Israel no fue creado como refugio seguro para los judíos. Fue creado para impulsar una sociedad que presente una alternativa deseable y sostenible a un mundo fracturado y lleno de odio.
“El teatro del absurdo continúa en la UNESCO”, dijo Benjamín Netanyahu con respecto a la decisión de negar la conexión histórica entre el judaísmo y el Monte del Templo. Pero por muy absurda que sea, la decisión refleja lo que realmente siente el mundo: los judíos no pertenecen a Palestina. Israel –menciona la decisión 15 veces a lo largo del documento de 5 páginas– simplemente es “la potencia ocupante”.
Para los palestinos, esta decisión no ha sido más que un experimento, una forma de tantear el terreno. Pero el éxito de este experimento debería ser una señal de alerta para todos nosotros. Si queremos evitar una resolución de la Asamblea General de la ONU que sancione y, en última instancia, disuelva el estado de Israel, es imperativo despertar ahora.
Israel no fue creado como refugio para los judíos a expensas de otros pueblos. Nos dieron la soberanía para poder instaurar una sociedad cuyos valores representen una alternativa deseable y sostenible a un mundo desgarrado por la guerra y el odio.
Israel: una solución al “problema racial”
El 29 de noviembre de 1947 las Naciones Unidas votaron abrumadoramente a favor de la creación de dos estados independientes en Palestina: un estado judío y un estado árabe. Si la resolución se hubiera basado únicamente en los sentimientos de culpa que sentía el mundo tras el Holocausto, nunca habría sido aprobada.
En julio de 1938, viendo el grave peligro al que se enfrentaban los judíos en la Alemania de Hitler, treinta y dos naciones se reunieron en Evian (Francia) para debatir cómo ayudar a salir a los judíos. Sin embargo, cuando se les preguntó cuántos judíos estarían dispuestos a aceptar, ni un solo país ofreció ayuda real. Lo único que los EE.UU., Canadá, Gran Bretaña y los otros veintinueve países ofrecieron era palabrería vacía, en ningún caso fue aceptada su entrada en esos países. El representante de Australia, T. W. White, describió muy bien la mentalidad reinante en aquella conferencia: “Realmente no tenemos ningún problema racial, así que no tenemos ningún deseo de importar uno”.
Para el mundo –no solo para Hitler– los judíos eran un problema. Al darnos un estado, no nos estaban intentando ayudar: estaban intentando librarse de tener que hacerlo. Pero ahora, parece que lamentan esa decisión.
De Tolstoi al Rav Kook, el mundo nos ve diferentes
El “problema judío” es un enigma ancestral. El autor León Tolstoi se preguntó: “¿Qué clase de criatura única es [el judío], al cual todos los gobernantes de todas las naciones del mundo han deshonrado, aplastado, expulsado, destruido, perseguido, quemado y ahogado, y que, a pesar de esa ira y violencia, sigue vivo y prosperando? (…) El judío es el símbolo de la eternidad. (…) Él es el que durante tanto tiempo ha sido custodio del mensaje profético y lo ha trasmitido a toda la humanidad” (León Tolstoi, “¿Qué es el judío?”).
Tolstoi no es el único. Prácticamente no hay persona en el mundo que considere a los judíos gente corriente. No todo el mundo nos odia, pero nadie nos juzga con el mismo rasero de medir que a las otras naciones. Este doble rasero es algo inherente a todas las personas en el mundo. La gente espera algo de nosotros que no esperan de los demás.
Esa misma expectativa también existía cuando fue creado el estado de Israel. Tal vez soñamos con ser como todas las otras naciones, con tener nuestra propia tierra donde poder vivir nuestras vidas en paz y tranquilidad; pero el mundo tenía otros planes para nosotros. Si hubiera querido darnos paz y tranquilidad, no nos hubiera plantado en la región más volátil del planeta, rodeados de millones de árabes cuya mayor alegría sería presenciar nuestra desaparición.
Después de la Segunda Guerra Mundial el mundo necesitaba un remedio para el odio que había provocado su estallido. En el fondo, la gente esperaba que ese remedio viniera de nosotros. Y todavía lo esperan; siempre lo harán. El mundo no puede esperar otra cosa de nosotros porque esa es la razón primordial por la cual el pueblo judío fue creado: ser “una luz para las naciones”.
