Recientemente, el medio semioficial iraní Tasnim News Agency informó que Hossein Salami, comandante en jefe del cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, declaró que Irán está «seguro de que el declive y el colapso del régimen sionista está más allá del deseo y es una realidad que podría suceder en un futuro próximo”. Con esta declaración, Irán trata de impulsar su propio espíritu y el de sus representantes palestinos, después de la última campaña militar en Gaza. Pero esos anuncios no reflejan fuerza sino debilidad.
Sin embargo, esa publicación no habla del poder militar, sino del intenso odio que Irán exhibe hacia Israel y de lo que Israel puede hacer al respecto. En verdad, hemos intentado casi todo lo posible para apaciguar a los palestinos y al resto del mundo árabe, pero nada funciona. De hecho, la experiencia demuestra que cada vez que damos a nuestros enemigos lo que exigen, añaden desprecio a su odio, en lugar de volverse más pacíficos y amistosos.
Ya deberíamos saber que erradicaremos el odio del corazón de nuestros enemigos, sólo cuando eliminemos el odio de nuestro propio corazón. Es decir, como nos odiamos unos a otros, nuestros enemigos nos odian. Este ha sido el caso del pueblo judío desde sus inicios y nunca cambiará. Mientras sigamos odiándonos, el odio que nos tiene el mundo no disminuirá.
El “declive y colapso” del que habló Salami no sólo nos debilita adentro; también alimenta su odio y el de todos, hacia nosotros. Es un colapso social, no físico ni económico. Expresa el colapso de nuestra cohesión y solidaridad, nuestro sentido de que somos una nación limitada por la responsabilidad mutua entre sus miembros.
Nuestros sabios escribieron que cuando sentimos alienación mutua, el mundo nos ataca. Cuando nos unimos, no sufrimos ningún daño. Por ejemplo, el libro Shem MiShmuel dice: “Cuando la unidad se restaure en Israel, satanás no tendrá un lugar donde poner el error y las fuerzas externas. Cuando es como un hombre con un corazón, es como un muro fortificado contra las fuerzas del mal».
Pero nuestra misión no es sólo unirnos, sino ser ejemplo de unidad para las naciones. Por eso, cada vez que peleamos, aunque sólo sea verbalmente, las naciones nos castigan. El Talmud (Yoma 9b) explica que Nabucodonosor conquistó Israel y destruyó el Primer Templo, porque el pueblo de Israel dialogaba entre sí «con dagas en la lengua». Pero cuando el pueblo de Israel muestra unidad, todos quieren aprender unidad de él, en consecuencia, el libro Sifrey Devarim dice que en los días del Segundo Templo, durante las tres peregrinaciones festivas, los gentiles «subían a Jerusalén, veían a Israel … y decían: ‘Es conveniente aferrarse sólo a esta nación'».
Una vez más, vemos que nuestra propia división, nuestra decadencia social, es nuestro único problema. Si volvemos al lema de nuestra nación, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, si simplemente tratamos de implementarlo, disolveremos todo el odio hacia nosotros. Mientras seamos obstinados y pensemos que tener la razón es más importante que estar juntos, no tendremos futuro en la tierra de Israel ni en ningún otro lugar del mundo.
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