Mucha gente piensa en el dinero de forma despectiva, por ejemplo, como la raíz de todos los males.
Otros piensan en el dinero simplemente como un medio: trabajamos, ganamos y podemos pagar por lo que necesitamos y queremos. Esto último parece muy claro y lógico: al ganar, no somos una carga para la sociedad, no tomamos caridad y podemos disfrutar de la vida.
En hebreo, la palabra dinero es Kesef, viene de la palabra “cubrir” (Kisui), es decir, el dinero nos permite cubrir nuestras necesidades con nuestro trabajo. En otras palabras, nos esforzamos con nuestra mente y sentimientos y ese trabajo cubre nuestras necesidades.
El dinero no es malo y no debe ser considerado de manera despectiva. No hay problema con el dinero en sí. Al contrario, podemos estar orgullosos de él.
El problema es cuando buscamos el dinero, no como un medio, sino como un fin, cuando hacemos de él un ídolo, un dios, cuando nos inclinamos ante él y queremos tener más y más. Cuando perseguimos así el dinero, cuando lo vemos como fuente ilimitada de satisfacción y constantemente queremos atraerlo, llegamos a un estado en el que ya no nos beneficia.
Por un lado, la naturaleza tiene ciertas leyes que apuntan a conectarnos en armonía, llevarnos a un estado en el que prioricemos el beneficio de los demás sobre el propio. Por otro lado, cuando nos enfocamos en perseguir excesivamente el dinero, actuamos de manera contraria a la dirección en la que la naturaleza desea que nos desarrollemos.
Y hacemos del dinero un dios. Lo idolatramos y al hacerlo, nos limitamos mucho. Parece que el dinero compra la libertad, porque podemos viajar a donde queremos, comer lo que deseemos, en el restaurante que queramos y podemos tener auto y la casa que nos gusta. Pero al hacerlo, fracasamos en ver que, en realidad, nos robamos a nosotros mismos.
¿Cómo nos robamos cuando nos enfocamos sólo en ganar más y más dinero? Hacemos del dinero un dios y no de nosotros mismos. Al contrario, debemos hacer a Dios de nosotros mismos y no del dinero.
Así, podremos desarrollar cualidades verdaderamente bondadosas y divinas, cualidades de amor, otorgamiento y conexión. Nos relacionaremos con el mundo como si fuera nuestro y manejaremos su desarrollo en una dirección positiva, como si cada uno llevara a la humanidad dentro de sí mismo, como si todos estuviéramos en nuestro reino y cada uno fuera su rey. Y llegaremos a ver a los demás como nuestra propia gente, ciudadanos de nuestro reino, eso nos dará la capacidad de llevarlos al mejor estado posible, sólo con nuestra actitud positiva hacia ellos, buscaremos hacer que su vida sea lo mejor posible.
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