Un brote de sarampión se dio en Rockland, Nueva York, y junto a este suceso también estalló el antisemitismo. ¿Por qué? Se ha descubierto que entre las decenas de personas que últimamente han contraído sarampión, el brote mayor se expande entre familias ortodoxas judías que no vacunan a sus hijos.
Si dejamos de lado la continua polémica pública si vacunar o no contra el sarampión, o si dichas familias decidieron justamente no vacunarse, resulta que se podría usar el mismo argumento que se plantea en relación a los judíos como también a cualquier otro público, pero esto no ocurre así.
El sarampión provee una excusa más para el odio natural hacia los judíos, un modo de justificar el sentimiento irracional antisemita.
También en la época medieval culparon a los judíos por la expansión de enfermedades, pero el argumento era otro. Los judíos, que solían bañarse con más frecuencia por cuestiones religiosas, estaban más protegidos de las enfermedades que se dieron en las comunidades no judías que los rodeaban. La limpieza semanal limpiaba sus cuerpos de infecciones y diferentes enfermedades, pero esto no importaba en absoluto al público de esa época. Ya entonces alcanzaron a culpar a los judíos con teorías infundadas de que ellos mismos generaban y distribuían las enfermedades. Lo mismo ocurre hoy. El sentido antisemita inexplicable e irracional busca sin cesar razones lógicas para inculpar y odiar a los judíos.
El odio a los judíos jamás desaparece, y solo cambia de formas a lo largo de la historia: en principios de la era cristiana era fundada en cuestiones religiosas, cuando se culpó a los judíos de matar a Jesús. El odio aumentó cuando los líderes de los judíos los diferenciaron del resto de los pueblos. Cuando los judíos tomaron las principales posiciones del mundo comercial moderno, los odiaron por su éxito económico. Y hay quien sostiene que el odio se arraigó en profundos niveles psicológicos al punto de que pueblos enteros echan sobre los judíos sus propias cualidades particulares negativas, aquellas que no tienen la capacidad de enfrentar.
Las justificaciones varían, pero el sentimiento es el mismo. Así escribe Baal HaSulam: “es un hecho que Israel sean los más odiados entre las naciones, ya sea por razones religiosas, por razones de raza, por razones de capitalismo, por razones del comunismo, por razones del cosmopolitismo, etc.
Pues el odio precede a todos los sabores, solo que cada uno resuelve su propio odio según su propia psicología”.
En el corazón de las naciones del mundo existe la demanda de una explicación, una sensación de que los judíos tienen alguna llave secreta, una cura para todas las enfermedades, y por alguna razón no lo comparten con ellos.
A propósito, si buscamos en la historia, resulta que los judíos han contribuido a múltiples descubrimientos para mejorar las condiciones de la salud mundial, aunque esto jamás satisface a las naciones del mundo. La sed real de estas se basa en una protección real que se encuentra en manos del pueblo judío: la fuerza de conexión entre las personas, una fuerza que traiga al mundo entero nueva vida; ser luz de las naciones.
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