Una nueva propuesta de ley en Israel quiere poner cámaras de detección facial en los espacios públicos. El objetivo de la iniciativa es ayudar a la policía a reducir los niveles de delincuencia y violencia. Por otro lado, las organizaciones de derechos humanos afirman que estas cámaras vulneran gravemente el derecho a la intimidad de la gente, ya que permitirán a la policía rastrearnos en cualquier lugar.
Cuando me dijeron por primera vez la idea, mi reacción instintiva fue: «¿Y qué?». Y en efecto, ¿Qué puede encontrar el Estado sobre mí?, ¿Que soy humano? Reconozco que no me asusta, pues creo que, para empezar, es así como tenemos que relacionarnos con los demás: como egoístas. «La inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud» (Génesis 8:21) no es un adagio bíblico; es la verdad; esto es realmente lo que somos, así que ¿Qué puede encontrar la policía?, ¿Que somos lo que somos?
En realidad, no es que tengamos miedo de que se conozcan nuestros secretos; es que no confiamos en los que los van a conocer. Varias veces en la vida he estado acostado totalmente desnudo, mientras diez o más médicos a mi alrededor, me miraban y discutían qué hacer conmigo. No sentí ninguna vergüenza; sabía que querían lo mejor para mí. El problema es que, como no creemos que el gobierno quiera lo mejor para nosotros, no queremos que tenga nuestra información. Y como somos malos desde nuestra juventud, tenemos buenas razones para querer mantener nuestras acciones ocultas al ojo público.
Así pues, ¿Cómo resolvemos una situación en la que la policía quiere prevenir la delincuencia y necesita mejores medios de vigilancia. Pero para rastrear a los delincuentes también instala instrumentos que le permiten rastrear a los civiles normales. Para solucionarlo, hay que cambiar tanto al gobierno, como a los ciudadanos. En otras palabras, el gobierno tiene que trabajar para los ciudadanos y los ciudadanos tienen que desarrollar una naturaleza inherente, que no sea ni negativa ni perjudicial para los demás.
Dado que los ciudadanos eligen al gobierno que los representa, quiere decir que es su reflejo. En otras palabras, si el gobierno no quiere nuestro beneficio, es porque no queremos el beneficio de los demás. No es de extrañar que elijamos representantes hechos a nuestra imagen y semejanza: malvados desde su juventud.
En su mayor parte, negamos ser así. El mundo que nos rodea se desmorona, las sociedades se arruinan, tanto en el mundo libre como en las dictaduras, la pandemia global se desboca, pero nos resistimos a cooperar para derrotarla, la naturaleza se ensaña con el mundo y amenaza con ahogarnos, quemarnos, derretirnos y devastar nuestras economías hasta hacernos morir de hambre, sin embargo, no creemos que nada de eso sea culpa nuestra.
Tal vez si ponemos cámaras a la vista en todas partes, para que podamos ver cómo es nuestro comportamiento, veremos quiénes somos realmente. Quizá así entendamos que no tenemos más remedio que cambiar, que debemos ser mejores, más amables con los demás, más considerados y menos impositivos. Tal vez así elijamos líderes que tengan en cuenta nuestro mejor interés, en lugar de su propio poder y riqueza. Así, de seguro, no tendremos nada que ocultar.
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