A principios de la década de 1970, cuando por primera vez pedí permiso para emigrar a Israel, las autoridades soviéticas denegaron mi solicitud. Y no estaba solo. Muchos judíos soviéticos que intentaban abandonar la Unión Soviética fueron rechazados y se convirtieron en lo que ahora conocemos como «refuseniks«. A pesar de que me rechazaron, seguí esperando. Después de varios años, finalmente me dieron permiso para hacer Aliyah [inmigrar a Israel].
Pagué un alto precio para venir aquí (dinero, carrera, familia) y llegué a Israel sin un centavo con esposa y un hijo recién nacido que alimentar. Lo hice porque creía que los judíos deberían vivir aquí y quería contribuir con mi parte al renacimiento del pueblo judío, en su tierra natal.
Serví en el ejército y trabajé para la fuerza aérea israelí, como parte de un equipo que calibraba los sistemas de navegación y estabilidad de los aviones de combate. Sabía que, si no hacía bien mi trabajo, arriesgaba la vida del piloto. Traté mi trabajo como deber sagrado y no me atrevía a menospreciar ningún aspecto ni me permitirme ninguna negligencia.
En estos días, ha surgido un nuevo tipo de refuseniks. A los nuevos rechazados no se les niega nada. No son rechazados; ellos rechazan. Muchos son pilotos de la fuerza aérea israelí que declararon que se niegan a participar en entrenamientos o acciones militares, hasta que el gobierno retire su intención de reformar el sistema judicial israelí. Declaran que lo hacen en nombre de la democracia, pero su ultimátum intenta imponer su opinión, una opinión minoritaria, a un gobierno elegido democráticamente. De hecho, cada día que pasa, la verdadera naturaleza de nuestra “democracia” está saliendo a la superficie.
No deberíamos sorprendernos. Pues, somos el pueblo de Israel, la nación obstinada, donde cada miembro siente que debe ser primer ministro. Es cierto que a medida que nos acerquemos a momentos cruciales en la historia de la humanidad, el pueblo de Israel tendrá un papel especial y cada miembro de la nación tendrá que funcionar como primer ministro, pero no será en el sentido en que soy líder absoluto y todos deben obedecerme. Al contrario, será dando ejemplo de bondad y amor al prójimo, por encima de las diferencias. La actitud actual, donde cualquiera que piense un poco diferente a mí es mi enemigo jurado, es exactamente lo contrario de cómo deberíamos comportarnos unos con otros.
Peor aún, a medida que pasa el tiempo, somos cada vez más crueles con los demás. Nuestra nación tiene una historia de trauma autoinfligido. No necesitamos volver a los días de la ruina del Segundo Templo, cuando una guerra civil despiadada destruyó la ciudad de Jerusalén y preparó el terreno a los romanos para la conquista de la tierra. Basta ver atrás, a los días anteriores y durante la guerra de independencia de Israel, cuando unos judíos denunciaron a otros judíos a las autoridades británicas y los colgaron o, cuando los judíos lucharon contra judíos por posesión de armas que venían a bordo del barco Altalena, que resultó en múltiples bajas por ahogamiento y disparos -disparos de otros judíos- y en el hundimiento del barco, que llevaba a bordo muchas armas y municiones que tanto ansiaban. Fue un caso clásico de egoísmo judío: O gano yo o nadie gana.
La lucha actual no es diferente. No se trata de una reforma judicial; se trata de poder. Estamos dispuestos a destruir nuestro país, sólo para estar en el poder. Vamos a hundir al país como se hundió Altalena. Y así como con Altalena, los pocos sobrevivientes se culparán unos a otros por la destrucción.
Por el momento, la única forma que veo de revertir la trayectoria de destrucción mutua es la presión del mundo. Si las naciones odian al Estado judío con suficiente ferocidad, puede ser suficiente para obligarnos a unirnos. Pero incluso así, sólo nos uniremos mientras estemos bajo amenaza. En el momento en que desaparezca, también lo hará nuestra unidad.
Por supuesto, podríamos unirnos por nuestra propia voluntad y resolver que, fomentar la solidaridad es preferible a la lucha a muerte y sin sentido, pero por el momento, no veo que los israelíes vayan en esa dirección, se sienten con demasiado derecho y son demasiado orgullosos de ser refuseniks.
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