de ese país, fundador de una empresa automotriz, recomendó buscar en la antigua sociedad judía, antes de que cayera en odio infundado: «Los reformistas modernos, que están construyendo sistemas sociales modelo, … harían bien en ver el sistema social bajo el que se organizaron los primeros judíos». De hecho, el mundo espera eso de Israel.
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