Credito: Naciones Unidas
El coordinador de la ONU para asuntos humanitarios: “Más de 20 millones de personas sufren hambruna e inanición”. ¿Y qué ha estado haciendo hasta ahora? Atiborrarse junto a los que son como él a expensas de ellos.
Hace apenas una semana, Stephen O’Brien, coordinador de las Naciones Unidas para asuntos humanitarios y ayuda urgente, afirmó que “más de 20 millones de personas en cuatro países sufren hambruna e inanición. Sin un esfuerzo mundial, colectivo y coordinado, estas personas van a morir de hambre. Y muchos más sufrirán y morirán de enfermedades”. El Sr. O’Brien también dijo que “se necesitarían 4.400 millones de dólares antes de julio para evitar el desastre”.
Y hay algo que me gustaría saber: el señor O’Brien lleva casi dos años ocupando el cargo. ¿Qué ha estado haciendo todo este tiempo? ¿Qué ha estado haciendo la ONU? Una hambruna que afecta a veinte millones de personas no sucede de la noche a la mañana. ¿Por qué la ONU no dado antes la alarma? De repente Internet y las noticias están plagadas de imágenes desgarradoras con niños demacrados. ¿No podría la ONU decir esto al mundo cuando solo cinco o diez millones de personas se estaban muriendo de hambre? Al parecer, alguien en esa institución extinta calculó que es preciso que haya al menos veinte millones de personas famélicas para que compense un rescate de 4.400 millones de dólares antes de julio.
Los miles de millones de dólares que la organización ya recibe podrían haber solucionado varias veces los problemas de hambre en el mundo. Podrían haber enviado unos cuantos millones de los 1 330 millones de toneladas de excedente de alimentos que se desperdician cada año, y resolver esta crisis, pero no tienen ningún interés en hacerlo. Los niños hambrientos generan donaciones. Alimentarlos significaría cortar el flujo de dinero y mataría a la gallina de los huevos de oro.
Ante todo, la declaración del Sr. O’Brien es un reconocimiento de que la ONU está podrida hasta el fondo. Lo único que interesa a los políticos y diplomáticos que trabajan en ella son sus remuneraciones y la promoción de sus carreras. Veamos, por ejemplo, una información proveniente del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). En su página de preguntas frecuentes, UNICEF Estados Unidos desmiente el rumor “malicioso” y sin fundamento de que Caryl M. Stern, presidenta y directora general de la US Fund para UNICEF, “gana más de 1 millón de dólares”. La realidad, asegura la organización, es que la Sra. Stern “gana 521.820 dólares”. Una directora general que es un todo un modelo de austeridad.
La raíz de nuestros problemas
La progresiva decadencia de la ONU no debería sorprendernos. Va de la mano con el crecimiento exponencial del egocentrismo y el narcisismo en la humanidad. Si queremos encontrar una verdadera alternativa a este órgano de gobierno de las naciones, debemos empezar por abordar la raíz de todos los problemas.
En 1964, Dennis Gabor, ganador del Premio Nobel de Física, escribió: “Hasta ahora, el hombre se ha enfrentado a la naturaleza. De ahora en adelante estará en contra de su propia naturaleza”. Lo cierto es que hemos estado en contra de nuestra propia naturaleza desde los tiempos bíblicos, cuando entendimos que todos nuestros problemas son porque “La inclinación del corazón del hombre es malvada desde su juventud” (Gen 8,21). Sin embargo, hasta hace poco, cuando comenzamos a darnos cuenta del gran daño que el exceso de egoísmo inflige al mundo, hemos tratado obstinadamente de eludir el problema en vez de resolverlo.
Durante siglos, la humanidad ha probado todas las formas imaginables de gobernabilidad, buscando la fórmula ideal para equilibrar nuestra necesidad de conexiones sociales con nuestro inherente egocentrismo. La esclavitud, el feudalismo, el capitalismo, el liberalismo, el fascismo, el comunismo y el nazismo han sido parte del rastro de sangre y sufrimiento que denominamos “los anales de la historia humana”. Y sin embargo, no hemos hallado ni una sola forma de gobierno que sea sostenible y garantice el bienestar de todos los seres humanos. La razón por la que no la hemos encontrado es que no solo somos narcisistas y egoístas hasta la médula, ¡sino que además esto se incrementa de manera exponencial! Ahora nos encontramos en un punto de inflexión. Nos hemos vuelto tan apáticos hacia los demás que si no encontramos un remedio para los males de la naturaleza humana, los medios de comunicación pronto considerarán que veinte millones de personas muriendo de hambre no tiene interés mediático.
Si realmente queremos solucionar esto, debemos abordar dos cuestiones. La primera es el abastecimiento de las provisiones. En un mundo donde se pierden y se desperdician tantos alimentos, no es aceptable que mueran seres humanos. La comida ya existe. Lo único que hay que hacer es recolectarla y enviarla donde sea necesaria.
