Hay una parábola de un sabio que solía llevar agua en dos ollas, una estaba rota. Todos los días llegaba a casa con sólo la mitad de agua. Un día, la olla misma le dijo: «Lamento no cumplir bien con mi tarea». El sabio respondió: «Pero la cumples muy bien. Gracias a ti, riego las flores que crecen a lo largo del camino”.
Por un lado, estamos agrietados en nuestra cualidad egoísta, donde deseamos beneficio propio a expensas de los demás. Es decir, siempre que recibimos satisfacción egoísta, se filtra a través de nuestras grietas egoístas, por eso nunca podemos recibir ninguna satisfacción. Por otro lado, resulta que estas grietas son necesarias para «regar» algo.
¿Qué riega nuestro ego? Sólo el deseo egoísta. Pero, si no existiera, no podríamos corregirlo, es decir, pedir intención altruista para que venga y se pose sobre ellos. Nacimos y vivimos con deseos egoístas, no sabemos cuando podremos deshacernos de ellos, pero son necesarios.
Al final de la parábola, la propia olla le dijo al sabio que, por su grieta, no podía cumplir su tarea. ¿Qué significa que la olla comprenda que tiene una grieta? ¿qué nos aporta entender que somos egoístas y defectuosos? Depende de la etapa de nuestro desarrollo, pero en principio nos causa amargura y arrepentimiento no poder escapar.
¿Quiere decir que darnos cuenta de que estamos agrietados es malo? No, comprenderlo es bueno, según el principio de que el diagnóstico correcto de una enfermedad es la mitad de su cura. ¿Y qué hacemos después de entenderlo? Debemos pedir e invitar a la fuerza que creó el ego -la fuerza altruista de la naturaleza- a nuestra vida, para que nos corrija y nos conceda la capacidad de dar y otorgar de forma similar a ella. En otras palabras, después de descubrir nuestras «grietas», debemos usar correctamente lo que podamos -no recibirlo en nosotros, sino pasarlo a los demás y a la naturaleza- y debemos pedir la corrección de lo que no podamos usar correctamente.
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