Por un lado, queremos que los niños vuelvan a la escuela, así, nosotros podremos retornar al trabajo y volver a la normalidad. Por otro lado, no hay duda de que las escuelas se convertirán en lugares de contagio masivo, pues el distanciamiento social es totalmente antinatural para los niños. No podrán cumplir con las normas y además, es emocionalmente dañino para ellos mantenerse físicamente distanciados.
El resultado del enfrentamiento entre reapertura de escuelas y dar potencia a la economía contra cierre de escuelas y la seguridad infantil en su familia, será el colapso permanente y esperado del sistema educativo.
Las escuelas, tal como la conocemos, son un sistema en descomposición que ha estado muerto durante décadas.
Más que conocimiento, «enseñan» a los niños comportamientos desagradables, los expone a sustancias adictivas, alta promiscuidad sexual, acoso, violencia, diferentes tipos de adicciones, desde juegos de computadora hasta drogas fuertes y también los aleja de su entorno familiar.
La COVID-19 nos hizo un gran favor al cerrar el sistema de «educación” y nos hará otro cuando impida reabrirlo. Al final, aprenderemos qué marcos sociales necesitamos abrir y qué tipo de actividades queremos que desarrollen, pero depende de nosotros decidir qué tan rápido queremos que llegue ese buen final.
Florida intentó reabrir su sistema escolar y es ejemplo del costo de insistir en abrir las escuelas. El Departamento de la Salud en Florida informó el aumento de 9,000 casos confirmados en niños, en sólo 15 días desde la reapertura en el estado. Es absurdo pensar que el resultado será diferente.
El desarrollo en los niños depende de su contacto estrecho. Tocarse, jugar entre ellos, intercambiar objetos, compartir y entablar amistad es necesario para su crecimiento. Los niños requieren contacto cercano con sus amigos y compañeros, para formarse como seres sociales. Para ellos es tan vital como la comida.
Aún más grave es el mensaje que les damos al decirles que se mantengan alejados y obedezcan la regla de distanciamiento (anti) social, probablemente los marque para siempre. Los estamos alejando unos de otros. Nuestro instinto de padres nos hace alentar a nuestros hijos a socializar, a hacer amigos, a ser amables con la gente y a cuidarse de las personas que quieran hacerles daño, pues queremos que crezcan y se conviertan en personas íntegras.
Pero con las restricciones por el coronavirus, tenemos que decirles lo contrario: «¡Mantente alejado de todos! Quédate en una esquina alejado; no le des nada a nadie y no tomes nada de otro. ¡Cualquiera puede contagiarte con el virus, aléjate!» ¿Qué esperamos que surja de tales restricciones?
En estas condiciones, es mejor mantener a los niños en casa y que aprendan en línea, donde su comunicación será mínima y monitoreada. La conexión que desarrollarán con sus compañeros en línea será mucho más positiva y menos estresante que la presión social que soportan en clases presenciales y llenarán su necesidad de contacto social con la familia, algunos amigos cercanos donde se sientan cómodos y seguros, donde se minimice el riesgo de contagio.
Lo que la escuela llama conocimiento, se enseñará en clases en línea o grabadas. Para los niños de hoy, el aprendizaje en línea es tan natural como el aprendizaje físico fue para nosotros. De hecho, el aprendizaje físico y la asistencia obligatoria al aula no será natural para ellos.
La presencia de los niños en casa no será gratuita. Un adulto tendrá que estar con ellos durante las horas de «escuela». En hogares con dos padres, uno tendrá que quedarse con los niños, asegurarse de su alimentación, tiempo de descanso, confirmar que realmente aprenden durante sus clases.
Si es difícil sobrevivir con un solo salario, será mucho más difícil en hogares uniparentales. Pero aquí también habrá que encontrar alguna solución, ya sea con ayuda del gobierno, organizaciones no gubernamentales o por otros medios. Ya sabemos que las escuelas son centros de contagio masivo, no se trata de que los niños se queden en casa, sino de cómo lo vamos a solucionar.
Mientras más rápido aprendamos a adaptarnos a esta nueva realidad, más fácil atravesaremos esta transición.
Cuando, hace unos meses, escribí que no era realista querer volver a la vida pre COVID y que no sería así, nadie podía aceptarlo. Ahora espero que ya puedan ver que es real, pues mientras más pronto adaptemos las políticas e instituciones al hecho de que el virus no se irá, mejor podremos adaptar la educación, economía y todos los demás aspectos de nuestra vida al nuevo mundo que, aparentemente, surgió de la noche a la mañana.
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