No hay mejor momento para celebrar Janucá, el festival de las Luces, que el período actual, en el que el mundo se caracteriza por su división y la luz, es tan necesaria. La humanidad enfrenta el impacto de un virus global que básicamente penetró en todos los rincones del planeta, mientras la pandemia de odio y separación continúa extendiéndose. Es precisamente la nación judía la que tiene el poder de encender el amor por encima del odio y la luz por encima de la oscuridad.
La palabra «Janucá«, del hebreo «Janu-Co» o «detenerse aquí«, en realidad se refiere a un proceso espiritual. Representa la primera etapa del desarrollo espiritual en la que empezamos a corregir el deseo egoísta de disfrutar y lo invertimos en deseo de otorgar a los demás, un estado que nos libera de la oscuridad de la separación, de conflictos, discusiones, competitividad despiadada e impulso de explotar y dominar a los demás.
La fiesta simboliza nuestra lucha interior para superar nuestra naturaleza egoísta llamada, «Guerra de macabeos contra griegos». Los “griegos” personifican las características hedonistas que anhelan controlar todo lo que nos rodea, en otras palabras, que dominen nuestros atributos egoístas de autocomplacencia. No hay nada de malo en querer disfrutar. De hecho, nuestra naturaleza es el deseo de recibir placer. El problema es, usar nuestras habilidades y talentos de modo egoísta, para engrandecernos y no para el bien común.
Lo vemos en la forma en que los griegos adoraban la competencia y admiraban a los ganadores. Los judíos, por otro lado, cultivaron “ama a tu prójimo como a ti mismo” como el ideal más elevado. Ese principio se perdió en nuestra interminable búsqueda de éxito a expensas de los demás, pero es justo lo que debemos recuperar e implementar para llevar al mundo entero a un estado positivo.
Por eso, la guerra descrita en la historia de Janucá se refiere a la lucha interna que hemos librado a lo largo de generaciones. Incluso cuando no tenemos un enemigo aparente, nuestro enemigo interno se rebela dentro de nosotros una y otra vez, empujándonos a adorar ídolos como; poder, fama y control. Aún nos sentimos atraídos por ellos, pero entendemos que son temporales y dañinos y no dan buenos resultados.
La victoria sobre los griegos es el primer paso del progreso de cada uno, en la escala espiritual. Cuando podamos regocijarnos con el éxito de los demás y compartir nuestra preocupación por una conexión mutua, entenderemos lo que la naturaleza intenta enseñarnos: que pertenecemos a un solo cuerpo. Hoy sucede lo contrario, la nación judía está más separada que nunca. Por eso, estos tiempos desafiantes son la oportunidad para darnos cuenta de que la acción más urgente es unirnos y convertirnos en ejemplo positivo de conexión, como macabeos modernos, que ganan la guerra contra nuestra inclinación egoísta. Si avanzamos en esta dirección, al menos un poco, veremos milagros en el camino. Veremos que una pequeña lámpara, un pequeño tarro de aceite, encenderá un gran fuego cálido, que ilumina la vida de todos.
La fiesta de Janucá es la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la unidad sobre la división. De hecho, esa victoria requiere nada menos que un milagro, pero está a nuestro alcance. Sólo necesitamos encender la vela para que suceda. En nuestra conexión, encendemos un fósforo en la oscuridad y encendemos la luz en nuestra vida. Esta es la brillantez de Janucá. Con un fósforo, con un poco de fricción se transforma en una llama brillante.
¡Feliz Janucá!
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