Informes recientes dicen que hay «trastornos cerebrales graves en pacientes con COVID-19 leve o en recuperación». Melinda Moyer escribió en The New York Times: «Entre los pacientes hospitalizados por COVID-19 en Wuhan, China, más de un tercio advirtieron síntomas en su sistema nervioso», «investigadores franceses informan que el 84 por ciento de los pacientes de COVID-19 que ingresaron en la UCI tuvieron problemas neurológicos y el 33 por ciento de ellos, seguía desorientado y confundido, cuando fueron dados de alta». Es claro que el coronavirus no es sólo una infección respiratoria; está afectando a lo que somos.
Hoy, ya se reconoce que el virus se propaga en el aire, no sólo en gotas que caen a dos metros del portador. Infecta a todos, a cada uno de manera diferente. No quiere decir que todos sufriremos o nos enfermaremos, pero todos sentiremos que estamos cambiando, externa e internamente, en nuestro comportamiento, pensamientos y acciones. En todo lo que hacemos, algo será diferente.
En este momento, nos enfocamos principalmente en los cambios superficiales: el impacto en nuestros sentidos; como visión borrosa, pérdida de capacidad para oler y saborear, etc. Pero el impacto va mucho más allá de los sentidos físicos. Si ves con atención dentro de ti, estoy seguro de que descubrirás que ya no eres el mismo que fuiste antes del brote del virus. Observa que cambiaron tus pensamientos, tus ambiciones, tus esperanzas y expectativas. La COVID-19 no es sólo un virus; está reprogramando nuestra psique.
El nuevo coronavirus nos obliga a reconsiderar nuestros valores, nuestras prioridades, nuestras relaciones. Gradualmente, nos daremos cuenta de que la felicidad y la satisfacción duraderas no se pueden encontrar en la acumulación de riqueza ni en la propiedad. Tener una pila más grande de ladrillos y madera con escrituras a mi nombre, no me hará sentir ni satisfecho ni feliz. Tampoco, lo hará tener más ceros en el banco, cuyo valor sólo es agradable cuando te hacen sentir superior a los demás.
Puede que ni siquiera notemos que cambiamos, pero en unos pocos meses, cuando recordemos lo que fuimos al inicio de esta década, veremos que ya llegamos muy lejos. No sentiremos que el cambio fue por el virus; simplemente tendremos valores diferentes a los de hoy.
El virus, muy sutilmente nos impone cambios. Incluye un sentido de responsabilidad social en nuestra psique. La idea de usar la mascarilla, no para protegerme, sino por la seguridad de los demás, para no infectarlos, pues puedo ser portador asintomático, es ajena a la mentalidad en la que fuimos educados. Pero en la mentalidad revelada por COVID-19, es un hecho.
El virus irá más allá del deber de usar mascarillas. Puesto que destruyó la industria del entretenimiento, devastó la cultura de salir a cenar y dio un golpe demoledor al sentido de compras físicas, de hecho, nos obliga a llevar la responsabilidad social, también a nivel económico. El país tendrá que ayudar a los que no tengan ingreso para obtener su pan. Al mismo tiempo, el país debe obligarlos a dar algo a cambio.
Tendremos que aprender que en una sociedad de responsabilidad mutua, tendremos lo necesario, pero también deberemos dar. Además, sólo los que dan, tienen derecho a recibir. No quiere decir que todos demos lo mismo, pues no todos somos iguales, pero será obvio que cada uno debe dar su esfuerzo en beneficio de la sociedad. Pronto seremos conscientes de que así se supone que debe ser; nos parecerá natural y ni siquiera recordaremos que alguna vez pensamos lo contrario.
Los cambios sociales y emocionales que el virus trae, ya están en marcha. Mientras más los sigamos, mejor nos sentiremos en el camino. Mientras más nos resistamos, más agresivo se volverá el virus. Si lo aceptamos, ni siquiera lo sentiremos como enfermedad ni siquiera tan leve como un resfriado. Estamos en transición hacia una era de responsabilidad social, prosperidad y felicidad para todos y el virus es nuestra guía oculta, escrupulosa pero afectuosa.
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