Los civiles Alton Sterling en Baton Rouge, Louisiana y Philando Castile en Falcon Heights, Minnesota; los agentes de la policía de Dallas Michael Smith, Lorne Ahrens, Michael Krol, Patrick Zamarripa, y Brent Thompson; el civil Delrawn Small en Brooklyn, Nueva York; los agentes judiciales Joseph Zangaro y Ron Kienzle; todos ellos murieron esta semana (al cierre de la redacción de esta columna) en enfrentamientos entre policía y civiles. Y muchos más han resultado heridos. ¿No ha llegado la hora de un Plan Marshall social para sanar a la sociedad estadounidense?
“Estamos dolidos… estamos con el corazón roto”, dijo David Brown, Jefe de la Policía de Dallas, “Lo único que sé es que todo esto debe parar, esta disensión entre nuestra policía y nuestros ciudadanos”. Brown, que se ha convertido en el “rostro” de la tragedia de los enfrentamientos entre policía y civiles en los Estados Unidos, sabe lo que dice. Perdió a su único hijo, a su hermano y a su socio en violentos incidentes entre policías y civiles.
En muchos sentidos, el rostro asolado por el dolor de Brown refleja lo que muchos estadounidenses sienten estos días. Desde que comenzó este año, 509 personas han muerto a manos de la policía. La sociedad americana está volviéndose cada vez más violenta, y las crecientes tensiones raciales, principalmente entre afroamericanos y agentes del orden, han evidenciado dolorosamente esta tendencia.
Un volcán interracial
Hace cincuenta y dos años este mes, el presidente Lyndon B. Johnson promulgó la Ley de Derechos Civiles y afirmó que “los que son iguales ante Dios, deben ahora también ser iguales en las urnas, en las aulas, en las fábricas, y en los hoteles, restaurantes, cines u otros lugares que ofrezcan servicios al público”. Sin embargo, las tensiones raciales nunca se apaciguaron completamente, y hoy han resurgido con una nueva brutalidad.
Oficialmente, todas las personas –de cualquier raza, religión o sexo– son iguales a ojos del gobierno de Estados Unidos. Incluso tenemos un presidente afroamericano. Pero si uno se aventura a entrar en sitios a los que los guías turísticos no suelen llevar a la gente, descubriríamos una América muy diferente. La pobreza, el crimen y el consumo de drogas pueden contemplarse a plena luz del día y las guerras entre bandas son algo habitual. En estos “guetos”, la sensación imperante es de inseguridad y de olvido. Difícilmente esta puede ser la igualdad que Lyndon Johnson había imaginado cuando promulgó la Ley de Derechos Civiles.
Pero la sensación de discriminación e injusticia en el seno de las comunidades afroamericanas refleja un proceso mucho más profundo que la actitud de un gobierno hacia las personas basándose en el color de la piel. Por todo el mundo, la gente está cada vez más aislada, centrada en sí misma, hasta el punto de que hoy en día la mayoría de la población presenta al menos varios síntomas de narcisismo patológico. Este fenómeno está separando a personas y comunidades, y está provocando odio y sectarismo. En los últimos años, se ha desatado una intensificación del espíritu de clan y sus violentos brotes toman cada vez más víctimas que caen presos del odio. Si no revertimos la tendencia, esto puede fácilmente acabar en el estallido de algún tipo de guerra civil. Estados Unidos ya sabe lo que es una guerra civil con motivo de los derechos civiles de los negros; y debería ser lo suficientemente inteligente como para evitar otro trauma así.
Naturaleza contra educación
Numerosos indicadores apuntan al hecho de que el egocentrismo enraizado en la naturaleza humana se ha vuelto demasiado intenso y desinhibido como para poder contenerlo. El racismo y el antisemitismo están en aumento, la desigualdad social es cada vez mayor, las diferencias económicas son cada vez grandes, y la violencia y el terrorismo se están extendiendo por todo el mundo. La inclinación del hombre, que indiscutiblemente es “mala desde su juventud”, está destruyendo velozmente los fundamentos de la sociedad humana.
