Cuatro velas parpadean suavemente en una habitación. La primera susurra: «Traigo paz, la gente no sabe cómo protegerme” y se extingue. La segunda declara: «Yo soy fe, la gente no me necesita» y se apaga. la tercera lamenta: «Soy amor, la gente no me aprecia» y desaparece.
De repente, entra un niño pequeño, se asusta por la creciente oscuridad y se pone a llorar. La cuarta vela dice: «No llores. Yo soy esperanza. Mientras brille, conmigo puedes volver a encender las otras velas».
Mientras haya esperanza, la vida sigue y guía nuestro camino hacia el crecimiento. La esperanza impulsa a la gente a atravesar vastos océanos, a buscar nuevas tierras y a hacer nuevos descubrimientos. Encarna la esencia de los sueños y alimenta el espíritu.
Pero ¿cómo se puede mantener la esperanza si no hay paz ni fe ni amor? Cuando todo parece perdido, nos entregamos a la vida, a la naturaleza o a un poder superior y ponemos fe total. Cada vela se apaga para permitir un momento crucial, justo antes de la oscuridad total para captar el hilo que nos une a la fuente, es decir, lo que nos conecta con la fuente de la vida, con la fuerza de amor, otorgamiento y conexión. Así podremos seguir el viaje junto con esa fuerza.
La esperanza sirve como vínculo de la humanidad entre el reino físico y el mundo espiritual superior. Está eternamente iluminada, simboliza conexión eterna. Si la esperanza se desvanece momentáneamente, es señal de que necesitamos realinearnos: reconocer la armonía, la felicidad y la paz que nos esperan cuando nos conectemos con la fuente de fuerza de amor y otorgamiento y eso nos da fuerza para seguir adelante.
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