Abu Bakr al-Baghdadi, el líder de ISIS, dirigió por fin hace unos días sus amenazas de muerte hacia Israel. ¿Por qué por fin? Porque desde hace tiempo era de esperar. En la guerra contra ISIS, Israel no es como otros países. Otros países son considerados víctimas del Islam radical. Pero a Israel se le considera responsable. Por lo tanto, si ISIS fija sus ojos en Israel, lo más probable no es que el mundo lo vea con preocupación, sino que suspire aliviado. Pero por suerte, Israel es el único país que puede propinar a ISIS un golpe letal.
El 26 de diciembre, el líder de ISIS –Abu Bakr al-Baghdadi– emitió un mensaje y un vídeo con un militante yihadista que hablaba hebreo advirtiendo que los yihadistas llegarán pronto a conquistar Israel y matar a los judíos. Seguramente esto no ha sorprendido a nadie. La mayor preocupación hoy en Europa es el Islam fundamentalista, y muchos europeos expresan abiertamente su opinión: estos problemas son por culpa de Israel. La Ministra de Exteriores sueca, Margot Wallstrom, vinculó la carnicería del 13 de noviembre en París con el tratamiento que Israel proporciona a la Franja de Gaza. También lo hizo el líder del Partido Socialista holandés, Jan Marijnissen. En Alemania, Albrecht Schröter, alcalde de Jena, acusó a Israel de ser responsable de la crisis de los refugiados sirios y solicitó al ministro de Asuntos Exteriores de Alemania “tener menos miramientos” con el estado judío. Y en Grecia, unas declaraciones en el parlamento heleno acusaban a los judíos griegos y estadounidenses de agravar la crisis financiera del país.
Tal vez el ejemplo más manifiesto de la actitud del mundo hacia Israel es la cobertura extremadamente unilateral por parte de los medios sobre la reciente ola de terrorismo en Israel. Los terroristas son constantemente considerados “atacantes” o “asaltante”, pero no terroristas. A menudo, los propios terroristas son incluidos en el número de víctimas, y los medios “olvidan” mencionar que los atacantes eran árabes y que las víctimas eran judíos civiles israelíes. Imagínese el escándalo si el titular de cualquier medio respetable informara así sobre la masacre de San Bernardino: “16 personas mueren en un episodio de disparos en San Bernardino, California”. O al estilo tradicional de los medios de comunicación anti-Israel: “La policía mata a tiros a dos personas en San Bernardino, California. Otros 14 están heridos”. Esto no es una burla a las víctimas de ese acto terrorista: se trata de una muestra de la manera falseada con la que a menudo se describen los ataques terroristas en los medios de comunicación, pero aplicado a otro suceso en un país diferente.
Ni siquiera voy a tratar de mostrar lo en contra de Israel que está la ONU. No hace más que fustigar a Israel y presentarlo como el mayor criminal del mundo, culpable de todos los crímenes imaginables: desde el genocidio hasta los derechos de las mujeres (según la ONU, Israel trata a las mujeres peor que Irán, Siria o cualquier otro país en el mundo, ¡en serio!). En resumen, podemos describir las Naciones Unidas como un congregado de naciones que luchan entre sí –ya sea de forma activa, financieramente o diplomáticamente– y que solo están unidas en su juicio y condena a Israel. Ante todo esto, y a la luz de todo lo que voy a escribir a continuación, parece bastante acertado decir que cualquier tragedia que suceda mañana en el mundo, será culpa de los judíos, pero sobre todo de Israel.
Y sin embargo, no seré yo quien defienda que los antisemitas son ignorantes. Algunos lo son, pero muchos otros son personas bien educadas. Distinguidos profesores universitarios e intelectuales de todos los Estados Unidos están atacando a Israel sin sentido. ¿Por qué personas que normalmente son sensatas e ilustradas se vuelven irracionalmente fanáticas cuando se menciona la palabra “Israel”? Evidentemente, la razón no tiene nada que ver con esto. Se trata de un sentimiento, de una emoción visceral que les dice que están en lo cierto cuando echan la culpa de todo a Israel y a los judíos, aunque no pueda explicarse de manera lógica.
Yo no creo que estén en lo cierto: los judíos no son asesinos natos y todas las estadísticas del mundo lo prueban. Los judíos donan per cápita mucho más que cualquier otro grupo étnico; y para diversas causas, muchas de las cuales, si no la mayoría, sin ninguna relación con la religión. Los judíos se ofrecen más como voluntarios e Israel ayuda más que cualquier otro país cuando se produce un desastre natural. En el terremoto del 25 de abril en Nepal, la delegación israelí con personal sanitario no solo era la más numerosa, la más activa y la mejor equipada, sino que fue casi tres veces mayor que la segunda delegación más grande, la de Taiwán.
