No hay nada más valioso que la Torá. Entonces ¿por qué olvidamos que la Torá no tiene nada que ver con palabras sin sentido en libros impresos sino que toda ella es acerca de la unidad?
“No es necesariamente así” cantaba Sportin’ Life en la ópera Porgy and Bess, y añadía: “Las cosas que uno puede leer en la Biblia no son necesariamente así”. El próximo sábado celebramos Shavuot, la fiesta de la entrega de la Torá. La mayoría de los judíos no observantes saben que la festividad incluye una comida con gran cantidad de productos lácteos dulces. La mayoría de los judíos también sabe que en este día, tiempo atrás, la Torá fue entregada al pueblo de Israel.
Sin embargo, muy pocas personas saben lo que realmente es la Torá. Y en consecuencia, muy pocos entienden por qué celebramos su recepción. Contrariamente a lo que nos enseñaron a la mayoría de nosotros, la Torá no es un conjunto de reglas que hay que observar para apaciguar a un implacable Dios; tampoco es una compilación de historias que pueden haber ocurrido o no.
Como vamos a ver, nada es más importante en nuestras vidas que la Torá. Nada puede darnos más beneficio que entender qué es la Torá, para qué sirve y cómo podemos usarla. Cuando comprendamos esto, veremos que Shavuot no es tan solo una fiesta, sino un aspecto enormemente importante en nuestra búsqueda de la felicidad.
La única condición
En Maséjet Shabat (31a), El Talmud escribe que cuando un converso preguntó sobre el significado de la Torá, el viejo Hilel le dijo sin ambigüedades: “Aquello que no te gusta, no se lo hagas a tu amigo; esta es la totalidad de la Torá”. Asimismo, Rabí Akiva, cuyos discípulos escribieron tanto El libro del Zóhar como la Mishná, dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo, esa es la gran regla de la Torá” (Talmud de Jerusalén, Nedarim, Capítulo 9, p 30b).
Para poder recibir la Torá, Israel se unió “como un solo hombre con un solo corazón” (RASHI: Comentario sobre el Éxodo, 19: 2) y con ello recibieron una fuerza que los elevó por encima de su egoísmo e hizo que amaran a los demás como a sí mismos. No recibieron un libro, sino que su unidad creó las condiciones necesarias para ser dotados con la potestad de trascenderse a sí mismos y unirse por encima del ego, como expresó el Rey Salomón en Proverbios (10:12): “El odio agita la contienda y el amor cubre todas las transgresiones”.
El libro Avney Miluim (Introducción) recoge: “Eso es a lo que se referían nuestros sabios cuando expresaron: ‘E Israel acampó allí a los pies del monte’ todos ellos ‘como un solo hombre con un solo corazón’. Quieren decir que toda la nación se unió como un solo hombre, después de lo cual el Dador se vio obligado a entregarles la Torá”.
A lo largo de los siglos nuestros sabios se han referido al poder transformador en la Torá como “luz”. Afirmaron innumerables veces que la luz de la Torá reforma, es decir, transforma a la persona: del egoísmo al amor al prójimo. El libro Mesilat Yesharim (Capítulo 5) dice: “Este es el significado de lo que nuestros sabios dijeron (Midrash Rabá, Eija, Prefacio), ‘Me gustaría que Me dejaran tan solo observar Mi ley (Torá)’, ya que la luz en ella reforma (la inclinación al mal)”. El libro Maor Eináim(Parashat Tzav) lo expresa del mismo modo: “con la Tora, la persona puede luchar contra la inclinación al mal y dominarla, porque la luz en ella la reforma”.
El Talmud de Babilonia (Kidushin 30b) recoge que el Creador dijo: “Hijos míos, he creado la inclinación al mal, y he creado la Torá como especia”. Del mismo modo, el libro Metzudat David (Comentario a Jeremías, 9:12) explica que Israel perdió su tierra, porque cayeron en la inclinación al mal cuando dejaron de dedicarse a la Torá, ya que “la luz en ella la reforma”. Y para que no se entienda mal el significado de “inclinación al mal”, el Sagrado Shlah escribe (en Diez declaraciones, “Declaración 6”), “las cualidades más malvadas son la envidia, el odio, la codicia y la lujuria, que son las cualidades de la inclinación al mal”, los atributos que precisamente constituyen nuestro ego.
