El cisma causado por la masacre en la sinagoga de Pittsburgh ha sacado a la superficie las fracturas y señalamientos que prevalecen entre los judíos en Estados Unidos, en Israel y, entre ambos. Profundas divisiones ideológicas sobre quién es responsable del antisemitismo estadounidense y cómo resolver el problema, evidencian el desmoronamiento de las bases del pueblo judío alrededor del mundo. Al mismo tiempo, la sensación de comodidad y certeza de que la amenazas existenciales hacia los judíos no ocurren en Estados Unidos ha desaparecido. El sentido común dicta que nuestro fundamento debe recuperarse, porque las nubes de tormentas antisemitas se acumulan en el horizonte y nuestra supervivencia como pueblo está en juego.
Odio, un viejo padecimiento
En 2015, un hombre armado asesinó a 9 personas en Charleston, Carolina del Sur, durante una sesión de estudio bíblico en una iglesia afroamericana. El odio racial y religioso no es nada nuevo. El antisemitismo en particular, no empezó ayer, ni puede atribuirse a un presidente específico de Estados Unidos, o a algún partido político. Ha estado presente a lo largo de la historia y se ha incrementado a través de los años. Hemos vivido en negación, creyendo que este flagelo del pasado había terminado y nunca surgiría en ese país, hasta que los crímenes en la sinagoga Árbol de la Vida tocaron la médula de nuestra conciencia colectiva y nos sacudió hasta ver la realidad de que no hay espacios sagrados que nos puedan proteger.
Esta es la cruda realidad: durante los últimos diez años, desde que el FBI empezó a registrar los casos de crímenes de odio, los judíos han sido el grupo con el mayor número de víctimas atacadas en Estados Unidos, a pesar de ser menos del 2% de la población en Estados Unidos. El 54% de los crímenes de odio por motivos religiosos han sido dirigidos específicamente contra judíos. Sin embargo, hasta ahora no se había experimentado nada comparado al tiroteo de Pittsburgh, el peor ataque contra una congregación judía en la historia de Estados Unidos, el cual cobró la vida de 11 personas.
Judíos contra judíos
El mortal tiroteo en Pittsburgh ha provocado efusivas manifestaciones interreligiosas de solidaridad con las víctimas y la comunidad judía en general. Sin embargo, entre la misma comunidad judía no hay tanta solidaridad. Al tiempo que el Comité Judío Americano (AJC) lanzó la campaña #ShowUpForShabbat (llegar cada sábado, a la sinagoga), “establecida para asegurar que el amor triunfe por encima del odio, el bien sobre el mal, la unidad sobre la división”, Franklin Foer, un columnista judío del periódico The Atlantic, pidió retirar la palabra y expulsar de las congregaciones religiosas a judíos que respaldaron a Trump: “Su dinero debe ser rechazado, su presencia en las sinagogas no es bienvenida”. Israel tampoco podía quedar exento cuando se busca un culpable del antisemitismo. La escritora del medio GQ, Julia Ioffe, opinó que el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén motivó el ataque a la sinagoga.
Mientras tanto Jeffrey Myers, rabino de la sinagoga Árbol de la Vida, quien intenta superar el trauma de la masacre en su congregación, informó haber recibido correos de odio por dar la bienvenida al presidente Trump al sitio conmemorativo de las víctimas en Pittsburgh. Además, la tragedia en la sinagoga se ha convertido en una excusa para que los expertos políticos de ambas partes del Atlántico aviven las llamas divisorias entre Israel y la diáspora estadounidense, en cuanto a principios ideológicos sobre diversos temas que han deteriorado las relaciones y han dividido profundamente a los judíos en los últimos años: el acuerdo con Irán, el Muro de los Lamentos, las conversiones, el traslado de la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén, la definición de quién es judío, por citar algunos.
Del juego de la culpa, al juego de la conexión
Siempre es fácil culpar a alguien más cuando surge un problema, pero al hacerlo, eliminamos la posibilidad de encontrar soluciones desviando la atención de la raíz de fondo. Para encontrar la causa del sufrimiento judío no necesitamos ver más allá de nosotros mismos.
El enemigo está dentro de nosotros. Para ser más precisos, el desequilibrio está entre nosotros, en nuestro distanciamiento mutuo. Los judíos se han entregado al juego de culpa, en vez de abrazarse fuerte unos a otros como respuesta a la adversidad. Y cuando nuestra unidad se tambalea, el odio contra nosotros se fortalece.
Durante la difícil época de la Segunda Guerra Mundial, el prominente cabalista Rav Yehuda Ashlag, Baal HaSulam, lo expresó de esta manera en su artículo “La Nación”.
