Tras un mes de guerra en Ucrania, se prevé una crisis alimentaria mundial sin precedentes. Las exportaciones de trigo de Rusia y Ucrania juntas, suponen casi el 30% de la producción mundial y Rusia es el principal exportador de fertilizantes. Por eso, el conflicto amenaza con desencadenar la «tormenta perfecta» en la agricultura mundial y afectará la disponibilidad y precios de los alimentos. De entrada, tenemos que entender que el hambre inminente, no es por falta de suministros, sino consecuencia de un exceso de ego humano.
Si tenemos en cuenta que cerca de 45 millones de personas en el mundo están ya al borde del hambre y que casi 283 millones, en 81 países corren un alto riesgo de inseguridad de nutrientes (según estimaciones del Programa Mundial de Alimentos), las previsiones para el futuro no son nada halagüeñas. La escasez de energía y el aumento vertiginoso de los precios del gas natural, suponen un duro golpe para la producción y costo de transporte.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación predice un aumento de al menos el 20% en el precio de comestibles en los siguientes meses, además de las interrupciones y los aumentos de costo, debidos a la pandemia de COVID-19. Se espera que la situación agrave y genere malestar e inestabilidad social.
Si el mundo hubiera enfocado correctamente el problema de la seguridad de nutrientes, tal vez no hubiera llegado a una crisis tan grande como para poner en peligro las provisiones que pueden poner a millones en peligro de morir de hambre. Podríamos haber tomado la situación de forma saludable y haber evaluado lo que tenemos, cuánto se necesita, a quién le falta y cómo distribuir mejor nuestros recursos, como en una familia.
El problema es que mientras el mundo es cada vez más interdependiente, al mismo tiempo se ha vuelto cada vez más desconectado. Nadie piensa realmente en el bienestar de los demás. En algunos lugares, incluso se queman los granos básicos, para mantener el precio alto, provocando que la gente de otros lugares, literalmente, se muera de hambre. Así que, la crisis a la que nos enfrentamos, no es cuestión de provisiones limitadas, sino falta de preocupación y responsabilidad mutua, entre nosotros.
Esta no es la primera crisis alimentaria a la que se enfrenta el mundo y no será la última. Los miles de millones de dólares recibidos por las organizaciones internacionales para hacer frente al hambre podrían haber sostenido al mundo entero varias veces, pero el problema no se resuelve porque no hay un interés real en encontrar la solución. El hambre es un negocio rentable y una forma de dominio. Los que obtienen dinero con ella están encantados de perpetuarla. Otros, en un análisis frío, incluso ven a la población mundial de 8,000 millones y piensan que, en general, sería más fácil y mejor ocuparse de la mitad de ese número de personas, como ocurría hace cien años cuando se demandaban menos recursos naturales.
En mi opinión, hasta que no abordemos el núcleo del problema, que es el ego de la naturaleza humana y la guerra entre el beneficio propio y el interés común, no encontraremos remedio a nuestros males. No tenemos opción. Sólo superar los intereses egoístas, en beneficio común, puede evitarle a la humanidad muchos años más de tormento innecesario.
La crisis de alimentos a la que nos enfrentamos debería obligarnos a replantear nuestras prioridades para afrontar los problemas globales. Empezaremos a cambiar, hasta que la gente comprenda que en la sociedad, todos dependemos de todos y que el mundo es como un cuerpo en el que, una enfermedad grave en uno de sus órganos, afecta a todo el sistema, hasta el punto de colapso. En ese momento comenzaremos a ver actos de preocupación mutua y sistemas de apoyo establecidos por la comunidad, las autoridades y todos los responsables de que surja una nueva sociedad de responsabilidad mutua. La humanidad simplemente no tiene otra opción, no hay otra manera de sobrevivir.
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