«A pesar de todo, sigo creyendo que la gente es realmente buena de corazón», escribió Ana Frank, la niña holandesa-judía que escribió un diario mientras ella y su familia estuvieron escondidas por dos años, durante la ocupación nazi de los Países Bajos.
En relación con el Holocausto se preguntaba: «¿Quién nos castigó? ¿Quién hizo a los judíos diferentes de los demás? ¿Quién permite que hayamos sufrido tan terriblemente?». Ana y otros siete miembros de su familia fueron descubiertos por los nazis el 4 de agosto de 1944, en un anexo secreto sobre un almacén de Ámsterdam. Después de que fueran descubiertos y deportados por separado a campos de concentración, Ana enfermó y murió cuando sólo tenía 15 años.
La cuestión de quién pudo alertar a los nazis sobre la ubicación de la familia Frank ha desconcertado a múltiples investigadores, durante casi ocho décadas. Tras una investigación de seis años, un equipo internacional de historiadores y otros expertos, reveló la identidad del hombre que, según ellos, traicionó a la familia de Ana Frank durante la Segunda Guerra Mundial.
El principal sospechoso es un notario y empresario judío, llamado Arnold Van den Bergh, miembro del Judenrat de los Países Bajos, que presumiblemente reveló el escondite de los Frank para proteger a su propia familia de la deportación.
La presunción de que un judío traicionó a otro judío, suscitó reacciones contrapuestas; hay quienes se indignan por esa afirmación y quienes dicen no sorprenderse por esta expresión de odio, de los propios judíos. Yo opto por ver el lado humano: nunca juzgar a nadie hasta que haya caminado en sus zapatos.
Hace muchos años vi un documental sobre dos judíos: uno de ellos, un prisionero sometido a terribles trabajos forzados en un campo de concentración nazi y el otro, el estricto supervisor que hizo todo lo posible por oprimirlo. Hoy, son buenos amigos.
Cuando se le preguntó al judío oprimido, cómo ver a los ojos a su antiguo y cruel jefe, respondió simplemente: «Le entiendo. Si yo hubiera estado en su lugar, habría hecho exactamente lo mismo».
Mi conclusión es sencilla: incluso si los resultados de la nueva investigación son ciertos y efectivamente, fue un judío el que traicionó a Ana Frank y a su familia, no podemos juzgar a quien está sometido a fuertes presiones. Podemos hablar de la importancia de la democracia, expresarnos creativamente sobre un mundo ilustrado, jugar en la vida como en el escenario de un teatro, pero cuando estamos en circunstancias extremas de la vida y estamos en una situación en la que nos sentimos atrapados, descubrimos que la psicología adquiere una nueva forma: el miedo y la amenaza pueden llevarnos a una nueva forma de pensar. Incluso puede animarnos a actos que, en condiciones normales, consideraríamos crueles e impensables. Así es la naturaleza humana.
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