Salvavidas para unos, símbolo de tiranía para otros. El requisito de usar las mascarillas en público para evitar mayores contagios de COVID-19 dividió a la sociedad alrededor del mundo. En Estados Unidos las reacciones de rebeldía y desaprobación de un número importante de clientes en tiendas y oficinas, donde es obligatorio el uso de mascarillas, sorprendieron incluso a los expertos en salud mental. La indignación de la gente se manifiesta en las calles. También en otras grandes ciudades como Berlín y Londres, donde miles protestaron por la medida. Pero ¿tenemos claro lo que es la verdadera libertad? La claridad sólo vendrá cuando seamos considerados con otros.
A pesar del amplio apoyo científico a la eficacia del uso de las mascarillas para prevenir la propagación de la pandemia, sigue el debate sobre su efectividad entre quienes desafían la recomendación de su uso y de mantener el distanciamiento social, como medidas preventivas. Pero hay una razón más profunda para su rechazo, es la naturaleza humana. La gente está dispuesta a arriesgar la vida de los demás y la propia, para preservar lo que considera libertad personal. Se pregunta: «¿Por qué el gobierno tiene que imponer una orden que me restringe? ¿qué es lo que me ponen en la boca como freno al caballo? ¡Soy libre!».
¿Por qué este sentimiento anti-mascarillas?
He estudiado la naturaleza humana durante más de cuarenta años y puedo comprenderla. La gente siente que las mascarillas y las demás limitaciones, simbolizan degradación y opresión. Llega un virus y de repente, se ve obligada a usar mascarillas y los gobiernos parecen impotentes para manejar la situación. Por supuesto protestan en las calles. Los países que pensaban que ya habían manejado la crisis de COVID-19 con éxito, caen nuevamente. El virus no termina, simplemente, no desaparece y nada parece ayudar.
La desafiante actitud de la gente contra el requisito del uso de las mascarillas es prueba de nuestra incapacidad, fracaso e incluso indiferencia para educar correctamente a la sociedad. La gente no fue educada para cuidarse ni para ser considerada con otros. No hay un gobierno en el planeta que pueda ser ejemplo y tampoco ninguna autoridad del sistema de salud, todos siguen intereses específicos y particulares. Somos testigos del colapso total del sistema humano. Básicamente no hay estructura social que pueda ser presentada como ejemplo que se respete y escuche, todo es corrupto.
El propio virus se hizo cargo de educarnos. La naturaleza es una ley que obliga al hombre, por todos los medios, a alinearse a su sistema y a que reconozca su «inclinación al mal». Hasta que el hombre logre una conciencia superior, la naturaleza debe mostrarle que la destrucción en su vida viene de sus malas relaciones con otros.
La naturaleza es como un padre amoroso que le da a su hijo amado una medicina amarga, nosotros nos comportamos como el niño que patea, llora y se niega a tomarla. La naturaleza tiene un propósito claro, unir a la humanidad. No podremos escapar de la plaga hasta que nos demos cuenta de que toda la humanidad está en un mismo barco.
Contribuimos y dependemos unos de otros. Por eso, cada uno debe actuar en consecuencia y desarrollar la convicción e intención de evitar dañar y transmitir el virus a otros. Si observamos nuestra situación desde esta perspectiva, no veremos la medida de uso de mascarillas como obligación o coerción, sino como un gesto de amor y cuidado por los demás, como una bendición.
El mundo es circular y funciona del mismo modo, como una unidad. En el presente estado, la crisis golpea a este círculo por todos lados. Entonces ¿qué podemos hacer? Primero debemos entender que estamos inmersos en un sistema de interrelaciones. Es decir, cada acción afecta al todo. Y la única forma de superar el estado de crisis es pensar y comportarnos como un todo, con responsabilidad mutua. Ese es nuestro verdadero libre albedrío.
Excelente