No nos hemos recuperado de una plaga y llega la siguiente. Una nube gigante de polvo proveniente del desierto del Sahara llegó a las costas del continente americano y afectó la calidad del aire. Según la NASA, el fenómeno es frecuente, pero su tamaño y fuerza son inusuales. La tormenta de polvo récord se produjo al mismo tiempo que una invasión de langosta en América del Sur, destruyó el 80% de los cultivos a su paso. Y todo sucede mientras la pandemia de coronavirus se extiende cada vez más rápido. Las señales de la naturaleza son inequívocas; sólo necesitamos aprender a interpretarlas para pasar del estado de desesperanza al de esperanza.
Definitivamente, vivimos tiempos similares a las diez plagas del antiguo Egipto. Se pronostica que llegarán más enfermedades. Sin considerar el impacto de factores ambientales que ya ponen en riesgo la suficiencia alimentaria, la ONU estima que, a finales de este año, sólo la crisis de coronavirus podría duplicar el número de personas que padecen hambre aguda, hasta 265 millones en el mundo.
Cuando se enfrentan situaciones incomprensibles y se analizan superficialmente, surgen teorías del fin del mundo. La magnitud y frecuencia de estos desastres, ciertamente se perciben como la «tormenta perfecta» que genera preocupación en la gente. Sin embargo, las epidemias y otras calamidades naturales ocurren para hacer que la humanidad analice su curso de acción hacia la naturaleza y replantee sus objetivos por encima de sólo existir.
Después de muchas generaciones de desarrollo, la naturaleza requiere que maduremos y nos preguntemos para qué vivimos, cuál es la razón de nuestra existencia, para qué continuar día a día con la vida, sin entender lo que debemos hacer ni su propósito.
La naturaleza quiere que respondamos estas preguntas y maduremos. Hasta este momento hemos avanzado inconscientemente como niños pequeños, guiados por el deseo egoísta de recibir para nosotros mismos, corriendo tras placeres inútiles, en detrimento de los demás.
El enfoque egoísta del ser humano va en contra del perfecto equilibrio que existe en el sistema de la naturaleza. Por eso nos empuja, para que nos demos cuenta y entendamos el programa que controla la creación. Es una especie de «software interno de la naturaleza» que opera todos los aspectos de nuestro planeta. Necesitamos descifrar el código del sistema, entenderlo y participar activamente en el manejo integral de la realidad.
Una vez que entendamos cómo funciona este programa, ajustemos nuestra actitud hacia los demás, arreglemos nuestras relaciones deterioradas, causaremos un efecto positivo en todo el sistema. Por encima de todas nuestras tendencias egoístas naturales, debemos aprender a construir lazos de conexión, consideración, responsabilidad mutua y amor. Simplemente al pensar en tener consideración mutua, la naturaleza se calmará. Traeremos equilibrio a la humanidad, a la tierra y al universo, pues el pensamiento es la fuerza más poderosa de la realidad.
El pensamiento funciona de manera similar al campo magnético. No vemos las fuerzas que operan en él, pero existen e influyen. Del mismo modo, afectamos positivamente a los demás con nuestros pensamientos para incrementar la conexión.
Nada sucede por casualidad ni sin propósito. El mundo tiene grandes cambios. Aunque usualmente se perciben como insoportables, podemos ver su lado positivo si somos conscientes de que nos ayudan a acelerar el proceso de conexión. Su objetivo es unirnos, revelar que dependemos unos de otros para sobrevivir y prosperar. Pero no debemos esperar a que los desastres despierten nuestro sentido de unidad. Al arreglar nuestras relaciones y nuestra interacción con la naturaleza, podremos evitar estos golpes y sentir su integridad y benevolencia.
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