Decenas de miles de inmigrantes ucranianos están llegando a Israel, eso representa un serio desafío para el país. Por un lado, son refugiados que buscan asilo de una guerra brutal. Por otro, Israel no es como otros países y la gente que viene aquí debe estar dispuesta a tomar la tarea de ser israelí o su absorción no tendrá éxito y se resentirá con el país que le dio refugio. Ser israelí en el pleno sentido de la palabra es un gran desafío y enseñar a la gente a ser parte del pueblo de Israel, es un desafío para el estado. Sólo si se logran ambos aspectos, los refugiados se convertirán en israelíes y serán felices en su nuevo hogar.
En el ataque terrorista del martes por la noche en la ciudad ortodoxa de Bnei Brak, dos de las cinco víctimas fueron ucranianos que vinieron a trabajar a Israel, antes de la guerra. Otra víctima fue un oficial de policía árabe israelí, que se enfrentó a uno de los terroristas y recibió un disparo en el pecho, antes de devolver el fuego y matar al agresor.
El terror no distingue nacionalidad ni religión y en muchos sentidos, es la esencia de vivir en Israel. Es una tierra que exige ciertos rasgos a sus habitantes. Para quienes los poseen, es “buena y espaciosa… y mana leche y miel” (Éxodo 3:8). Para los que no poseen las características requeridas, Israel es “tierra que devora a sus habitantes” (Números 13:32).
Por el momento, el pueblo que vive en Israel aún no forma una nación. Se definen como israelíes, al menos los residentes judíos se sienten israelíes, pero su definición de lo que significa ser israelí varía mucho. La división está en todas partes, el desprecio mutuo es la norma y el país va camino a la ruptura interna. En este escenario, agregar ucranianos al desorden, sólo exacerbará los problemas.
Pero cualquier reto es también una oportunidad. Si aceptamos el desafío y lanzamos un programa nacional para mejorar la unidad y la solidaridad de la nación, el limón se convertirá en una dulce limonada. Si no lo hacemos, se convertirá en una lima muy amarga.
La solidaridad no sólo es por los recién llegados de Ucrania. Ha sido un problema desde el establecimiento de Israel. Igual que el pueblo israelí original, los israelíes de hoy vienen de todas las culturas del mundo. Inmigraron a Israel con diferentes estilos y niveles de vida, de educación, costumbres y tradiciones. Pero a diferencia de nuestros antepasados, que eligieron convertirse en judíos, de la palabra hebrea Yehudi -“unidos”-, los inmigrantes que formaron el Israel actual, especialmente después de su establecimiento oficial en 1948, llegaron huyendo de persecución o dificultades financieras, para mejorar su seguridad personal y financiera y no con el propósito de reunificar la nación.
Ha habido excepciones, por supuesto, los movimientos sionistas tenían la ideología clara de reconstruir un hogar judío, específicamente en la tierra bíblica de Israel, pero especialmente después del establecimiento del Estado de Israel y hasta cierto punto, incluso antes, la ideología no fue el factor clave en la decisión de emigrar a Israel.
Sin embargo, incluso entonces, cuando el sionismo fue la motivación, la unidad de la nación, por encima de todas las diferencias, no fue el objetivo. La falta de esta aspiración ha sido, desde el comienzo del movimiento sionista, el talón de Aquiles de Israel.
El Estado de Israel florecerá y estará seguro hasta que su pueblo se una. Así como el terror no distingue entre naciones y culturas, los israelíes tampoco deberían hacerlo, cualquiera que venga debería tener una sola ideología: unidad por encima de las diferencias.
Unidad no es igualdad. Por el contrario, cuando diferentes personas se unen y forman un vínculo estrecho, su unidad se vuelve mucho más fuerte que la de personas similares. El esfuerzo que han tenido que hacer para construir su unidad las hace mucho más fuertes que aquellos que sienten afinidad natural.
Si bien los fundadores del estado no lograron forjar la unidad dentro de la nación, estaban muy conscientes de su vitalidad para nuestro éxito. Un ejemplo notable fue David Ben Gurión, líder de la comunidad judía en Israel antes del establecimiento de Israel y el primer, primer ministro del país. Ben Gurión escribió: “‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’ es el mandamiento supremo del judaísmo. Con estas tres palabras (longitud de la oración en hebreo), se ha formado la eterna ley humana del judaísmo… El estado de Israel será digno de su nombre, sólo si sus estructuras sociales, económicas, políticas y judiciales se basan en estas tres palabras eternas”.
Hasta hoy, no hemos podido vivir de acuerdo con esas tres palabras eternas. Quizás el desafío que los refugiados ucranianos plantean al Estado de Israel, desencadene un intento sincero por forjar esa unidad que tanto se necesita.
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