Han pasado casi seis meses desde que terminó la operación Guardián de los Muros, la última ronda del conflicto entre Israel y los palestinos. En la superficie, las cosas han estado bastante tranquilas desde entonces. Pero nada está realmente tranquilo en el Medio Oriente. Los enemigos de Israel se han vuelto más inteligentes y entienden que pueden destruir a Israel mucho más rápido y sin disparar un solo tiro, simplemente sonriendo y fingiendo querer la paz. Dado que sentimos que siempre somos culpables de algún pecado, caemos ante cualquiera que nos de una sonrisa amistosa, incluso si sabemos que esconde un cuchillo en su espalda. Así somos; la gente más inteligente del planeta es tonta cuando se trata de asuntos que realmente importan.
Nuestros enemigos más allá de la frontera de Gaza aprendieron la lección. Con diplomacia y presión sobre diversas entidades políticas, recaudan fondos y promueven decisiones gubernamentales en Israel, que les permiten tomar el control del país desde adentro.
Su objetivo final no ha cambiado. Se esfuerzan por librar al país de los judíos. Lo único que cambió es cómo pretenden lograr su objetivo. Se dieron cuenta de que no pueden derrotarnos en el campo de batalla, ahora lucharán contra nosotros con palabras y sonrisas en lugar de armas y cohetes.
Los israelíes, que siempre sienten que tienen que justificar su existencia, no pueden resistirse si un no judío les sonríe. Es una afirmación de que «estamos bien». Incluso si el cuchillo está oculto a plena vista, no queremos verlo y creemos en la sinceridad de nuestro «socio». Debido a que siempre nos sentimos culpables y en deuda con el mundo, somos totalmente crédulos y todas nuestras habilidades comerciales y nuestra perspicacia salen volando por la ventana, tan pronto como alguien alivia nuestro viaje de culpa perpetua.
No hay cura para esta locura maligna, excepto entender por qué nos sentimos culpables y qué debemos hacer al respecto. En el fondo, todo judío siente que le debemos algo al mundo y esa sensación nos hace cometer errores. Por eso, debemos comprender la naturaleza de nuestra deuda y en realidad es muy simple: debemos dejar de dar ejemplo de división y burla mutua y convertirnos en modelo de responsabilidad mutua y amor por los demás.
A lo largo de las generaciones, le hemos dado muchos «regalos» al mundo. Durante los últimos dos milenios, los judíos son responsables, total o parcialmente, del desarrollo de casi todas las ideologías, religiones y tecnologías. Sin embargo, el mundo no se muestra agradecido. El único legado que el mundo realmente ve como meritorio, es nuestro legado social, que aboga por la responsabilidad mutua y por amar a los demás, hasta el punto de amar al prójimo como a sí mismo.
Todos están de acuerdo en que estas ideas son encomiables. Sin embargo, todos están igualmente de acuerdo en que son inalcanzables porque la naturaleza humana es malvada hasta la médula.
Aquí es donde entra la justificación de nuestra existencia. Los judíos son los que deben demostrar que «Ama a tu prójimo como a ti mismo» no es una causa perdida, sino una meta alcanzable. Si demostramos los méritos del amor a los demás en nuestra propia sociedad, el mundo no dudará de nuestro derecho a existir como nación soberana. Al contrario, preservará y valorará nuestra soberanía, ya que verá en nosotros el ejemplo a seguir y querrá aprender de él.
El futuro de nuestro país no depende de sofisticados sistemas de defensa. Aunque son necesarios por el momento. Para una solución permanente, el guardián de nuestro muro sólo puede ser nuestra unidad, nuestro amor mutuo. Nos protegerá no porque disuada a los demás, sino porque los acercará a nosotros y les mostrará que ellos también pueden adquirir los bienes más necesarios en la actualidad: responsabilidad mutua y amor por los demás.
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