El trágico ataque armado cometido por un palestino en la zona industrial israelí Barkan, en la Cisjordania, en el que fallecieron Kim Levengrod-Yehezkel y Ziv Hagbi, no nos deja más remedio que abrazar el dolor. Abrazar a los niños que quedan huérfanos, a los padres desgarrados, y a los doloridos hermanos.
A la par del dolor y la angustia, vemos un sueño enterrado. La empresa donde ocurrió el incidente judíos y árabes trabajaban en aparente armonía, una burbuja de convivencia pacífica que explotó, una ilusión de vida de mutuo respeto y cooperación que se nos explotó en las manos. Pero, ¿había aquí desde un principio una convivencia?
Una verdadera convivencia puede ocurrir solo cuando el pueblo de Israel esté unido. Nos convertimos en un pueblo desde que Abraham congregó a los representantes de las setenta naciones del mundo que vivían en clanes en la antigua Babilonia, alrededor de 4000 años atrás. A pesar de ser extraños y diferentes unos de otros, preferimos mantener lo que nos unía por encima de aquello que nos dividía, cubrir con amor todas las transgresiones.
Los esfuerzos de conectarnos por encima de las diferencias despertaron entre nosotros una fuerza positiva, poderosa, que nos conectaba, la cual se halla en la base de la naturaleza. Únicamente gracias a la revelación de esta fuerza es que logramos convertirnos en un pueblo que vivía en unidad y responsabilidad mutua. Como escribió el Rav Kuk: “En Israel se encuentra el secreto de la unidad del mundo”.
Solo que después se derrumbó la estructura de la unión y el amor, y nos separamos por dos mil años de exilio. Y solo cuando despertemos nuevamente la fuerza conectora que se encuentra entre nosotros, podremos elevarnos por encima de la naturaleza egoísta y vivir en solidaridad mutua; entre nosotros, con nuestros vecinos y con las naciones del mundo.
Hasta que no corrijamos el ego humano, se pueden resumir las palabras sobre una vida en hermandad y coexistencia como una inocente aspiración, nada más. La coexistencia y la unión entre los hombres exigen una fuerza de superación por encima del creciente ego, y no una solución mágica temporaria de trabajo en común. De otro modo, el mundo seguirá funcionando como siempre. El egoísmo, que es la naturaleza humana negativa, lo domina, lo conduce a obrar contra el prójimo.
El egoísmo humano solo irá evolucionando y creará entre nosotros más conflictos. Esta es la forma natural de evolución. Si no equilibramos el ego con la fuerza positiva, nos conducirá cruelmente hacia su amargo destino. El terrible asesinato en Barkan es solo un ejemplo más de la erupción del ego. Lamentablemente no será el último.
Lo que es seguro es que la zona industrial de Barkan ya no podrá servir de símbolo de comunidad armoniosa y pacífica dentro del caos de Judea y Samaria. Si nos unimos entre nosotros seremos el símbolo de un estado de paz dentro del caos mundial. Y entonces, no solo viviremos en coexistencia verdadera, sino en múltiple existencia global. Nos sentiremos como un solo pueblo unido, e iluminaremos al mundo como un faro. Seremos “luz de las naciones”.
Imagen: Shutterstock