El 13 de mayo de 1939, un lujoso barco de pasajeros llamado Saint Louis zarpó desde el puerto de Hamburgo, en Alemania, hacia Cuba, transportando a unos 900 refugiados judíos. Los pasajes para el viaje se agotaron inmediatamente por un precio exorbitante. Seis meses antes ocurrió la “Noche de los cristales rotos”, el terrible pogromo contra los judíos de Alemania y muchos de ellos buscaron refugio de las garras del régimen nazi. Saint Louis partió hacia su destino lleno de pasajeros agradecidos por la oportunidad de escapar del infierno inminente. Entre los pasajeros, que disfrutaban de manjares, bailaban al son de música clásica y chapoteaban en la fresca piscina, había un agradable ambiente de vacaciones. Los niños pequeños corrían a lo largo de la cubierta, jugando con gran placer en su camino hacia un nuevo futuro, y los adultos se sacaban fotografías de recuerdo con el amplio océano de fondo.
El 27 de mayo de 1939, el barco entró en el puerto de La Habana, Cuba, pero no se le permitió anclar. Aunque todos los pasajeros tenían visas de entrada, no se les permitió bajar. La gran mayoría no sabía que las visas habían sido canceladas antes de su partida por el gobierno cubano. Nubes oscuras cubrieron el cielo. En la playa, se llevaron a cabo negociaciones para llevar a los judíos a la orilla. Los funcionarios corruptos exigieron sobornos, y el ministro de propaganda nazi, Goebbels, envió emisarios para impedir la entrada de los judíos en La Habana.
La historia estuvo oculta a los ojos del mundo. Cuanto más se retrasó la entrada de los judíos, más grande fue el suspenso en el mundo sobre el destino que depararía a quienes estaban a bordo. El embajador estadounidense intentó convencer al gobierno local para que permitiera a los judíos ingresar a su territorio, pero fue en vano. El estado anímico de los judíos en el barco iba desmejorando. Uno de los pasajeros incluso intentó suicidarse, y temiendo que otros pasajeros saltaran a su muerte, se estableció una custodia en la cubierta del barco. Finalmente, las autoridades cubanas obligaron a los pasajeros a abandonar Cuba. Saint Louis navegó hacia el norte hasta la costa de Florida, con la esperanza de que Estados Unidos les permitiera anclar allí, pero fue rechazada nuevamente por una orden directa del Presidente Roosevelt. Canadá también los rechazó. A pesar de las enormes sumas de dinero ofrecidas en cada puerto, ningún país se convencía. Finalmente el barco dio la vuelta y regresó a Europa.
En el último minuto, se logró obtener visas de entrada a países de Europa occidental: 181 pasajeros fueron registrados en Holanda, 224 en Francia, 214 en Bélgica y 228 en el Reino Unido. Fuera de este último, la mayoría de los judíos que «encontraron refugio» en Europa fueron asesinados en los campos de exterminio nazi como parte de la «solución final».
«Pedimos disculpas a los 907 judíos que estaban a bordo del barco y sus familias», dijo el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en la Cámara de Representantes. «Lamentamos la insensibilidad de las acciones de Canadá y por no disculparnos antes».
La disculpa de Trudeau llega en el contexto de un aumento en el número de incidentes antisemitas en los Estados Unidos y Canadá. 80 años después del incidente del Saint Louis, el antisemitismo continúa golpeando sin piedad. Los judíos del mundo están tratando de digerir el terrible tiroteo en la sinagoga de Pittsburgh hace unas semanas, y ya escuchamos sobre otros incidentes de violencia contra judíos: esvásticas marcadas en las puertas de judíos, y la red de Internet llena de odio antisemita.
Aunque parece que el pueblo judío tiene hoy un hogar en la tierra de Israel, en momentos de crisis, incluso países como Estados Unidos y Canadá, no nos apoyarían. Aunque la historia llegara a repetirse, Dios no lo permita, ningún país nos aceptaría dentro de sus fronteras, ni el más civilizado. Las olas del antisemitismo moderno que ahora asaltan a los judíos en Europa deberían servirnos como un recordatorio de nuestra tarea: unirnos. Los judíos son responsables de todo lo que sucede en el mundo, ya sea para bien o para mal. Esto es difícil de entender, porque por ahora no lo sentimos, pero así es como está formado el sistema de comunicación humana desde dentro. El Libro del Zóhar compara la conexión entre Israel y el mundo con los órganos del cuerpo humano: «Israel entre las demás naciones, es como un corazón entre los órganos, y así como los órganos del cuerpo no podrían existir en el mundo ni un momento sin el corazón, todas las naciones no pueden existir en el mundo sin Israel». Toda acusación, cada persecución, cada rechazo, cada furia y amenaza, expresa la exigencia del mundo de que el pueblo judío entero cumpla su papel y lleve a la humanidad a la felicidad y el propósito de la vida.
Inconscientemente, la humanidad siente que los judíos tienen la solución a todos sus problemas y la clave de su felicidad. No es en vano. La presión mundial sobre Israel está dirigida por el programa de evolución humana que se define en la naturaleza. Los sabios antiguos expresaron esto al explicar lo siguiente: «toda calamidad que llega al mundo, es solo para Israel» (Masejet Yevamot 62a). Si es así, tarde o temprano Israel deberá cumplir su papel con respecto a la humanidad y ser «luz de las naciones», para servir de ejemplo de una sociedad civilizada en la que todos viven en amor fraternal, por encima de todas las diferencias. Solo entonces navegaremos hacia un mundo nuevo y beneficioso.
Para ver el vídeo sobre el tema: http://bit.ly/2zfkT