La solución a esta crisis no radica en esperar que el gobierno firme más leyes, sino en aprovechar las fuerzas que genera nuestra mala voluntad hacia los demás y modificarlas en su raíz. Si observamos nuestro sistema educativo, encontraremos que está orientado hacia la competencia sin tapujos. Nos adoctrinan con la mentalidad de la “supervivencia del más fuerte”. Pero la naturaleza no funciona así: todas las partes de la naturaleza dependen unas de otras para subsistir, de modo que la competitividad desenfrenada, por descontado, es un enfoque insostenible.
En la naturaleza, el énfasis se pone en la armonía; en los seres humanos, el énfasis se pone en la hegemonía. Y si gana la hegemonía, todos nosotros saldremos perdiendo.
Del mismo modo que hay una fuerza que nos separa a unos de otros, hay una fuerza que conecta todas las partes de la naturaleza, también a los humanos. Por lo tanto, el objetivo de la educación debe ser enseñar la fuerza de conexión en la sociedad humana. Si las fuerzas de separación y conexión pueden existir en armonía dentro de la humanidad, hallaremos paz en nuestras vidas. Y puesto que la mala voluntad hacia los demás está arraigada dentro de nosotros, debemos centrarnos en consolidar la fuerza de conexión.
Hay muchas maneras de enseñar esta fuerza a la sociedad humana, pero el elemento clave para construir una conexión positiva por encima de nuestra separación es simplemente el esfuerzo por dirigirnos hacia ella. En cierto modo, es preciso enseñar una especie de “discriminación positiva”.
Del mismo modo que la violencia incita a la violencia, la bondad incita a la bondad. Las acciones positivas invocan la fuerza positiva que ya existe dentro de nosotros y consiguen activarla. Y así como la fuerza de separación nos hace ver un mundo hostil y fragmentado, si activamos la fuerza de conexión, veremos un mundo afable y conectado.
Si estas palabras suenan ingenuas o poco realistas, es la muestra de cuán forzados nos vemos a percibir el mundo a través de nuestra propia mala voluntad.
Razón de más para apresurarnos
En 2008 los afroamericanos tenían grandes esperanzas: el primer presidente negro iba a hacer que las cosas fueran mejor para ellos. No lo ha hecho. No hubiera podido. Un gobierno puede formular leyes y hacer que se cumplan, pero no puede cambiar la naturaleza humana. Por eso, la solución a cualquier expresión de racismo es la educación, no una aplicación más firme de la ley, especialmente cuando la erradicación del racismo no está entre sus objetivos.
Desde que la administración de Obama está en el poder, y sobre todo durante su segundo mandato, el presidente ha participado ampliamente en la admisión de inmigrantes del norte de África y Oriente Medio en los EE.UU. A diferencia de las comunidades afroamericanas, que son predominantemente cristianas, los recién llegados son en general devotos musulmanes sin ningún deseo de americanizar sus valores ni su forma de vida, ya que lo consideran una abominación. Sin una intención de integrarse, será imposible asimilarlos en la sociedad autóctona. Con toda probabilidad, la migración de musulmanes a los EE.UU. desencadenará aún peores conflictos basados en la religión que los que ya hemos visto.
Por lo tanto, junto con los tres poderes del estado –legislativo, judicial y ejecutivo– es necesaria la existencia de una cuarta entidad que tenga por objetivo establecer una base social sólida para la conexión mutua. Tal sistema debe incorporar educadores y facilitadores de todas las religiones, denominaciones, culturas y razas, que ayuden a promover una sociedad multicultural cuyo valor más apreciado sea la unidad por encima de las diferencias.
Incluso una campaña educativa a corto plazo para concienciar a las personas de nuestra inherente interconexión nos ayudaría a ver que debemos aprender a unirnos. Este esfuerzo despertará nuestro sentido de conexión y nos ayudará a ver el mundo con una visión de unidad y no con nuestra perspectiva actual: centrada en nosotros mismos.
La batalla contra el racismo se está librando en todas partes. Todavía no la hemos perdido, pero tenemos que actuar rápido y con decisión; antes de que las brechas se hagan demasiado grandes y profundas como para poder superarlas.