Ahora que el antisemitismo se ha extendido por todo el mundo, sería sensato descartar la posibilidad de refugios seguros.
Una encuesta realizada la semana pasada por la Asociación Judía Europea y el Centro Rabínico de Europa afirma que pese a las mayores medidas de seguridad tomadas por sus respectivos gobiernos, este año el 70% de los judíos de Europa no va a ir a la sinagoga en Rosh Hashaná o Yom Kipur por problemas de seguridad.
La crisis de la inmigración y el ascenso de la extrema derecha son una combinación que hace que los judíos en Europa se sientan francamente inseguros. Muchos han eliminado todos los símbolos judíos visibles como los colgantes con la estrella de David o la kipá. Son también muchos los que han eliminado la Mezuzá (pequeño cofre con texto bíblico adosado a las jambas de las puertas de las casas judías, sinagogas o negocios) en la entrada a sus hogares y negocios. Este año incluso evitarán ir a la sinagoga en Yom Kipur, el día más sagrado para los judíos religiosos. Una vez más, los judíos en Europa sienten atemorizados y vulnerables.
La ley del antisemitismo
Por muy alarmante que sea lo que está ocurriendo hoy en Europa no es más que el nuevo revestimiento de un odio ancestral. Europa siempre ha estado plagada de odio a los judíos, y el receso que nos concedieron tras la Segunda Guerra Mundial parece estar llegando a su fin.
Hay una razón por la que el antisemitismo es perpetuo, al igual que hay una razón para la perpetuación de los judíos a lo largo de toda la historia a pesar de todas las adversidades. El autor Mark Twain se preguntaba: “Todas las cosas son perecederas, excepto el judío; todas las demás fuerzas pasan, pero él permanece. ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?”.
La “fuerza” que Mark Twain sintió en nosotros es la fuerza de nuestra unidad. El Maor Vashemesh escribió que “la principal defensa contra la calamidad es el amor y la unidad. Cuando hay amor, unidad y amistad dentro de Israel, ninguna calamidad puede sobrevenirles”.
Cuando estamos unidos, la fuerza de la unidad se extiende por el mundo, todos se benefician de ella, y el antisemitismo desaparece. Sin embargo, cuando nos separamos unos de otros, estamos impidiendo que esa fuerza se extienda por el mundo y entonces el distanciamiento y la aversión toman las riendas. Por esa razón nuestros sabios escribieron (Yevamot 63): “Ninguna calamidad acontece en el mundo sino por Israel”.
Cuanto más divididos estemos, con más fuerza intentará el mundo –inconscientemente– empujarnos a la unión devolviéndonos el odio. El resultado es que todo el odio que estamos difundiendo vuelve a nosotros y lo percibimos como antisemitismo. En ese sentido, el empresario Henry Ford, arquetipo del moderno antisemita, escribió en su infame composición, El judío internacional – un problema del mundo: “La sociedad tiene un gran reclamo contra el judío para que deje de explotar al mundo y empiece a cumplir la antigua profecía: que por medio de él todas las naciones de la Tierra serán bendecidas”.
Este resurgir del odio nos recuerda de la forma más dura que estamos aquí por una razón. Por mucho que queramos ser iguales al resto de naciones, son esas mismas naciones quienes siguen recordándonos que no lo somos. Los judíos son una nación que se formó cuando personas de diferentes tribus y culturas decidieron seguir el ideal del amor a los demás. Nos unimos con la aspiración de vivir bajo el lema “ama a tu prójimo como a ti mismo” y nos convertimos en una nación cuando nos comprometimos a estar unidos “como un solo hombre con un solo corazón”. A partir de aquel momento, se nos encomendó la tarea de difundir esa unidad y con ello ser “una luz para las naciones”.
Por esta razón, cuando no estamos unidos, las naciones sienten que somos perniciosos y nos culpan de todos los sufrimientos que padecen en la actualidad. En suma, la “Ley del antisemitismo” dice que cuanto más divididos estemos, más nos odiarán las naciones.
Ningún sitio al que huir
Que no nos quepa duda: si se nos señala para ser extinguidos de nuevo, nadie vendrá a ayudarnos. Así lo demuestra el incidente con el trasatlántico alemán MS St. Louis, cuando ya incluso antes de la Segunda Guerra Mundial a los judíos europeos se les negó la entrada a los EE.UU. Ahora que el antisemitismo se ha extendido por todo el mundo, lo más sensato sería descartar la posibilidad de refugios. No los habrá.
Lo único que podemos y debemos hacer es reconocer que nuestro único enemigo es el odio entre nosotros. Como dijo el exjefe del Mossad Tamir Pardo: “El mayor peligro al que se enfrenta Israel no es externo, son más bien las divisiones dentro de la sociedad israelí”. Esto es tan válido para los judíos europeos como para los judíos del mundo entero.
El mundo observa cada uno de nuestros movimientos. Si nos unimos, difundiremos la fuerza de la unidad y nos convertiremos en el modelo de cohesión social que el mundo tan desesperadamente necesita. Con ello, emergeremos como “una luz para las naciones” y el mundo por fin entenderá y justificará la existencia de nuestro pueblo. Y cuando esto suceda, nunca volveremos a sentirnos asediados o atemorizados. Ni en Europa, ni en Israel ni en ningún otro lugar.