A pesar de los bloqueos, las pautas estrictas y las nuevas vacunas que se espera que combatan la COVID-19, la morbilidad se intensifica constantemente y la mortalidad está en su punto máximo. Independientemente de quién esté en el poder, los líderes mundiales están descubriendo que son incapaces de encontrar soluciones viables para salir de la crisis. La impotencia para hacer frente a la pandemia y sus efectos posteriores, eventualmente exacerbará y agotará el liderazgo humano, revelará su gobierno frágil y fallido y nos motivará a reconocer que ya no hay vacas sagradas. El mundo exige un liderazgo superior: el liderazgo de la naturaleza.
La naturaleza tiene su propio ritmo de desarrollo, actualmente se encuentra en la vía rápida debido a la pandemia. Si no podemos vencer a la naturaleza en su juego, es mejor unirnos a ella en su trayectoria hacia una sociedad humana más equilibrada. Los sistemas que creamos -familia, barrios, ciudades, sociedades y países- se basan todos en relaciones puramente egoístas, en explotación y competencia, en desprecio y arrogancia. En tales sistemas, el espíritu de división crece y está en total contraste con la forma de la naturaleza que lucha por conexión y unidad.
El conflicto entre las leyes de la sociedad y las leyes de la naturaleza -la brecha entre el ego y el altruismo- es lo que nos condujo a la crisis actual. Este conflicto se convirtió en el punto de inflexión que trajo la plaga del coronavirus a escala mundial.
Pero hay espacio para un optimismo sutil. Junto a la enfermedad y las dificultades, la desesperación y el desamparo, surge un gran deseo nuevo; un deseo que siempre ha estado presente, pero que hasta ahora emerge con claridad por el duro apretón con el que la pandemia nos está exprimiendo el aliento. La gente empieza a darse cuenta que todos los caminos que hemos recorrido a lo largo de la historia, no nos sirven en este difícil momento de crisis. Incluso toda la investigación y el conocimiento académico que hemos acumulado y la tecnología sofisticada y la medicina avanzada, no hay un beneficio duradero. En el lapso de un año, la torre de naipes que habíamos trabajado tan duro para construir durante generaciones, se derrumbó ante nuestros ojos.
El virus que nos envió la naturaleza nos obliga a reconocer que ella nos impulsa en la dirección opuesta a nuestros cálculos humanos egoístas, hacia una trayectoria donde nos complementemos y haya apoyo y ayuda, consideración y solidaridad, preocupación y garantía mutua. Ese comportamiento social, que incluye la elección de valores de hermandad y amistad, fortalece nuestros lazos y nos acerca a la creación de un tejido social completamente nuevo, que ejemplifica la armonía de la naturaleza.
Si respondemos positivamente a la redirección de la naturaleza y nos esforzamos por lograr una conexión cordial, descubriremos que nos vigoriza una gran fuerza de conexión, un poder supremo que nos permite superar contradicciones y oposiciones, una fuerza que solidifica a la raza humana en una nueva cohesión y unidad. Y mientras más aumentemos el amor por encima de las transgresiones y las facciones, más invitaremos a esta fuerza positiva de la naturaleza y más surgirá, entre nosotros, una fuente de unidad que nos llevará a estados superiores.
Es una esperanza infructuosa pensar que algo del gobierno o de organizaciones y políticos conduzca a un cambio positivo. Debido a que los picos y mesetas que nos prometen no buscan la unidad social, sus ofertas son vacías e irrelevantes.
Aunque este deseo de armonizar con la naturaleza como una humanidad unida, está creciendo gradualmente y su conciencia aumenta orgánicamente, aún está el requisito y el deber de enfocarse proactivamente y explicar extensamente el programa y la evolución de la naturaleza. De lo contrario, nuestra creciente tendencia egoísta amenaza con seguir separándonos, si seguimos pisoteando a los demás.
No necesitamos conexión para controlar ni separación para gobernar, lo que necesitamos es una conexión cuyo propósito sea complementarnos mutuamente para crear un sentido de igualdad. Esta igualdad que construiremos no será una igualdad que aplaste a todos, sino una igualdad que nos empodere en nuestras diferencias, que respete los deseos y singularidad de cada individuo, que los complemente con sabiduría y los moldee en patrones de conexión similares a las tendencias observadas en la naturaleza.
Los hilos de conexión entre la gente y sus líderes están rotos desde hace mucho tiempo, aunque hasta ahora se está revelando por completo la brecha. Ahora ya no podemos confiar en el liderazgo decrépito e inestable del pasado. Debemos aprender a comunicarnos correctamente y aprender a apoyarnos unos a otros. Dentro de esta nueva red de conexiones, crearemos una infraestructura para un tipo de liderazgo completamente nuevo, el poder supremo de la naturaleza, un poder que nos sacará de la crisis y nos ayudará a construir una nueva vida.
Buen día. Muchas gracias 🙏