Cuando el niño corre por su casa, no siente restricciones ni limitaciones. Se siente libre, ¿no sería maravilloso que pudiéramos ser así toda nuestra vida? Sorprendentemente, sí podemos. Tus hijos se sienten libres porque los envuelve tu amor, eso es lo que les da confianza de que no les va a pasar nada y pueden aventurarse donde quieran y hacer lo que les plazca. Si algo va mal, tú estarás ahí para evitar que algo los dañe.
A medida que crecemos, nos encontramos con personas que no son nuestros padres y cuyo amor por nosotros no es incondicional, son desconocidas, que incluso podrían intentar hacernos daño. Instintivamente, perdemos la confianza y la alegría. En cambio, la vacilación y la sospecha se apoderan de nosotros.
Pero, si nos diéramos amor como nos lo dieron cuando éramos pequeños, no habría razón para dejar de sentirnos seguros y felices. En otras palabras, si la sociedad diera el mismo sentimiento de amor que los padres dan a sus hijos, nadie se sentiría inseguro ni desconfiado, cuando se aventura a salir de su casa.
Ningún sentimiento es mejor que el de amar a otros. Este placer único es la razón por la que a los padres les encanta atender a sus hijos. El amor satisface al amante incluso más de lo que satisface al amado. Cuando el amor es recíproco, no hay vínculo más fuerte. Nuestro sentido de libertad depende del nivel de amor entre nosotros. Especialmente ahora, cuando el mundo está totalmente interconectado y es interdependiente, es esencial que seamos conscientes.
Dado que tenemos tantos compromisos y obligaciones -algunos los conocemos, la mayoría no, pero de todos modos están ahí- es imperativo que construyamos relaciones positivas en lugar de la atmósfera de desconfianza y hostilidad que existe. No es sencillo lograr amar a los demás. Pero, si no lo hacemos, no podemos sentirnos libres.
En su forma más auténtica, amor es salir de mí mismo, de mis deseos personales y lograr, integrarme a los deseos de los demás igual que los padres se relacionan con los deseos de sus hijos. Cuando desconocidos se relacionan de esa manera, se crea una sociedad cuyos miembros tienen la sensación de total libertad, porque todos se sienten amados.
En una sociedad así, podemos desarrollar todo nuestro potencial. Cuando queremos contribuir con nuestras capacidades al bien de la comunidad y de la sociedad, somos animados a hacerlo y sentimos el apoyo y estímulo ilimitados del entorno. Esto a su vez, aumenta nuestro amor por la sociedad y nuestro deseo de dar, crea un ciclo que da poder a cada miembro de la sociedad y a la sociedad en su conjunto. Lo que una sociedad así puede lograr no tiene fin.
El espíritu del amor no conoce fronteras. Si lo alimentamos, a lo largo de nuestra vida, nos sentiremos tan seguros como el bebé en el seno de su madre y tan libres como un pájaro.
Muchas gracias por compartir esta gran reflexión. Aplicarla a mi vida sobretodo en mi familia lograr la imparcialidad en dar y no a través de la exclusividad. Aún en lo que el «hoy» me presenta. Dios los bendiga grandemente.