El segundo tema a tratar es la prevención. Esto conlleva que haya un programa a largo plazo que cambie en última instancia la manera en que sentimos y pensamos acerca del mundo: de la actual actitud de explotación a otra más equilibrada y sostenible.
El secreto de nuestra nación
En una charla TED dada en mayo de 2010, el conocido sociólogo y médico estadounidense Nicholas Christakis dijo que los seres humanos forman una especie de superorganismo. Unos ochenta años atrás, el aclamado comentarista de El libro del Zóhar, el Rav Yehuda Ashlag, escribió: “Hemos llegado a un grado tal, que el mundo entero es considerado un colectivo, una sociedad. (…) En nuestra generación, cuando cada persona necesita de todos los países del mundo para su felicidad (…) la posibilidad de vivir una vida plena, feliz y pacífica en un país es inconcebible cuando no lo es en todos los países del mundo”. Y Ashlag añade: “La gente todavía no ha comprendido esto”, pero recalca que es solo porque “el acto precede al entendimiento, y solo las acciones demostrarán y empujarán a la humanidad hacia adelante”. En otras palabras, no sentiremos el hecho de que somos un único superorganismo (como dijo Christakis) hasta que comencemos a desempeñar ese papel.
Esto plantea la pregunta: ¿Cómo puede un mundo tan profundamente dividido operar como un superorganismo? Tengamos en cuenta este curioso hecho: la única nación que ha perdurado desde la antigüedad es la nación judía. Los babilonios, los egipcios, los griegos, los romanos, todos ellos han desaparecido; solo queda el judaísmo. Los eruditos, los filósofos, los filosemitas y los antisemitas a lo largo de los siglos se han preguntado “¿cuál es el secreto de su inmortalidad?”, como cuestionó Mark Twain acerca del judío.
La respuesta se encuentra en la diferencia fundamental entre los judíos y todas las demás naciones. El secreto de nuestra perdurabilidad es el adhesivo de la unidad. Los primeros judíos provenían de diferentes tribus y culturas. Lo único que los unió fue una idea que Abraham les enseñó: la misericordia y el amor son las piedras angulares sobre las que construir la sociedad. Cada vez que el ego irrumpe, no hay que pelear ni separarse, sino cubrir todo con amor. El más sabio entre los hombres, el rey Salomón, resumió sucintamente el principio de Abraham: “El odio agita la contienda y el amor cubre todas las transgresiones” (Proverbios 10:12).
Vivir de acuerdo a este planteamiento ha mantenido a los judíos unidos a través de las guerras y crisis durante unos 1.500 años: desde la época de Abraham hasta la destrucción del Segundo Templo hace unos dos mil años. Por otra parte, la historia ha demostrado que el “cemento” de esa unidad que cubre el egoísmo es tan fuerte que no solo ha mantenido al pueblo judío por más tiempo que cualquier otra nación, sino que también los mantuvo intactos a lo largo de los innumerables intentos de destruirlos y dispersarlos. Aunque los judíos de hoy hayan perdido esa unidad especial que los amparó durante siglos, la firme fuerza de ese pegamento es todavía lo bastante fuerte como para mantener viva a nuestra nación.
Éxito al someter el concepto a prueba
El hecho histórico de nuestra extraordinaria supervivencia es la clave para resolver los problemas del mundo. La unidad por encima el egoísmo es el único modo de gobierno que el mundo todavía no ha probado. Ante el riesgo de otra guerra mundial, de inanición masiva, el aceleramiento del calentamiento global y la contaminación de los recursos naturales, creo que debemos considerar seriamente este planteamiento. Resulta insólito pero fue el famoso antisemita Henry Ford quien escribió: “los reformadores modernos, aquellos que diseñan modelos de sistemas sociales, harían bien en observar el sistema social en virtud del cual se organizaron los primeros judíos”. A este respecto, no puede llevar más razón.
Como dijo Ashlag, “el acto precede al entendimiento”. Hoy en día estamos poniendo en práctica de facto el principio de Abraham: unidad por encima del odio. Después de muchos exitosos eventos de unidad en todo el mundo, incluso en zonas de conflicto como Israel con árabes y judíos, estamos seguros de que podemos reinstaurar a gran escala el método de nuestros antepasados (ejemplo 1 , ejemplo 2, ejemplo 3 [este último en hebreo: active la opción de subtítulos]).
En mi opinión, hasta que no nos ocupemos de la raíz del problema –el egoísmo en la naturaleza humana– y lo hagamos exactamente en la forma que Abraham dejó como legado a sus discípulos, uniéndose a pesar de la animosidad, no encontraremos alivio para nuestras aflicciones. La noción de que no es necesario suprimir nuestros indómitos egos sino simplemente unirnos por encima de ellos, puede resultar una idea novedosa para algunos; pero en mi opinión, no nos quedan más opciones. La aplicación del método de Abraham es la única forma de ahorrarle a la humanidad muchos más años de sufrimiento innecesario.