El mes pasado, la marcha de lesbianas en Chicago sacó a la luz la verdadera faz de la “aceptación” por parte de los “progresistas”. El diario con sede en Chicago Windy City Times, informó que “la marcha del colectivo de lesbianas expulsó a tres personas que portaban banderas del orgullo judío (una bandera arcoíris con una estrella de David en el centro)”.
Según el periódico, “Una integrante del colectivo de lesbianas, al ser preguntada por Windy City Times, reaccionó diciendo que (…) esas banderas ‘hacen que la gente se siente insegura’, y que la marcha era ‘antisionista’ y ‘propalestina’”.
Otra participante expulsada, Eleanor Shoshany Anderson, se lamentaba: “Sentí que, como judía, no era bien recibida aquí”. De hecho, los judíos no son bien recibidos entre los progresistas. Cada vez más los judíos no son bien recibidos en ninguna parte, y es por una muy buena razón.
La desunión judía genera antisemitismo
Cuando Abraham el Patriarca notó que sus conciudadanos en Ur de los Caldeos (Babilonia) se estaban distanciando, sintió preocupación. Mishná Torá de Maimónides, Midrash Rabá y otros textos detallan cómo Abraham comenzó a preguntarse por qué la gente se iba volviendo cada vez más desdichada.
Tras indagar exhaustivamente, Abraham se dio cuenta de que toda la realidad mantiene su estabilidad gracias al equilibrio entre dos elementos opuestos: dar y recibir, el altruismo y el egoísmo. La única excepción es la humanidad. Abraham se dio cuenta de que las personas son egoístas hasta la médula, o como dice la Torá: “La inclinación del corazón del hombre es malvada desde su juventud” (Génesis 8:21).
Para contrarrestar el egoísmo del hombre, Abraham desarrolló un método de corrección que permitía a las personas elevarse por encima del odio y de ese modo incorporar el elemento positivo que existe por todas partes salvo entre seres humanos. Sin embargo, el descubrimiento de Abraham no satisfizo a su rey, Nimrod, que intentó matarlo. Nimrod fracasó en su intento pero expulsó a Abraham de Babilonia. Y mientras Abraham avanzaba hacia lo que llegaría a ser la Tierra de Israel, fue escribiendo libros acerca de su método y enseñando ese método para la unidad a todo aquel que lo deseara.
Mientras tanto, en Babilonia, la gente fue separándose cada vez más hasta producirse la desintegración del imperio. El libro Pirkey de Rabi Eliezer (Capítulo 24) describe este proceso desde el punto de vista de los constructores de la Torre de Babel: “Si un hombre caía y moría, no le daban ninguna importancia” recoge el libro. “Pero cuando caía un ladrillo, se sentaban y sollozaban, ‘¡Ay de nosotros! ¿Cuándo llegará otro en su lugar?’”. A medida que su distanciamiento se iba convirtiendo en odio, “aunque querían hablar entre ellos, no conocían la lengua del otro. ¿Y qué hicieron? Cada uno tomó su espada y lucharon entre sí hasta la muerte. De hecho, medio mundo fue masacrado allí, y desde ahí se dispersaron por todo el planeta”.
Mishná Torá nos dice que Abraham legó sus conocimientos a su hijo, Isaac, el cual se los legó a Jacob. Jacob, a su vez, instruyó a su hijo José, que unió a sus hermanos y prosperaron en la tierra de Egipto.
Sin embargo, tras la muerte de José, los hebreos querían abandonar el método de corrección del ego para asimilarse entre los egipcios. “Cuando murió José”, escribe El Midrash (Shemot Rabá), los hebreos dijeron: “Seamos como los egipcios. Y puesto que así hicieron, el Señor transformó en odio todo el afecto que los egipcios sentían por ellos”.
Al parecer, la persecución a los judíos no comenzó porque los egipcios de repente se convirtieran en enemigos de los judíos. Comenzó porque los propios judíos se habían vuelto en contra del camino de unidad de José esforzándose por llegar a ser como los egipcios: egoístas y centrados en sí mismos.
Cuando Israel huyó de Egipto, establecieron su nación comprometiéndose a unirse “como un solo hombre con un solo corazón”. Pero para garantizar que no olvidarían su deber de transmitir el método de corrección al mundo entero, acto seguido, a la incipiente nación se le encomendó ser “una luz para las naciones”.
Hasta nuestros días el mundo no ha olvidado que les debemos su corrección, su unidad. Recientemente, otro acto antisemita nos lo volvió a recordar, cuando unos vándalos cubrieron un monumento en memoria del Holocausto con una sábana que portaba una inscripción: “Los hebreos no nos van a dividir”.
Henry Ford, notorio antisemita, reconoció el papel de los judíos hacia la sociedad en su libro El judío internacional: el principal problema del mundo: “No nos olvidamos de que se les hicieron ciertas promesas respecto a su posición en el mundo, y creemos que estas profecías se cumplirán. El futuro del judío está íntimamente ligado al futuro de este planeta”.
Hasta poco más o menos la destrucción del Segundo Templo, pudimos superar nuestros numerosos conflictos y conservamos nuestro método de corrección. Pero desde hace aproximadamente dos milenios, el odio prevaleció y nos dividió por completo. Por eso nuestros sabios no atribuyen nuestro exilio y la destrucción del Templo a los enemigos externos, sino al odio infundado entre nosotros.
El espíritu judío al servicio del mundo
Con nuestra decadencia, el mundo ha perdido la esperanza de reparar el egoísmo humano. En su búsqueda de un remedio para la naturaleza egoísta del hombre, la humanidad ha adoptado y abandonado toda tipo de ideologías y formas de gobierno. Pero todas han fracasado porque, hasta que no contrarrestemos nuestro egoísmo con la unidad, aquel prevalecerá. Y por lo tanto, toda ideología y todo gobierno están destinados a acabar convirtiéndose en fascismo, en nazismo o en ambos.
En esa búsqueda de unidad, la gente forja todo tipo de nociones. Organizan marchas que celebran la inclusión, pero excluyen a los judíos porque la división entre los judíos es la razón por la cual no pueden aceptarse mutuamente. De forma no consciente, nos están intentando decir: “¡Déjennos y únanse entre ustedes! ¡Eso es lo que necesitamos que hagan!”.
En 1929, el Dr. Kurt Fleischer, líder de los progresistas en la asamblea de la comunidad judía de Berlín, declaró: “El antisemitismo es el azote que Dios nos ha enviado para que nos congreguemos y nos unamos”. Los judíos en aquel entonces no siguieron esta reflexión.
Hoy por hoy, creo que debemos unirnos independientemente de nuestra aversión mutua. Ya debería quedarnos claro que el odio entre nosotros propicia que el mundo esté en contra nuestra. Por muy progresistas y de mente abierta que puedan ser, nadie nos aceptará a menos que nos nosotros mismos nos aceptemos primero y seamos “una luz para naciones”.
Midrash Rabá escribe: “En el seno de esta nación, se halla la paz mundial” (Bereshit Rabá, 66). Y en su libro Orot (luces), el Rav Kuk escribe: “La construcción del mundo (…) precisa de la construcción de la nación de Israel. La construcción de la nación y la revelación de su espíritu [de unidad] son lo mismo, y va aunado con la construcción del mundo, el cual se desmorona mientras espera una fuerza unificadora y sublime”.
Efectivamente: que las naciones nos acepten depende exclusivamente de nuestra voluntad de ser una luz de unidad para todas ellas.