Hay una alegoría sobre un matrimonio que dirigía un hotel para gente común y que intentó robar a un comerciante rico que alquiló una habitación para pasar la noche.
La esposa vio las costosas pertenencias del comerciante y le dijo a su marido que tenía un polvo, que hacía que la gente se olvidara de todo. Añadió ese polvo a la cena del comerciante, con la intención de que dejara olvidadas algunas de sus hermosas posesiones.
El comerciante terminó su cena, elogió a los propietarios del hotel por su agradable experiencia y partió al amanecer. Inmediatamente después que se fue, los propietarios corrieron a la habitación del comerciante en busca de cualquier objeto de valor que pudiera haber dejado. De repente, el marido gritó: “¡Lo olvidó, lo olvidó!”. «¿Qué olvidó?» exclamó su esposa con alegría. «Olvidó pagar la noche».
En esta alegoría, la pareja es castigada directamente por su acto delictivo. Pero en este mundo, hay ejemplos de gente que da una imagen bonita de sí misma, con sonrisas y buenas acciones aparentes en el exterior, para robar a los demás. Por ejemplo, pueden cuidar a un pariente anciano, pero en silencio esperan su fallecimiento para tener sus pertenencias y bienes. Las mujeres jóvenes pueden casarse con millonarios ancianos, con la intención de lograr una parte importante de su herencia. Sin embargo, en esos casos no vemos que haya un castigo directo por los esfuerzos de manipulación.
Aún así, el castigo llega. Puede que no lo sintamos directamente, pero la naturaleza tiene su forma de equilibrar lo que sucede en la humanidad.
La vida en este mundo es un castigo por nuestra actitud egoísta hacia los demás. Las guerras y muchas otras formas de sufrimiento son provocadas por las actitudes egoístas y corruptas. Pues buscamos beneficio propio a expensas de los demás y de la naturaleza y no tenemos ningún deseo genuino de dar felicidad ni bondad a nadie más.
La naturaleza nos ha venido preparado para pasar por una determinada etapa de desarrollo, en la que descubrimos que somos muy egoístas, es decir, que, de todo corazón, deseamos beneficio a expensas de los demás y gracias a esa revelación, podemos recurrir a las leyes mismas de la naturaleza que nos creó, con esta demanda sincera: “¡Ve cómo me creaste! ¿Qué debo hacer? Sólo esparzo semillas de odio a mi alrededor. Y fuiste Tú quien me hizo así”. Además, así como nos creó la naturaleza, con actitud tan egoísta, ella misma puede corregirnos para que el ego innato se convierta en su opuesto altruista.
A diferencia del ejemplo de los dueños del hotel de la alegoría, que intentan robarle al comerciante, nosotros no sentimos el castigo directo por nuestras actitudes egoístas y corruptas hacia los demás, porque si lo hiciéramos, aprenderíamos muy rápido y todos se enderezarían en un instante. .
En cambio, el castigo por la actitud egoísta en este mundo es indirecto. No entendemos por qué ni cómo es problema tener este enfoque egoísta hacia los demás y hacia el mundo. Si sintiéramos la retroalimentación negativa directa por nuestras intenciones y acciones negativas, muy rápido nos volveríamos soldados muy bien portados. Pero no aprenderíamos nada sobre nosotros mismos ni sobre cómo desarrollar actitudes positivas hacia otros y hacia la naturaleza, es decir, no desear mal a los demás. En lugar de eso, comprenderíamos que, aunque aún deseamos explotar a los demás en beneficio personal, los castigos directos que recibiremos por hacerlo, no nos permitirían actuar como nos gustaría hacerlo.
La naturaleza nos desarrolla para, eventualmente, entender que no debemos odiar ni explotar ni manipular ni abusar de los demás y nuestra actitud innata hacia los demás cambiará al punto mismo de la naturaleza. Estamos en camino hacia la coyuntura crítica en el desarrollo humano, llamada “reconocimiento del mal”, un punto donde descubrimos que nuestra naturaleza innata es egoísmo total y nos sentiremos mal por tener esa naturaleza. Esta revelación nos hará desear una transformación sincera de nuestra naturaleza, para volvernos como la naturaleza fuera de nosotros: altruista, amorosa y otorgante.
Hay un proceso incrustado en la naturaleza y necesariamente pasaremos por esos juicios y descubrimientos y llegaremos a un final feliz, al cambiar nuestra actitud egoísta innata hacia los demás, por actitudes que nos permitan conectarnos en armonía, paz y felicidad. Ese estado en el que la humanidad descubre su naturaleza malvada y egoísta, opuesta a las leyes altruistas de la naturaleza y donde apasionadamente desea el cambio, se llama “última generación”. Actualmente estamos en el inicio de esa última generación, pero es sólo el inicio.
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