Solía haber dinosaurios; ahora, no hay. Solía haber innumerables especies que ya no existen, porque así es la naturaleza de la evolución. Si es así, ¿nos extinguiremos también nosotros en algún momento en el futuro?
La evolución avanza siempre. Aunque no lo veamos, todo en la naturaleza sigue un dictado muy rígido. La forma final a la que se dirige la evolución ya está establecida y determina todas las formas que la preceden. Por eso, cuando las especies se extinguen, en realidad no desaparecen; siguen existiendo, pero en forma más avanzada. Si no fuera por la forma anterior, la forma actual tampoco evolucionaría. En ese sentido, todas las especies que alguna vez existieron, existen dentro de las especies que habitan el mundo de hoy. Además, posibilitan la existencia de las formas de vida actuales en la Tierra.
Cuando algo completa su desarrollo, se transforma en una nueva forma y nos parece que se desvaneció, pero no lo hizo, sólo progresó. Por eso, no debemos erradicar por la fuerza ninguna forma de vida, para que pueda completar su ciclo, pero tampoco debemos lamentarnos cuando una especie se extingue. Lo importante para nosotros, como seres humanos, es velar por nuestro propio desarrollo.
Hoy, estamos en una etapa de nuestro desarrollo, en la que debemos elevarnos por encima del nivel físico y comenzar a estudiar el propósito de nuestra existencia. Esta etapa es el comienzo de nuestro desarrollo espiritual, cuando comenzamos a descubrir que estamos conectados con todo el universo y que nuestro propósito en la vida no es asegurar nuestro sustento físico, sino revelar la interconexión de toda la naturaleza y sentirla de primera mano.
En la etapa espiritual, podemos sentir cómo funciona la naturaleza, podemos sentir su «programa interno» y entendemos su «lógica». Cuando comenzamos a simpatizar con ella, dejamos de sentir nuestro cuerpo y sentimos a la naturaleza como un todo. Dado que la naturaleza es eterna, este es el punto en el que nuestra existencia física ya no limita nuestra existencia espiritual y trascendemos tiempo y espacio, a medida que adquirimos las cualidades de la naturaleza misma: conexión, equilibrio y armonía.
Una vez que nos elevamos a este nivel, nos damos cuenta de que este es el propósito de nuestra existencia. Descubrimos que cuando «pensamos» y funcionamos como la naturaleza, nos convertimos en uno con el todo. En ese momento, nuestra existencia no tiene fin. Trascendemos el interés personal y nos volvemos amorosos hacia todos los seres, ya que todos los seres son parte de nosotros y nosotros de ellos. Ésta es la realidad espiritual eterna y es el futuro de todos y cada uno, tan pronto como logremos trascender nuestro estrecho egoísmo, que sólo atiende a nuestro fugaz yo actual.
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