No le tengo miedo a la pandemia; me temo que la naturaleza comenzó a relacionarse con nosotros de la forma en que nos relacionamos con ella. Parece que el caos se apoderó del mundo. En múltiples lugares y simultáneamente, están ocurriendo desastres naturales de magnitud sin precedentes: inundaciones en algunos lugares, incendios en otros -a veces a unos cientos de millas de distancia- y calor abrasador en otros lugares. Al mismo tiempo, el coronavirus se está propagando una vez más con la variante Delta y amenaza con obstaculizar los esfuerzos de la humanidad para recuperarse de la peste, mientras que las relaciones internacionales son cada vez más tensas y volátiles. Y lo peor, la tendencia es negativa. Las cosas no sólo están mal, empeoran rápidamente. Si esta tendencia sigue en este horrible verano, será el mejor verano del resto de nuestra vida.
Necesitamos pensarlo. No tiene sentido que estén ocurriendo tantas crisis en todo el mundo y que un virus se propague y perturbe la vida de todos los seres humanos y sean incidentes sin relación. Quizás puedas culpar al cambio climático por los desastres naturales, pero no puedes culparlo por los países que amenazan con destruirse unos a otros. Hay algo más profundo en nuestros problemas y sólo podemos encontrarlo en nosotros mismos. Cuando analizamos todas las crisis, encontramos que el único elemento común en todas ellas es el hombre. Si somos el elemento común, la razón de la crisis está dentro de nosotros.
Más precisamente, la razón de las crisis es la forma como nos relacionamos con la naturaleza y entre nosotros. La naturaleza es un sistema perfecto. Mantiene un equilibrio dinámico que llamamos homeostasis. En contra del equilibrio de la naturaleza, nosotros sólo buscamos aprovecharnos y controlar. Forzamos nuestra actitud de «el ganador se lo lleva todo» dentro de un sistema que funciona para garantizar el sustento y bienestar de todos. Inyectamos odio, violencia y mezquindad, en un sistema que antes no tenía nada de eso. Ahora parece que ese sistema nos está pagando con nuestra propia moneda: la moneda del odio.
Si queremos evitar catástrofes inimaginables, debemos dejar la moneda que hemos utilizado hasta ahora y adoptar la moneda de la naturaleza, responsabilidad y consideración mutuas. Tenemos que respetar el derecho de los demás a llevar una vida sana y segura, sin intentar subyugar, para eso, debemos sentir que todos somos parte de un sistema global único.
Nuestros sabios lo supieron desde hace miles de años y hablaban con cualquiera que quisiera escuchar. El Talmud de Jerusalén, por ejemplo, ofrece una hermosa alegoría sobre nuestra conexión: “Si las Escrituras advierten sobre el maltrato habitual, la venganza y el resentimiento también deben prohibirlo a los que no son de esta nación. Además, ¿Cómo se puede perdonar una afrenta? [Supongamos] que estás cortando carne y el cuchillo desciende a tu mano; ¿pensarías vengar tu mano y cortarte la otra por cortar la primera? Así es este asunto … la regla es que uno no se venga del prójimo, porque es como si se vengara de su propio cuerpo”. (Nedarim 9: 4).
Realmente no tenemos tiempo que perder. La naturaleza nos indica claramente que está perdiendo la paciencia. Si estalla con toda su ira, Covid será el menor de nuestros problemas. Por eso, para salvarnos a nosotros mismos, debemos empezar a tratarnos entre nosotros y a toda la naturaleza, como nos gustaría que los demás nos trataran.
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