El último asalto en la batalla por el permiso para orar en el Kotel (Muro de las Lamentaciones) refleja la triste situación de nuestro pueblo. En teoría, “los rabinos reformistas han conseguido pequeños avances en Israel, y en enero el movimiento estaba exultante por el anuncio de Israel sobre la creación de un área de oración especial para ambos géneros en el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén”. A decir verdad, la frase anterior, extraída de una noticia de ABC News, refleja cuál es nuestro estado actual.
La historia evidencia vivamente la creciente brecha entre Israel y la diáspora. Para el sistema ortodoxo en Israel, los judíos reformistas “no son realmente judíos”, según el rabino Steven Fox, director ejecutivo de la Conferencia Central de Rabinos Americanos (CCAR). En ese sentido, otro líder de la CCAR, el rabino Denise Eger, afirmó que los judíos reformistas se preguntan: “¿Es realmente Israel una nación tan atrasada?”.
Sin lugar a dudas, la batalla por el derecho a rezar en el Kotel no ha terminado. Pero no es esto lo que nos debe preocupar. Esta batalla es un síntoma, el indicador de una amenaza en la vida judía. Nuestra separación es, o al menos debería ser, nuestra mayor preocupación. De un grupo a otro y de un continente a otro, estamos divididos y distanciados.
El acuerdo de Irán, que fue publicado como un “raro ejemplo de 13 millones de judíos con una única opinión”, en realidad acentuó más la división dentro de la comunidad judía de los EE.UU. En lugar de utilizarlo como un catalizador para la unidad, los judíos a favor y en contra del acuerdo se enfrentaron con tanta dureza, que la comunidad todavía está tambaleándose por los efectos nocivos. Y si hablamos de las elecciones, que son siempre un factor de división debido a la necesidad de los candidatos de promocionarse y denigrar a sus contendientes, no resulta fácil ver de dónde puede surgir un elemento unificador entre los judíos de Estados Unidos.
Los judíos ortodoxos en Israel también tienen mucho con lo que lidiar. La guerra del Kotel solo es una de las muchas cuestiones que los dividen. Algo aún más importante que el asunto del Kotel, es que los judíos religiosos en Israel tienen una disputa acerca de uno de los aspectos más fundamentales del judaísmo –la conversión– y han establecido un sistema de conversión alternativo.
Entretanto, los judíos seculares contemplan todo esto con pasividad. Indiferentes, alejados unos de otros –y alejados también de la mayoría de las prácticas religiosas– apenas reparan en lo que está sucediendo.
En su relato en el Jewish Journal acerca del acuerdo de Irán, Rob Eshman señaló: “En primer lugar, estamos divididos”. Este es en realidad nuestro mayor problema. Si porque tu Kipá (solideo judío) no es de la misma forma y color que mi Kipá, o porque tú dices tus oraciones de una manera y yo las digo de otra, o porque tú vives en la diáspora y yo en Israel, o porque eres laico y yo soy religioso, o porque simplemente tú no eres yo, pienso entonces que realmente no eres judío… tengo un serio problema. Y puesto que hoy en día algunas variantes de esta situación se dan en un gran número de miembros de nuestra tribu, nosotros, el pueblo judío, tenemos un serio problema.
Sin unidad, no cabe esperar que nos suceda nada bueno. Sin la unidad no solo estamos descalificados moral, espiritual y socialmente, sino que nuestra propia identidad como judíos se vuelve insostenible. El judaísmo, ante todo, es comunidad, amor a los demás y solidaridad con los afligidos y los pobres. Todo esto se consigue mediante un profundo sentido de unidad. Sin ella, no tenemos nada que ofrecer al mundo, a excepción de las nuevas tecnologías, que no es precisamente lo que necesita el mundo de hoy.
Sin unidad no solo somos débiles, sino que nos volvemos automáticamente sospechosos allí donde hay desgracias. La unidad –reflejada en la solidaridad y el sentido de comunidad y fraternidad– es la base del futuro, incluso para la propia supervivencia de la humanidad. Sin ella, no puede haber comercio; y por lo tanto, tampoco puede haber economía, ya que la gente no puede confiar en los demás. Sin unidad lo único que podemos hacer es enseñar a nuestros hijos a tratar de ganar a toda costa, tal como vemos que sucede en los sistemas educativos de todo el mundo y especialmente en Estados Unidos. Sin unidad no puede haber una Tierra habitable, ya que nuestra competitividad destructiva nos impide alcanzar un acuerdo para poder ofrecer un futuro sostenible a nuestros hijos.
El pueblo judío acuñó el término “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, y también su fase precedente: “Aquello que odias no lo hagas a los demás”. Somos los agentes designados de la unidad, pero estamos enviando el mensaje contrario. Los antisemitas nos acusan de estar causando todas las guerras, y eso refleja la opinión de que no estamos proyectando lo que deberíamos: la fraternidad.
Al fin y al cabo, no importa en qué seamos diferentes. En lugar de distanciarnos, ¡deberíamos celebrar nuestras diferencias como oportunidades para unirnos por encima de ellas! Cuanto más “distintos-pero-unidos” estemos, más fuertes seremos, y más positivo será el mensaje que proyectaremos al mundo. En vez de luchar por el Muro de la Lamentaciones, vamos a recordar que el judaísmo significa unidad, fraternidad, y que el Templo fue destruido precisamente por falta de ello. Dejemos de darnos unos a otros más motivos para lamentarnos. Y reconstruyamos el templo, en nuestros corazones, con unidad por encima de todo lo que nos separa.