Cuando las cosas van mal, la gente busca en el cielo respuesta y consuelo. Desde la antigüedad, se ha buscado algo a qué aferrarse en momentos de crisis y angustia y, es natural que esta pandemia haya desencadenado la búsqueda de una fuerza superior, como confirman los estudios. Este clamor acelerará nuestro descubrimiento del significado de la vida y nos ayudará a internalizar la respuesta que se encuentra en el poder de nuestro amor mutuo.
De acuerdo con una encuesta del Centro de Investigación Pew, una cuarta parte de los estadounidenses dicen que la COVID-19 fortaleció su fe religiosa, 2% afirma que se debilitó. Otros estudios confirman un vínculo directo entre desastres naturales y momentos de crisis, con mayor tendencia a recurrir a un poder superior. En 75 países, el número de búsquedas, en Google, de la palabra «oración» casi se duplicó, desde el comienzo de la crisis del coronavirus.
La gente necesita sentir que tienen un ancla, que hay algo en qué confiar o de qué aferrarse.
Como el niño se aferra a su madre y no la suelta, porque la perciben como el lugar más seguro, nosotros también, aunque seamos adultos, necesitamos una fuente de seguridad. Y en el mundo que nos rodea, no la encontramos.
La humanidad una vez buscó en las fuerzas inanimadas de la naturaleza, como sol y luna, el poder regente. Hoy, sin nada a dónde acudir y nada en qué creer, solo queda un poder superior. Pero exactamente quién o qué es, no estamos seguros. Hay un sinfín de discusiones, hipótesis, percepciones y creencias en torno a estas preguntas. Pues, nuestro corazón anhela la certeza de que algo administra y arregla esta vida.
Finalmente, podemos preguntarnos si el principio exacto de un poder supremo importa, siempre que su existencia nos ayude a sentirnos más seguros en nuestra corta vida en este mundo. Si nuestra fe calma nuestra psique cansada, elegimos aferrarnos a ella.
Y cuando el hombre se siente mejor, es bueno para quienes lo rodean, porque las personas tranquilas son más amables entre sí. Están menos dispuestas a pelear o a herir a otros. Aunque los detalles y las costumbres en torno a las creencias pueden diferir, cada uno de los ocho mil millones de personas en el mundo cree en algo y su fe es aceptada como normal por casi todos.
Esta noción de fe también está relacionada con el concepto de oración. Desde el brote del coronavirus, las creencias de las personas las han unido en oraciones comunes que se transmiten en vivo en las redes sociales. El resultado de las oraciones colectivas, también es positivo, porque cuando la gente cree que puede acceder a una fuerza poderosa, uniéndose en una súplica común, se conecta y pide como uno solo. Si hay algún problema en nuestra vida, nos une a todos. Cuando estamos más unidos, nuestra unidad, ciertamente, genera una respuesta.
Cuando superamos la distancia que nos separa y expresamos el deseo de unirnos en una petición común y de ir por encima del ego individual, que es el único factor que nos mantiene separados, mejoramos el destino de todos.
Si pedimos por el bien de todos, sin detrimento de nadie, nuestra oración es aceptada. Al final, no importa en absoluto en qué creemos, a quién recurrimos, la religión o método específico que practicamos e incluso en qué idioma rezamos. Lo que importa es nuestro deseo y solicitud común.
Como resultado de la pandemia, alcanzamos una nueva etapa en nuestro desarrollo, que nos impulsará a un nuevo grado de vida, un nuevo enfoque de la humanidad, como una sola familia. Los problemas que enfrentamos nos ayudan a avanzar. Nos llevan a descubrir que el poder supremo es uno y es para todos y que se puede acceder a él con nuestra conexión. La humanidad está descubriendo el poder del amor que se revela en nuestra unidad.
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