Hace unos días, Norma Livne, dedicó el programa “El mundo”, a responder preguntas de mis alumnos. Una de las preguntas fue sobre la guerra en Europa. Más preciso, la pregunta fue ¿por qué, si nadie quiere la guerra, siempre luchamos unos contra otros?
De hecho, no podemos vivir sin guerra. En cualquier momento dado, hay conflictos en el planeta.
Si lo piensas, no tiene sentido. Si le preguntas a la gente si cree que la violencia puede resolver las diferencias, dirá que no. Si es así, quiero preguntar, ¿por qué peleamos? ¿es para mostrar quién tiene razón? Si esto fuera correcto, el más fuerte sería el que actúa en honor a la verdad. Pero es claro que esta respuesta es incorrecta.
De hecho, no sólo es errónea, es deplorable e inmoral. ¿Cómo se puede creer que tenga razón el que es agresivo y aplasta al que diverge o es contrario a sus ideas? Eso no es justicia; es intimidación. Así, ni siquiera somos animales; ¡Somos peores que ellos!
Pero, así es la naturaleza humana. Así nos hemos comportado desde el principio de los tiempos y no cambiará hasta que cambiemos nuestra naturaleza. Cuando decidamos que estamos hartos de nuestro ego y queramos probar una forma diferente de vivir en el planeta, podremos pensar en formas más agradables de vivir.
Cuando decidamos abandonar nuestro ego, descubriremos que los opuestos no se anulan, que se complementan. Los opuestos no amenazan la vida del otro, la aseguran y la apoyan.
Los opuestos son complementarios y existen no sólo en la naturaleza, también en los humanos. Así como la primavera no tiene sentido sin otoño, el capitalismo no tiene sentido sin socialismo. Lo mismo se aplica al liberalismo y al provincianismo, al globalismo y al aislacionismo. Ningún concepto tiene sentido sin su contraparte, pues ayuda a definirlo y a aclararlo.
Así, la verdad no está en ningún lado. La verdad está en la cooperación y la unidad. La verdad es lo que permite la vida. Por ejemplo, el corazón y los pulmones hacen funciones muy diferentes, casi contradictorias. Los pulmones saturan la sangre con oxígeno y el corazón transmite la sangre por todo el cuerpo y la distribuye a los órganos. En términos de saturación de oxígeno, estas son funciones contradictorias. Pero, sólo cuando, tanto el corazón como los pulmones funcionan correctamente, podemos tener un cuerpo sano. La “verdad”, por así decirlo, no es que la sangre deba estar llena de oxígeno ni que deba estar desprovista de él. Lo cierto es que cuando el corazón y los pulmones funcionan correctamente, hay equilibrio, salud y vitalidad.
La verdad, por lo tanto, es equilibrio, no subyugación. Si mantenemos equilibrio donde todas las partes de la sociedad contribuyan con sus acciones respectivas y únicas, tendremos una sociedad equilibrada y saludable, cuyos miembros estarán seguros y satisfechos. Si tratamos de eliminar un órgano de la sociedad, condenamos a toda la sociedad a tener inestabilidad, insatisfacción y desintegración final.
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