En un trágico incidente, una joven angustiada llamó a la línea directa de la policía docenas de veces en la misma noche, diciendo que estaba angustiada y que estaba pensando en quitarse la vida. Al final, los oficiales de la estación se impacientaron y uno de ellos le gritó: “¡Mátate ya y déjanos en paz!”. Los oficiales a su alrededor se rieron y la chica nerviosa al otro lado de la línea, se quedó en silencio. Ya no volvió a llamar. Dos semanas después, hizo lo que le había sugerido el oficial y se suicidó.
El oficial se horrorizó al enterarse del suicidio de la chica. “No sé qué me pasó”, dijo. “¡Yo tengo hijas! Me siento terrible; Estaba cansado, bajo la presión de otras llamadas y perdí la paciencia”.
Todos tenemos nuestros límites, pero estos límites cambian dependiendo de la importancia de la persona con la que estemos tratando. Si es un jefe al que le tenemos miedo, le toleraremos mucho. Si es nuestro hijo enfermo, que llora de dolor, no perdemos la paciencia ni decimos: “¡Mátate ya y déjame en paz!”. Al contrario, mientras más llore el niño, más lloraremos nosotros.
En otras palabras, nos comportamos de acuerdo con nuestra propia implicación o interés emocional. Tenemos mucha paciencia con la gente que nos importa y poca o ninguna con gente que no es importante para nosotros. A medida que el ego crece, la poca paciencia que aún nos queda disminuye aún más. En la actualidad, vamos hacia una total disolución social.
La única forma de cambiar este destino abismal es cambiar lo que sentimos por otros. La razón por la que tenemos paciencia con un niño enfermo o con un jefe molesto, es que nos sentimos conectados con ellos, son importantes para nosotros, por razones positivas o negativas.
Puede que no lo sepamos, pero en verdad, estamos conectados con todos. Si supiéramos que cada gramo de negatividad que emitimos en el mundo vuelve a nosotros con venganza, contaríamos hasta diez, veinte o cien antes de atrevernos a hablar groseramente a los demás. De hecho, somos partes de un todo, un organismo cuyas partes perdieron la conexión.
Sabemos que es malo vivir en barrios malos, pero de alguna manera, no asociamos nuestro mal comportamiento con el barrio malo en el que vivimos. Si no fuéramos malos con otros, no viviríamos en barrios malos ni en malas ciudades o países ni en un mal mundo.
La conclusión es que al reconocer nuestra interdependencia, eventualmente llegaremos a cuidarnos unos a otros. Cuando nos preocupen los demás, no sólo tendremos paciencia con gente en apuros, tampoco habrá gente afligida, porque nuestro cuidado mutuo evitará que surjan esos sentimientos.
Cuidarnos mutuamente, no será una carga, como lo pensamos hoy. Es nuestro único escudo contra la adversidad.
Gran verdad!!! Sin palabras. Muchas gracias. DIOS los bendiga grandemente.