“Es claro que el inmenso esfuerzo requerido por nosotros ante el camino difícil que se avecina, demanda una unidad tan fuerte y sólida como el acero en todas las partes de la nación, sin excepción. Si no redoblamos filas para enfrentar las fuerzas poderosas que se interponen en nuestro camino, entonces estaremos condenados incluso antes de comenzar”.
Nuestros sabios sabían que somos un pueblo testarudo y a sabiendas de esto nos dejaron abundantes fuentes de sabiduría para avanzar, para sanar nuestras heridas y encontrar fuerza ante las amenazas. Como está escrito en El Libro de la Conciencia, por Rabbi Eliyahu Ki Tov, “Se nos ordena a cada generación fortalecer la unidad entre nosotros, para que nuestros enemigos no nos dominen”.
¿Cómo podemos alcanzar la unidad bajo el clima actual?
Hay judíos de izquierda, judíos de derecha; menos o más ortodoxos, totalmente seculares; judíos que se oponen a las políticas israelíes, judíos incondicionales a Israel. Para nuestros enemigos estas distinciones no importan. Para ellos somos uno. Pero, ¿por qué deberíamos depender de los que nos odian, para recordarnos de nuestra herencia judía compartida? Podemos seguir fácilmente el camino de nuestros antepasados para resolver nuestras disputas: “Aunque Beit Shamai y Beit Hillel entraron en disputas, se trataron mutuamente con cariño y amistad para mantener lo dicho (Talmud de Babilonia, Eruvin 13b).
Hemos sido un pueblo único desde tiempos de la antigua Babilonia, cuando Abraham el Patriarca nos reunió como una nación judía, como aquellos que deseaban la unidad por encima de las diferencias, conforme a nuestro principio fundamental de “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18).
Los conflictos internos entre nosotros en aquel entonces eran tan vívidos como ahora. Cada ego individual ardía con sus propios puntos de vista y exigencias, pero cada uno entendió que la única forma de reparar sus relaciones fracturadas, era adherirse al principio, “el amor cubrirá todas las transgresiones” (Proverbios 10:12)
Los judíos son un mini modelo de la humanidad. Existimos para funcionar como un prototipo de conexión entre las personas, entre los opuestos. Esto es posible implementando el método de conexión que se nos dio en la antigua Babilonia: la sabiduría de la Cabalá. La Cabalá contiene la fórmula para arreglar al mundo. Es un tesoro que contiene el pegamento para juntar de nuevo todas las piezas rotas del rompecabezas judío de una manera maravillosa, donde cada pieza es diferente e indispensable para completar toda la imagen. Nuestra perfecta conexión judía está concebida para irradiar de adentro hacia afuera, como una especie de modelo fractal para el resto de la humanidad.
Está escrito en el Libro del Zóhar sobre el papel especial de los judíos, “como los órganos del cuerpo no pueden existir en el mundo ni siquiera un minuto sin el corazón, todas las demás naciones no pueden existir en el mundo sin Israel”. Rav Yitzhak HaCohen Kuk (el Raiá), apuntó sobre la necesidad de la unión cuando escribió “La construcción del mundo, que está actualmente estropeada por terribles desgracias de una espada ensangrentada, requiere la construcción de la nación israelí… en anticipación de una fuerza llena de unidad… que se encuentra en Israel.” (Orot [Luces],16)
Luz que resplandece para nosotros y las naciones
Difundir la unidad y la luz en el mundo es nuestro papel, ya sea que estemos de acuerdo o no. Los cabalistas han afirmado durante mucho tiempo que cuanto más pronto implementemos nuestro papel, más pronto veremos que se disipa y desaparece el odio antisemita. Esto es así porque nuestra identidad fundamental como pueblo se dio en la unidad y la responsabilidad mutua. Se espera que la entreguemos a la humanidad. Al no hacerlo, generamos resentimiento, hostilidad y destrucción sobre nosotros.
Podemos reemplazar el odio con amor al acercarnos más unos a otros, por encima de nuestras fricciones. Aceptemos nuestro estado actual de separación como una oportunidad para realmente volver a ser un pueblo. Luego, continuemos construyendo capas de confianza mutua, amor y entendimiento, aun después de que esta tragedia se desvanezca en las noticias. Mientras las tragedias y los eventos placenteros vienen y van, nuestro papel es una promesa eterna. Como escribió Rabbi Simja Bonim Bonhart de Peshisja, “esta es la garantía mutua sobre la cual Moisés trabajó tan duro antes de su muerte, para unir a los hijos de Israel. Todo Israel es garante de los demás, es decir, que cuando todos están juntos, sólo ven el bien” (Una voz transmisora, parte 1, Balak).