Sin unidad, no hay Torá
Cuando nosotros, el pueblo de Israel, sucumbimos a la inclinación del mal y caímos en un odio infundado, perdimos mucho más que el Templo. Perdimos nuestra capacidad de utilizar la Torá, su poder reformador para elevarnos por encima de nuestros egos. En lugar de quedarnos con la luz, nos quedamos con unas palabras cuya conexión con el amor al prójimo, la solidaridad mutua y la unidad quedó oculta. Al perder esa conexión, perdimos todo lo que caracteriza al judaísmo y al pueblo de Israel.
Nuestros antepasados recibieron la luz que reforma y se convirtieron en una nación solo después de comprometerse a unirse “como un solo hombre con un solo corazón”. Ahora, también nosotros debemos comenzar a cultivar nuestra unidad. Y precisamente porque nuestro odio infundado es todavía tan profundo, no debemos esperar. Cualquier retraso adicional puede salirnos muy caro en vidas humanas y tormentos, ya que nuestro mundo pronto se encontrará demasiado inmerso en el odio y la desconfianza como para dar marcha atrás.
Dedicarse a la Torá no significa ahondar en las palabras de un libro escrito. Significa esforzarnos en nuestra unión, y que esa unidad cubra nuestro odio, tal como decía la cita del rey Salomón. El libro Maor Vashemesh (Parashat Itró) explica este punto con las siguientes palabras: “La obtención de la Torá es principalmente a través de la unidad, como en el verso, ‘E Israel acampó allí, a los pies del monte’, ‘como un solo hombre con un solo corazón’, y allí cesó su inmundicia (inclinación al mal)”. En Parashat Emor, el libro prosigue: “Durante los días de la cuenta [Omer], uno debe corregir la cualidad de la unidad, y con ello es recompensado con la obtención de la Torá en la fiesta de Shavuot, como está escrito: ‘Y partieron de Refidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y acamparon allí, delante del monte’. RASHI interpretó que todos estaban en un solo corazón, como un solo hombre, y por eso fueron recompensados con la Torá”.
El libro Likutey Halajot (un compendio de reglas) también explica la conexión entre la Torá y la unidad de Israel. En el capítulo Hiljot Arev(“reglas de garantía”), el libro escribe: “La raíz de la responsabilidad mutua se extiende principalmente de la recepción de la Torá, cuando todo Israel eran responsables unos de otros. Esto es así porque en la raíz, las almas de Israel son consideradas como una, porque provienen del origen de la unidad. Por esta razón, todos Israel fueron responsables unos de otros para la recepción de la Torá”, es decir, la recepción de la luz que reforma.
En el capítulo Hoshen Mispat, el libro Likutey Halajot hace hincapié en la conexión entre la Torá y la responsabilidad mutua: “Es imposible observar la Torá y las Mitzvot (mandamientos)”, es decir, recibir la luz que transforma el egoísmo en amor al prójimo, “a no ser que haya responsabilidad mutua, cuando cada uno es responsable de su amigo. Por esta razón, cada uno debe incluirse en el conjunto de Israel con gran unidad. Por lo tanto, en el momento de la recepción de la Torá, inmediatamente se convirtieron en responsables unos de otros, ya que desde el momento en que desean recibir la Torá, deben fundirse como uno para ser incluidos en el deseo. (…) Así, precisamente siendo cada uno responsable por su amigo, pueden observar la Torá. Sin esto, de ningún modo hubieran podido recibir la Torá”.
Si queremos sobrevivir
Hoy en día, en la convulsa realidad de nuestras vidas, participar en la Torá, es decir, cultivar nuestra unidad, no solo es clave para nuestro éxito: es la clave para nuestra supervivencia como individuos, como judíos y como nación soberana.
Shavuot, la fiesta de la entrega de la Torá, viene a recordarnos que solamente lo lograremos si estamos en unidad. De no ser así, El Talmud nos advierte en dos ocasiones (Shabat 88a, Avodá Zará 2b): “Ese lugar será tu sepultura”.
No debemos confiar en los gobernantes extranjeros y aquello que van proclamando. El arma que poseemos es única y no puede ser arrebatada. No hiere a nadie, pero nos hace indestructibles. Nuestra arma es el poder de nuestra unidad, y la fiesta de la entrega de la Torá se aproxima, un tiempo perfecto para recordar que es el momento de utilizar nuestro poder secreto –la luz que reforma– que reside en nuestra unidad, y que es nuestra ley, nuestra Torá.
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