Para saber por qué el mundo nos hace responsables de todo –desde el ISIS hasta el Ébola– debemos fijarnos en nuestras raíces. Nuestras propias fuentes nos dicen una y otra vez que nuestra fuerza reside en la unidad. Por otro lado, en todas partes, desde la Guemará hasta el Libro del Zóhar y pasando por toda la cadena de los grandes eruditos judíos –religiosos y seculares por igual– se nos dice que fuimos elegidos, en el sentido de que debemos proyectar al mundo la luz de la unidad. La regla de oro que Mark Twain mencionó en su ensayo “Sobre el pueblo judío”, no es otra cosa que “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y se nos ha confiado esto no para que nos lo quedemos nosotros, sino para que lo compartamos con el mundo. En ese sentido somos un pueblo elegido, y nada más.
Según nuestros sabios, como Rabí Moshe Jaim Efraín de Sudilkov, Rabí Najman de Breslov, Rabí Nathan Sternhartz, Rabí Yehuda Ashlag, el Libro del Zóhar, y muchas otras fuentes, la palabra “Israel” proviene de las palabras hebreas Li Rosh (“mi cabeza”, o “yo tengo una cabeza”). Ellos explican que toda la humanidad es un sistema único e Israel es su Rosh (cabeza). Esto puede sonar altivo o presuntuoso, pero viendo el criterio notablemente más duro con el que las naciones nos juzgan, queda claro que de nosotros esperan lo que no esperan de ninguna otra nación. Nos guste o no, esto nos convierte en los líderes del ejemplo, en una palabra, en el Rosh.
Del mismo modo que en nuestro cuerpo la cabeza piensa y el cuerpo ejecuta, inevitablemente lo que Israel piensa, el mundo lo ejecuta. Es crucial que entendamos esto: si somos la cabeza, cada vez que los judíos piensan mal acerca de otros judíos, eso se refleja entre las naciones en forma de actos nocivos. Nosotros no lo sentimos, pero las naciones siguen culpándonos de todo lo malo en sus vidas, porque sienten (!) que somos nosotros quienes lo estamos causando. Y por supuesto ellos no pueden decir cómo, ni señalar específicamente ninguna acción nuestra, porque no hacemos nada… ¡lo pensamos! Como individuos, no somos peores que cualquier otra nación civilizada. El único problema que tenemos es nuestra conexión, nuestra actitud hacia los demás miembros de la tribu.
Sin embargo, no basta con ser como los demás. El mundo no va a conformarse con esto. Tenemos que preservar y demostrar conexiones ejemplares entre nosotros, conexiones capaces de servir de inspiración al mundo. Ahora podemos entender la importancia del principio: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y por eso, como RASHI nos dice, esta es la ley universal de la Torá, e incluye todas las leyes.
Pero podemos cambiar nuestras conexiones. Podemos aprender a cuidar unos de otros y, de ese modo, cambiar el destino del mundo. ¿Alguna vez hiciste algo bueno por alguien no por adulación, sino porque sentías que era lo correcto? ¿Alguna vez por ejemplo ayudaste al hijo de un extraño a cruzar la calle? ¿Cómo te sentiste con respecto a ese niño después? ¿Cómo te sentías antes? ¿O alguna vez ayudaste a un desconocido a subir un pesado mueble hasta su piso? ¿Cómo hizo esto que te sintieras hacia él?
Cambiamos nuestras conexiones con nuestras acciones. Y puesto que somos el Rosh, cuando mejoremos significativamente las conexiones entre nosotros, esto transformará las conexiones humanas en todo el sistema de la humanidad. Así lograremos reducir drásticamente la violencia en todo el mundo, y finalmente desaparecerá; también elementos tan extremistas como ISIS. Del mismo modo que ahora el mundo nos responsabiliza de la existencia de ISIS, cuando corrijamos nuestras conexiones, el mundo nos ensalzará por generar belleza y amor.
En conclusión, cuanto antes empecemos a hacer el bien a los demás, antes transformaremos lo que sentimos unos hacia otros, y antes el mundo podrá calmar su ira. Cuando esto suceda, no habrá más crisis y el antisemitismo se desvanecerá. Esta es la estructura inexorable de la que está hecha nuestra realidad. Así que cuanto antes empecemos, mejor para todos.