Cuando no se puede aceptar una realidad sombría, ver al cielo es reacción instintiva. En EUA, en un año, se han perdido medio millón de vidas con la pandemia de la COVID-19, desde el brote del virus. Una encuesta reciente del Pew Research Center revela que la gente de países económicamente desarrollados dice que el surgimiento de la COVID-19 impulsó sus creencias religiosas, particularmente en EUA, donde casi tres de cada diez adultos dicen que la pandemia del coronavirus fortaleció su fe.
El desarrollo de la civilización nos alejó de la naturaleza; por eso, desconocemos su conducta y nos sentimos más vulnerables ante ella. Y a pesar de nuestra enorme capacidad tecnológica, estamos indefensos frente a epidemias mundiales, cambios climáticos y otras crisis. No sabemos adónde huir ni cómo afrontar la situación y ciertamente, no vemos un futuro brillante en el horizonte.
La incertidumbre de estos tiempos, la falta de respuestas claras y el desvanecimiento de la esperanza, hace que la gente busque, como lo ha hecho desde tiempos inmemoriales, un poder superior que espera que pueda guiar su destino. Comienzan a tantear en la oscuridad y preguntan: ¿Dónde está el poder que crea este mal en el mundo, cómo podemos sobrevivir al siguiente golpe y en general, cuál es el significado de este mundo? A medida que escuchamos que más y más personas mueren a causa de esta plaga, nuestro sentido de seguridad se ve socavado, el miedo por nuestros seres queridos crece y la vida adquiere un tono gris ambiguo y desconocido. Por otro lado, en el último año, las condiciones de vida cambiaron drásticamente. El trabajo se trasladó al hogar, los niños están inmersos en el aprendizaje a distancia y el marco de la vida se redujo a los límites familiares. Nuestro mundo se encogió.
Con opciones reducidas en la búsqueda de algún rayo de luz que dé seguridad, ahora que la gente realmente no sabe con qué contar ni dónde depositar sus esperanzas, la religión se convierte en un ancla, en fuente de estabilidad.
Tal vez no necesariamente encuentra respuesta a todas las preguntas, pero al menos, hay cierta sensación de alivio en la aterradora realidad que enfrentamos. No es signo de retroceso ni de tendencia a un mundo más religioso y conservador. Es señal de que la humanidad busca, en un momento de confusión y cimientos que se derrumban, el significado de la vida y el deseo creciente de una conexión segura con el futuro, en cercanía con la Fuerza Suprema que gobierna la vida. Aunque en esta búsqueda, algunos encuentran que la religión es insuficiente para darles calma y satisfacción duraderas y seguirán buscando respuesta.
Incluso antes de que las principales religiones se expandieran por el mundo, había numerosas creencias, rituales y prácticas de idolatría. El ser humano siempre ha necesitado sentir seguridad y respuestas para lo inexplicable. Esta noción llevó al controvertido Karl Marx a afirmar que «la religión es el opio del pueblo», mientras que Voltaire dijo «si Dios no existiera, sería necesario inventarlo». De hecho, es bueno que el hombre busque conexión con el poder superior. Se manifiesta a lo largo de nuestro eje histórico de desarrollo: las tribus bailaban alrededor de las hogueras para honrar a sus diosas, se inclinaban ante estatuas y adoraban el poder de la naturaleza en diferentes formas, hasta que esas prácticas evolucionaron hacia religiones estructuradas y sistemas de creencias.
El fortalecimiento de las creencias religiosas en los últimos días de la pandemia, como lo muestra la encuesta, en realidad indica un proceso de desarrollo más amplio por el que atraviesa la humanidad.
La pandemia global de COVID-19 nos está enseñando que somos una pequeña aldea mundial y que todos somos interdependientes, que estamos bajo una fuerza suprema que controla cada detalle en la realidad.
Todos estamos en un solo sistema natural armónico, conectado en todas sus partes y el hombre, como resultado de su naturaleza egoísta opuesta, una y otra vez corta los hilos de conexión entre él y los demás, viola así las leyes de la naturaleza y arranca a la sociedad humana del sentimiento del poder supremo que nos rodea. El coronavirus es una reacción de la naturaleza armoniosa hacia la humanidad, una especie de catalizador para volver a cerrar la brecha que se hizo entre la humanidad y la naturaleza. Por lo tanto, lo que necesitamos con urgencia son conexiones positivas, en otras palabras, la religión del amor.
No hay nada de malo en la tendencia temporal a volver a abrazar la religión tradicional, contribuye a nuestro progreso.
En primer lugar, conecta a la gente y le da pistas sobre lo bueno que es la unidad. Aunque aún sea una conexión egoísta, luego se corregirá y se volverá altruista. En segundo lugar, la religión revela a los creyentes su debilidad en relación con la naturaleza integral y genera dependencia de la Fuerza Suprema.
Una relación profunda no entra en conflicto con ninguna práctica, costumbre o tradición religiosa, sino que la acompaña. El principal cabalista, el rabino Yehuda Ashlag, Baal HaSulam, escribió en Escritos de la última generación, «Además de ‘amar a tu prójimo como a ti mismo’, cada nación puede seguir su propia religión y tradiciones y una no debe interferir con la otra». Porque cuando amas, hay un lugar para todo, para todos y cada uno. Esa es la mayor fortaleza de una sociedad.
Gran verdad, excelente información. Muchísimas gracias. Bendiciones infinitas 🙏
Que buena, y profunda reflexión. Sus palabras siempre siembran preguntas y esperanza a leerlas, gracias por compartir su pensamiento.
Es un axioma psicosocial, entre más sufre un pueblo más fanatico religioso se torna , el miedo es un catalizador de estas enfermedades mentales místicas, que se convierten en histeria colectiva, así pasó en las anteriores pestes