¿Cuál debería ser nuestro enfoque cuando nos comunicamos con nuestros hijos, especialmente cuando son jóvenes? ¿Qué relaciones debemos construir con ellos para prepararlos mejor para la vida? Aparentemente, hay una fórmula llamada «adulto-igual-menor», que funciona muy bien para preparar a nuestros hijos para la vida, si la usamos correctamente.
Como padres, nuestro principal objetivo es «construir» la personalidad de nuestro hijo para que esté preparado para la vida, para que tenga confianza en sí mismo y capacidad para hacer cualquier tarea que decida realizar y para que vea los fracasos de forma constructiva y positiva. Para lograrlo, necesitamos aprender a relacionarnos con nuestros hijos desde tres perspectivas diferentes: como adultos, como iguales, como menores. Cada perspectiva tiene su función y el momento adecuado para utilizarla. El truco es saber cuándo usar cuál y cómo usarla correctamente.
Comencemos con la perspectiva de «adulto». Aquí estamos por encima del niño, como la figura paterna dominante. Establecemos las reglas y aplicamos presión cuando es necesario. Con la perspectiva de “igual”, descubrimos que, con frecuencia, el niño nos escucha con mucha más atención cuando hablamos como iguales, que cuando lo hacemos con un tono de mayor a menor. Aquí es cuando tratamos a los niños como amigos, compañeros de juegos e incluso como confidentes. Cuando adoptamos la perspectiva «menor», permitimos que el niño practique ser el «adulto maduro» y que nos conduzca y dirija.
Combinar las tres, ayuda a que los niños comprendan mejor la complejidad de las relaciones humanas. Les ayuda a desarrollar la capacidad de adaptarse y ajustarse a las circunstancias cambiantes, a saber relacionarse con maestros, amigos y más adelante en la vida, con socios y compañeros de trabajo.
Ahora que describimos las tres perspectivas, agreguemos algunas ideas sobre cada una. Al adoptar la perspectiva «menor», debemos saber cómo hacerlo sin perder nuestra autoridad paterna. Para hacerlo, necesitamos explicarle al niño, con palabras y con el ejemplo, que todos tenemos fortalezas y debilidades, que no podemos saber todo ni hacer todo. Por ejemplo, incluso si eres campeón olímpico, no puedes ser campeón en todos los deportes. Cuando el niño aprende que está bien no sobresalir en todo, se le quita una gran carga de encima y eso le permite ser feliz donde está, perseguir lo que realmente le interesa y en eso, sobresalir. Al mismo tiempo, no se sentirá inseguros porque no sabe ni entiende todo.
Con respecto a la perspectiva de “igual”, es importante que el niño sienta que siempre estamos trabajando en su mejor interés. Los niños necesitan saber que pase lo que pase, incluso si estamos enojados con ellos o somos exigentes, es porque estamos trabajando en su interés, que nuestra presión les ayuda a lograr lo que sería más difícil, si no imposible de conseguir de no ser por nuestra presión. Es una buena idea decirles explícitamente que nos duele tener que reprocharles y presionarlos y explicarles que es por su bien.
Si el niño no acepta nuestra explicación, debemos mostrar que sentimos mucho tener que ser así, que nos duele lastimarlo, pero debemos hacerlo de todos modos, porque es lo mejor para él y como padres, debemos asegurarnos de que nuestros hijos obtengan la mejor educación que le ayude a convertirse en adulto exitoso. A veces, incluso podemos admitir que nuestra exigencia es muy difícil, que no estamos seguros de que puedan manejarla, pero que si lo hacen, se beneficiarán tremendamente y se les abrirán nuevas puertas. En ese estado, debemos dejar al niño con espacio para que se construya de forma independiente.
Con relación a la perspectiva de «adulto», aquí los padres toman las decisiones. Ellos tienen que explicar que a veces, simplemente tenemos que aceptar ciertas cosas. Esto quizá no sea fácil para el niño, pero es un gran ejemplo porque cuando crecemos, tenemos que obedecer la ley, seguir las reglas de la escuela o universidad en la que estamos, el lugar de trabajo, los jefes, etc. Si los niños no están acostumbrados a obedecer las reglas, aunque a veces no las comprenden o no están de acuerdo con ellas, podría ser un problema para ellos al hacer frente a la sociedad en la que viven.
Aquí hay un ejemplo de la vida real y de cómo podemos usar las tres perspectivas para convertir una situación cotidiana en una experiencia de crecimiento. Con frecuencia a los niños pequeños les lleva mucho tiempo vestirse, lavarse y prepararse para la escuela por la mañana. Y puede generar mucho estrés y presión y provocar situaciones desagradables. Lo primero para afrontarlo es repasar todas las etapas de la rutina matutina con el niño, no en el tiempo real, sino en su tiempo libre, cuando están relajados. Recuerdas lo que haces cada mañana paso a paso y junto con el niño aprendes lo que conlleva cada etapa (baño, desayuno, vestirse, etc.). En colaboración con el niño, ponen un límite de tiempo realista para cada acción y el niño ahora “practicará” mantener el tiempo en lugar de ser pasivo y obligado a levantarse. Así, el proceso se convierte en juego.
Después de uno o dos días, cuando el niño se sabe la rutina de memoria, tomas la perspectiva «menor» y el niño se convierte en el adulto. Ahora es su turno para ver que lo haces a tiempo, para asegurarse de que no lo retrasas.
De esta manera, cada situación de la vida, especialmente las más desafiantes, puede convertirse en experiencia de aprendizaje que conduzca al crecimiento personal y al aprendizaje de nuevas habilidades que harán a nuestros hijos, seguros y capaces de comunicarse con éxito con las personas que los rodean.
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