Sin necesidad del honor, el hombre viviría tranquilo en un rincón. Hay una especie de fuego interior, que constantemente nos alimenta y nos obliga a tener éxito ante los ojos de los demás. Deberían apreciarnos, respetarnos, hablar bien de nosotros.
El honor es una condición que no se hereda, hay que trabajar por él. Depende de los valores que se acepten en la sociedad. Puede ser una sociedad que valora el dinero y los símbolos de estatus o una que valora la sencillez y una vida modesta o una sociedad criminal que valora el poder y la violencia o una sociedad de artistas que valora la sensibilidad y la creatividad. En cualquier caso, depende de nuestras características innatas, de la educación que recibimos y de la sociedad que nos rodea, cada uno quiere ganarse la atención, el aprecio y el respeto de quienes le rodean. Sin eso, no se siente completo.
A cada momento, la sociedad nos da un modelo para medirnos. Nos hace esforzarnos y trabajar para ser cada vez más, un modelo de éxito. Algunos están dispuestos a invertir mucho para ser recordadas después de su muerte, porque el sentimiento de dignidad no tiene límites ni en tiempo ni en lugar ni en intensidad.
Honor, ¿es bueno o malo? Depende de cómo se use. Para ilustrar, si quiero estimular a un niño para que estudie, le digo: ‘Eres mejor, serás grande, todos te respetarán’, así lo motivo a estudiar y eso es bueno. Pero, si rebajo su dignidad, destruyó su confianza en sí mismo y no saldrá nada de eso.
Con respecto a nosotros, debemos examinar la dirección a la que nos conduce el respeto. Si el deseo de estar por encima de todo nos lleva a actuar a expensas de los demás, a patearlos en el camino a la cima, a controlarlos y manipularlos, es un honor destructivo. Honor constructivo, en cambio, es que quiero ser respetado, ayudar a todos, sacrificarme por ellos, preocuparme por su bienestar. Si la sociedad me honra por esa actitud, como persona buena y generosa, es un honor constructivo. También irá acompañado de competencia constructiva: buscar invertir más en beneficio de la sociedad.
Dada la naturaleza egoísta de los seres humanos, hay la tendencia a menospreciar a los demás en lugar de respetarlos. Una sociedad egoísta pone a todos bajo presión constante: ¿Se está violando mi dignidad? ¿me respetas como merezco? ¿hay alguien más respetable que yo? En general, esta presión nos pone en una competencia despiadada que destruye nuestras relaciones, nuestra salud y nuestra vida.
El desarrollo social y personal mejora cuando aprendemos a usar la sabiduría de la conexión. En general, este método cambia nuestra naturaleza egoísta a una naturaleza de otorgar. Con su ayuda llegamos a una situación en la que nos conectemos como un hombre con un corazón.
Gradualmente comienzas a sentir un poder especial de otorgamiento, amor y generosidad. Una fuerza que nos conecta y nos une. Es la fuente de una inspiración especial de respeto mutuo. Es un sentimiento sublime, espiritual, maravilloso. Todos se sienten plenos, especialmente en relación con los demás. Es un honor estar en relación así con todos.
Respeto mutuo es, respetar al otro y el otro a mí, porque sólo juntos podemos construir un sistema de comunicación en el que se revela el mismo poder supremo. No subestimo a nadie, pues sé que dependo de los demás para mi desarrollo personal. Para ser más preciso, puedo decir que no nos respetamos, sino que es el estado de conexión común que construimos. Y ese es un honor muy especial.
En pocas palabras, a los que quieren ser respetados se les recomienda que aprendan y también enseñen a otros a conectarse adecuadamente, a elevarse juntos al grado de vida más digno que existe.
¡Excelente artículo! Muy claro y didáctico. Útil no solo para los jóvenes, sino para todas las personas de todas las edades.