La arrogancia es uno de nuestros rasgos fundamentales y más destructivos. Incluso tiene un nombre académico: superioridad ilusoria. Básicamente, significa que la mayoría de la gente piensa que es mejor de lo que realmente es, en la mayoría de los aspectos de la vida. Tendemos a sobreestimar nuestras cualidades y habilidades en casi todo lo que hacemos, decimos o pensamos. Tendemos a sobreestimar nuestras habilidades cognitivas, hábitos de salud, habilidad para conducir e inteligencia.
Incluso pensamos que somos más resistentes a los prejuicios de lo que realmente somos. Los investigadores lo llaman el «punto ciego del sesgo», básicamente significa que nos describimos como menos susceptibles al sesgo que otras personas. Pero si, por ejemplo, el 68 por ciento de los profesores encuestados en la Universidad de Nebraska se clasifica a sí mismo en el 25 por ciento superior en capacidad de enseñanza y el 94 por ciento se clasifica por encima del promedio, algunos están siendo poco realistas sobre sí mismos, pues los números simplemente no suman. Lo mismo ocurre con los estudiantes de la maestría en Administración de Empresas de la Universidad de Stanford, el 87 por ciento calificó su desempeño académico por encima de la media.
Una de las explicaciones clave que los investigadores han encontrado para el fenómeno de la superioridad ilusoria es, como era de esperarse, el ego. En otras palabras, la mayoría somos demasiado egoístas para vernos como realmente somos. La arrogancia o superioridad ilusoria, sería divertida si no nos costara tanto. Nos hace pensar que podemos vencer a los otros operadores de mercado de valores y terminamos perdiendo dinero. Nos hace pensar que tenemos una buena oportunidad de ganar la lotería u otras formas de juego y que vale la pena gastar cada vez más dinero en ello, cuando en realidad nuestras posibilidades son muy cercanas a cero. Nos hace participar en hábitos alimenticios poco saludables, pensando que podemos vencer las probabilidades y no ser afectados por nuestra mala nutrición. También nos hace tomar riesgos innecesarios e imprudentes en la carretera creyendo que no nos pasará nada. Pero la gente muere y queda mutilada por el resto de su vida, debido a estos errores de juicio. Estos errores no solo afectan a los que los cometen, también a otros, cuyo único «delito» fue estar presentes cuando ocurrió el error.
Sin embargo, aunque el ego es, de hecho, la causa principal de la arrogancia, hay una buena razón para ello y una buena solución. El sentido de unidad es común a todos. Cada uno es realmente único y es bueno que sea así, siempre que lo usemos correctamente.
Así como no hay dos células iguales en el cuerpo, no hay dos personas iguales en el organismo de la humanidad. Cada célula del cuerpo es única y tiene una función única, igual que nosotros. Cuando hace su tarea, contribuye al cuerpo. En otras palabras, sólo cuando la célula usa su característica única en beneficio del cuerpo, su singularidad contribuye al bienestar del colectivo, el organismo y estamos saludables. Si usa su singularidad para cualquier propósito que no sea para el bien común, se vuelve dañina y debe ser expulsada.
Nosotros también: cuando usamos nuestra singularidad en beneficio de la sociedad, ayudamos a la sociedad, que a su vez nos apoya a nosotros y a nuestra autoexpresión única. Cuando usamos nuestra singularidad para cualquier otro propósito, como acumular riqueza o poder, nos volvemos perjudiciales para la sociedad. En ese caso, tenemos una de dos opciones: o cambiamos nuestras costumbres y usamos nuestra singularidad para el bien común o nos quedamos como estamos y la sociedad, en algún momento, nos expulsará. Por eso, la única forma de definir lo positivo o lo negativo es, si las acciones benefician a la sociedad o la perjudican.
Actualmente, está claro que estamos usando nuestros rasgos de manera negativa. No es culpa de nadie; así nacimos y así fuimos educados. Pero, si seguimos así, nos destruiremos unos a otros. De hecho, ya estamos en el límite.
La consideración mutua no es natural para los seres egoístas. Por eso, la educación es una herramienta necesaria para cambiar nuestra mentalidad de «yo primero» a «nosotros primero». Si pudiera asesorar a los gobernantes sobre el activo esencial para sus países, les diría que la educación para la conexión es el requisito número uno para un gobierno exitoso.
Especialmente hoy, la falta de conexión, el odio y la alienación lo están arruinando todo. Somos individuos únicos, seremos únicos y debemos seguir siendo únicos. Pero, a menos que se nos enseñe a usar nuestra singularidad para el bien común, nuestra singularidad sólo traerá aniquilación y muerte, en lugar de prosperidad y alegría.
Lo bueno dé todo ésto es qué vamos a morir los dé está generación , y cómo hizo el Único no nos dejará entrar a la tierra prometida : se repite la historia.