Israel enfrenta una crisis de identidad. A lo largo de los años y sin pensarlo mucho, en la Tierra de Israel, hemos seguido las reglas impuestas por el mandato británico, después del período otomano. Fue un precedente natural a seguir, fácil y conveniente. Pero, las condiciones para los gobiernos de otras naciones no pueden ser ni son útiles aquí. Por eso, fallamos una y otra vez, de gobierno a gobierno y aún tenemos que hacerlo bien.
Hoy ya está claro para todos, para bien o para mal, que somos un pueblo único. El mundo no nos permite ser como los demás pueblos e Israel también se revela como un país que no puede ser como los demás países.
El Estado de Israel debe construirse a sí mismo y a su forma de gobierno, de acuerdo con su carácter e identidad únicos. Si bien las condiciones actuales en Israel se caracterizan por el caos social, por un odio rebelde, similar al que estalló entre nosotros en los días de la destrucción del Templo, el amor a los demás y la unidad del pueblo, por encima de todo, sigue siendo el estado necesario al que debemos aspirar. Somos una nación fundada en el mandamiento supremo de alcanzar el amor por encima del odio, trascender el interés propio y establecer buenas relaciones mutuas entre nosotros.
El primer, primer ministro de Israel, David Ben Gurión, lo entendió bien. Dijo: “El Estado será juzgado por el carácter moral que imparta a sus ciudadanos, por los valores humanos que determinan sus relaciones internas y externas y por su fidelidad, en pensamiento y acción, al mandato supremo: “‘y amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Aquí se cristaliza la ley eterna del judaísmo y toda la ética escrita en el mundo, no puede decir nada más. El Estado sólo será digno de su nombre si sus sistemas, sociales y económicos, políticos y legales, se basan en estas palabras imperecederas”. (Renacimiento y destino de Israel)
Ben Gurión tenía razón. La Suprema Providencia no permitirá que el Estado de Israel funcione de acuerdo con las condiciones de otros países. Se nos presionará hasta que cumplamos nuestro destino. Debemos entender quiénes somos, qué se espera de nosotros, cuál es nuestra misión hacia las naciones y gobernar en consecuencia. La pregunta es: ¿alcanzaremos esa conciencia de manera positiva o negativa?, aceptaremos nuestra parte y nos conectaremos como un solo pueblo o con la angustia de las presión interna y externa.
Para evitar divisiones insuperables que conduzcan a una terrible guerra civil, debemos internalizar que las leyes básicas del pueblo de Israel son las leyes espirituales de cuidado mutuo y unidad.
Este valor fundamental debe ser la columna vertebral de toda decisión gubernamental, su ley y su implementación. De arriba hacia abajo, la idea de unidad debe impregnar todas las avenidas de la sociedad israelí. Así como nos preocupamos por la educación intelectual de nuestros hijos, independientemente de nuestro origen socioeconómico, debemos brindar educación para construir relaciones buenas y armónicas entre todos los miembros de la nación, para establecer lazos estrechos que conecten a todos y cada una. Esta ley de responsabilidad y amor mutuos, es el principio fundamental de nuestro pueblo y debe ser nuestra perdurable duradera para el éxito.
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