La cordillera volcánica Cumbre Vieja en la isla española de La Palma, parte de las Islas Canarias, ubicada a unas 70 millas de la costa de Marruecos, en el noroeste de África, arroja lava desde el 19 de septiembre. La erupción ha continuado por más de 50 días sin signos de disminuir. Ya destruyó más de 2,600 edificios, cortó la carretera costera y formó una nueva península. La lava también destruyó el pueblo de Todoque y el flujo de humo llegó al pueblo de La Laguna. Esta erupción ya causó más daños que cualquier erupción anterior en La Palma, desde que comenzaron los registros y no muestra signos de que termine. Hay una forma de detener las erupciones o al menos mitigarlas de manera significativa y no tiene nada que ver con la forma en la que tratamos a la tierra, sino con la forma como nos tratamos entre nosotros.
Terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, huracanes, inundaciones e incendios gigantes han sido más frecuentes e intensos en las últimas décadas. Pero las fuerzas que los desencadenan no están relacionadas con los fenómenos en sí, sino con la especie humana, que los intensifica y hace que estallen con mayor frecuencia y fervor.
El ecosistema de la Tierra está construido como pirámide. Su base es el nivel inanimado, las masas de tierra y océanos que forman el planeta. El siguiente nivel es la flora, las plantas que cubren la tierra, seguido de la fauna, el reino animal y en la cima está la humanidad.
Las fuerzas que gobiernan el planeta se extienden de arriba hacia abajo. Como en un huracán, el ojo de la tormenta es el menos turbulento, pero genera los poderosos vientos y torrentes que lo rodean y destruyen todo lo que tocan. Somos el ojo de la tormenta. Nuestras intenciones mutuas, sutiles pero siniestras, crean el caos que se desarrolla a nuestro alrededor. Por eso, somos nosotros y sólo nosotros, quienes podemos calmar la tormenta, porque su motor está en nosotros. Mientras no lo apaguemos, el planeta seguirá ardiendo.
La naturaleza no son sólo árboles, animales, nubes, la Tierra y el universo. La naturaleza es, ante todo, una fuerza que llena toda la realidad. Existimos dentro e influimos en ella con nuestra conducta. Cuando nosotros, la cima de la pirámide, nos comportamos positivamente, tenemos una influencia positiva en toda la naturaleza. Cuando nos comportamos negativamente, esta es la influencia que tenemos.
La estructura piramidal de la naturaleza impregna todos los niveles, incluidos nuestros pensamientos e intenciones. Por eso, cuando estropeamos nuestras intenciones mutuas, las plagas se propagan como cáncer que causa metástasis malignas. Si queremos una Tierra más tranquila y un clima más agradable, no necesitamos centrarnos en las emisiones de carbono ni en los desechos plásticos. Eso se arreglará cuando arreglemos la parte superior de la pirámide, el ojo de la tormenta, es decir, nuestra relación negativa.
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