Cada vez que los problemas acontecen, la gente culpa a los judíos. Y nosotros pensamos que esto se debe a que buscan un chivo expiatorio. Pero la gente realmente siente que somos el origen de sus problemas. Seamos conscientes de ello o no, nuestro papel en el mundo es traer la paz y la unidad. Por lo tanto, cuando el odio prevalece, la gente instintivamente lanza su ira contra nosotros. En su opinión, no hemos cumplido con nuestra tarea. Rav Kuk se hizo eco de la opinión del mundo cuando escribió: “Toda convulsión en el mundo viene solo por Israel. Ahora estamos llamados a llevar a cabo una gran tarea, conscientemente y por voluntad propia: construirnos nosotros mismos y a toda la derruida humanidad junto con nosotros” (Cartas del Rayá, Vol. 2).
Ni una nación de “Startups” ni productores de supermodelos
Nos convertimos en una nación a los pies del Monte Sinaí después de que nos comprometiéramos a ser “como un solo hombre con un solo corazón”. Inmediatamente después, se nos encomendó la tarea de ser “una luz para las naciones”: extender por todo el mundo el método para lograr la unidad. El Ramjal escribió que “Moisés deseaba completar la corrección del mundo en aquel momento [cuando Israel salió de Egipto]. Por eso tomó una multitud diversa, porque pensó que así se llegaría a la corrección del mundo” (El comentario de Ramjal sobre la Torá). La “gran tarea” que, como Rav Kuk escribió, debemos asumir “conscientemente y por voluntad propia” es la reconstrucción de nosotros mismos a través de la unidad y –junto con nosotros– unir al mundo entero. El antisemitismo no remitirá hasta que empecemos a implementar esa tarea.
Si pensamos que nuestro objetivo en Israel es ser una nación de Startups (compañías emergentes) o exportar supermodelos y estrellas de películas tipo Superwoman, entonces nos espera un brusco despertar. Unos pocos años atrás, la veterana representante del gabinete de prensa de la Casa Blanca, Helen Thomas, escandalizó al mundo y se vio obligado a presentar su dimisión por decir que los judíos deberían “salir de una maldita vez de Palestina” y “volver a casa, a Polonia y Alemania”. Hoy en día esta es la opinión predominante, pero nadie lo admitirá justo antes de las elecciones. Sin embargo, si el mundo se da cuenta de que el establecimiento de un estado judío en Palestina no ha traído más que guerras, terrorismo a nivel mundial y conflictos, ¿cómo no va a lamentar la decisión de habernos otorgado un estado?
La esencia de nuestro pueblo
Si queremos permanecer aquí, vamos a necesitar el apoyo del mundo. Y para ganárnoslo, debemos volver a nuestras raíces. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” no es el eslogan de una pegatina para el parachoques. Es nuestra ley universal, la esencia de nuestro ser pueblo. Si no vivimos bajo esa ley, no somos Israel y el mundo no justificará que reclamemos esta tierra.
Solo cuando estamos unidos podemos ser “una luz para las naciones”, porque lo que el mundo necesita es unidad, pero no podrá alcanzarla a menos que nosotros les mostremos el camino. Cuando nuestros antepasados experimentaron confrontaciones y guerras propiciadas por el ego, no suprimieron el odio que sentían unos hacia otros. Al contrario, incrementaron la importancia de estar en unidad por encima del odio. “El odio despierta contiendas”, constató el rey Salomón, “pero el amor cubre todas las transgresiones”, concluyó.
Hace unos veinte siglos fuimos expulsados de la tierra de Israel porque sucumbimos al odio infundado y no lo cubrimos con amor. Ese odio todavía está en plena ebullición. Si no lo cubrimos con amor, seremos expulsados de nuevo.
En vez de batallar, tenemos que ver nuestros conflictos como oportunidades para cubrir nuestros egos con amor. Este método de trabajo por encima del egoísmo es un ejemplo que solo nosotros podemos brindar al mundo, ya que solo nosotros lo hicimos en el pasado. Lo único que necesitamos es restablecer esta actitud hacia los conflictos y compartirlo con el mundo.
El mundo justificará nuestra soberanía en Israel siempre y cuando proporcionemos ese ejemplo de amor por encima del odio. Pero si caemos en triviales disputas, las naciones tendrán ningún motivo para permitirnos vivir en una tierra propia; ya tienen suficientes problemas.
Hemos agotado la paciencia del mundo. Ahora, o nos unimos y nos convertimos en el modelo de conducta que estamos destinados a ser o seremos exiliados y exterminados no solo en Israel, sino en el mundo entero.