Quedan entre 10 y 12 años para salvar al planeta de un verdadero desastre; éste es el resultado final de un informe serio de científicos de alto nivel de la ONU publicado recientemente. La conclusión es simple: si las emisiones de gases de efecto invernadero no se reducen hasta el 2030, la Tierra sufrirá daños irreversibles. A esta lista agreguen el resto de los desastres naturales, como tsunamis, inundaciones, tormentas, incendios, extremas olas de frío y de calor, glaciares que se derriten y más.
Pero la naturaleza no se volvió loca. Quienes no están bien de la cabeza somos nosotros. Y para entender la triste situación en forma de frecuentes azotes climáticos, tenemos que conocer la razón del fenómeno. Vivimos en el sistema de la naturaleza, un sistema de fuerzas que actúa en diferentes niveles: inanimado, vegetal, animal y humano. La naturaleza es un sistema cerrado, unificado e integral, cuyas partes, incluso las más remotas, están interconectadas. La relación entre las partes es tan mutua y estrecha que cada parte funciona y afecta a todo el sistema.
Tomen nuestro cuerpo como ejemplo de un sistema armónico. Si alguna célula u órgano está desequilibrado, puede causar una enfermedad, un desequilibrio en todo el cuerpo. Los médicos verifican el equilibrio de los sistemas en nuestros cuerpos, y cuando recibimos los resultados de las pruebas, podemos diagnosticar el estado en relación con la norma. Si el índice de valores corporales es mayor o menor que el promedio, esto implica que nuestro cuerpo no goza de buena salud.
Hace cincuenta años vivimos en equilibrio en la Tierra. El bonito hogar en el que nos desarrollamos, del cual nos alimentamos y gracias al cual existimos, mantuvo una «salud» estable. Las relaciones se basaban en la reciprocidad; nosotros, en la medida de lo posible, nos preocupamos porque la actitud hacia la Tierra se mantuviera estable y en el nivel correcto, como nuestros exámenes médicos.
El problema comenzó tan pronto rompimos los límites de lo permisible y salimos del equilibrio con la naturaleza. Desde entonces, hemos estado emitiendo dióxido de carbono, contaminando los océanos con desechos que no son biodegradables, fertilizando el suelo con productos químicos, alimentando el ganado y aves de corral con antibióticos, etc. Estos compuestos químicos y artificiales no se descomponen en la tierra ni en el aire, y finalmente nos alimentamos de ellos una y otra vez. Como resultado, surgen nuevas enfermedades, físicas y mentales.
Mientras el ego domine al hombre, la situación solo empeorará. La avaricia incita a muchas personas y corporaciones a usar sustancias tóxicas en la agricultura y la medicina y, lamentablemente, la integridad de la naturaleza no les preocupa. La competencia en la industria los estimula a ganar más; los gobiernos están sujetos a los capitalistas, e incluso los científicos realizan sus investigaciones según los intereses de los ministerios de industria y comercio.
Así es como hemos llegado a un estado en el que la naturaleza se desequilibra y las «enfermedades naturales» que antes tenían lugar en bajas proporciones, crecen como setas después de la lluvia. Una persona que comienza gradualmente a sentirse enferma, con síntomas de escalofríos y fiebre, indica que está sobrepasando el límite de salud normal; lo mismo está ocurriendo en nuestro planeta. Los médicos de la naturaleza -científicos que estudian los diversos aspectos climáticos-, señalan que la tasa actual de síntomas adversos es una señal de que estamos enfrentando un terrible brote de la enfermedad: cambios agudos en el clima que conducirán a grandes y difíciles tragedias naturales.
Aun cuando parece que en una región el clima es maravilloso y en otra tormentoso, es un asunto temporario. El globo es redondo y el sistema natural es integral, y en definitiva, así como una infección en el pie se extiende gradualmente por todo el cuerpo, los golpes de la naturaleza se extenderán a lo largo y ancho de la Tierra. Pero en lugar de hacer el bien de acuerdo con las leyes de la naturaleza, continuamos haciendo el bien según la perspectiva de los magnates. De aquí proviene la brecha y la polarización en la sociedad humana, que hace lo que le place. En la actualidad existe un desequilibrio como resultado de la falta de armonía entre la naturaleza y la sociedad humana.
Mientras la brecha siga creciendo, los golpes de la naturaleza cobrarán mucho sufrimiento, enfermedades y muerte. Un terremoto, por ejemplo, puede causar una gran destrucción. Entonces no habrá escape, y el clima nos obligará a comportarnos de manera diferente. Tendremos que cambiar y ser considerados estar interconectados, como el sistema natural integral. Este cambio debió haber ocurrido hace unos cincuenta años, cuando comenzamos a violar de manera despiadada el equilibrio general del planeta Tierra. Desde mediados del siglo XX, cuando alcanzamos entre nosotros un sistema integral y comenzamos a estar vinculados por una interdependencia global en el comercio, la industria, la economía, los medios de comunicación, etc., nosotros, la raza humana, deberíamos haber aceptado la ley de responsabilidad mutua. Adoptar la ley de solidaridad entre nosotros. Eso es atender las necesidades de toda la humanidad manteniendo y respetando el equilibrio en la naturaleza.
Pero aunque realmente queramos hacerlo, no tenemos la fuerza para enfrentar los problemas y su rápida propagación. La razón es una: nuestro ego. Somos muy débiles contra él. Nuestro ego nos empuja a triunfar y ganar a costa del otro. Al ego no le importa lo que pase con el cambio climático. El ego exigente demanda más dinero y está dispuesto a pisotear cualquier acuerdo y salir y luchar por cada centavo. Por lo tanto, para restringir el ego, poner fin a los problemas y alcanzar una vida buena y equilibrada, primero debemos lograr acuerdos estables entre nosotros. Y no se trata del «Acuerdo de Kioto» o el «Acuerdo de París» y otros similares, pues, ¿quién los toma en cuenta hoy en día?
Más bien, la previsión real consiste en el acercamiento y el acuerdo entre los seres humanos. Nuestros pensamientos obran en todo el mundo, porque el mundo es una creación, un cuerpo. Nuestra psicología, nuestras fuerzas internas y pensamientos, también forman parte de este sistema, pero actúan en un nivel elevado de la realidad, el cual no entendemos o captamos. Nosotros podemos influir en el equilibrio de la naturaleza de la manera más beneficiosa con nuestros pensamientos e intenciones.
Pero en esta encrucijada, en la que todos están de acuerdo en que una buena relación mutua nos salvará en tiempos de problemas y crisis, nos sentimos impotentes. Esta es la razón por la cual la Cabalá se revela hoy. Esta sabiduría no es una religión nueva o antigua, tampoco misticismo o una teoría filosófica, sino una doctrina científica ordenada que nos enseña cómo originar la fuerza positiva de la conexión y cooperación adecuadas entre las personas. La implementación de «no hagas al otro lo que no quieras que te hagan» y «ama a tu prójimo como a ti mismo», es indispensable para nuestra existencia armoniosa en un sistema donde debemos ser considerados unos con otros.
Todo depende de la relación entre las personas. Por lo tanto, si desarrollamos una conciencia pública adecuada y nos percatamos de la importancia de la reciprocidad, seremos receptivos ante el cambio. Y aunque hemos cruzado una peligrosa línea roja, cuanto más seamos considerados entre nosotros, más lograremos rehabilitar la Tierra, sanar las relaciones, respirar la vida en ella y convertir la Tierra en un hogar de bondad abundante para miles de millones de personas.