Los grandes disturbios en el corazón de París son brotes de un cambio en las leyes del juego social económico de toda Europa. Los “Chalecos Amarillos” protestan por el aumento de los precios del combustible y el costo de vida, encienden edificios, queman vehículos y destrozan tiendas en la avenida Champs-Élysées. Ni siquiera la estatua de Marianne, un personaje emblemático de la revolución francesa, que representa la libertad y la sabiduría quedó inmune.
La angustia entre los ciudadanos de Francia manifiesta la sensación de abuso que sienten por parte del gobierno. Los franceses son los primeros en percibir que la élite que los gobierna se preocupa principalmente de sus propias necesidades y no las de los ciudadanos. Están comenzando a captar que quienes encabezan la sociedad están preocupados por una sola tarea: mantener su liderazgo; gobernar al público de la manera que sea y usarlo hasta el final, incluso bajo la cobertura de medios de comunicación populares.
Cuando un europeo, por más desarrollado y capacitado que sea, siente que le están quitando lo poco que le queda en el bolsillo, todo se hace permisivo y surge de su interior ese tono guerrero; y vestido con sus sentimientos de furia sale a la calle a manifestar su enojo, perdiendo el juicio con violencia, enfrentando cruelmente a la ley, destrozando, incendiando, rompiendo y amotinando lo que tenga a mano. Aún si el final es la prisión, no podrá frenarse el ego desmedido.
Y mientras tanto, ¿dónde se encontraba el honorable presidente de Francia, Emmanuel Macron? En la cumbre del G20 llevada a cabo en Argentina, llamando a sus ciudadanos a abandonar la violencia. A su alrededor, los líderes del mundo disfrutaban de un banquete y se codeaban en el espacio de la lujosa sala. También ellos están enceguecidos por el ego que no les permite ver el complicado nudo global que los tiene atados. Cada líder se esfuerza por crear nuevos contactos sin notar cómo la realidad a su alrededor se desmorona.
El tono en esta cumbre lo dio Trump, demostrando a todos cómo se preocupa por los intereses de su propia nación. Concreta acuerdos con su colega chino respecto a la guerra mercantil y así, los líderes de las dos economías más grandes del mundo se encaminan hacia un tratado que beneficiará a las dos naciones que representan. Si bien el presidente de Estados Unidos actúa de forma separatista, lo hace por el bien de su propio país.
El estado de deterioro que está viviendo Europa nos hace recordar un poco a la Unión Soviética en los días previos a su desmantelamiento. Su polarización social va aumentando día a día, los intereses de los líderes colidan entre sí. Algunos países piden retirarse de la Unión Europea, mientras que las olas de inmigrantes siguen fluyendo al continente e impactando el tejido sociocultural.
El gran golpe que impactará a Europa es la disonancia entre la abundancia y la pobreza. Frente a los miles de millones de euros que entran a la Unión Europea, resalta la pobreza y el desgaste de la clase media. A la par, la revolución tecnológica e industrial se va perfeccionando a pasos agigantados y millones de personas perderán su lugar de trabajo.
Cuando un sesenta o setenta por ciento de cualquier país europeo quede desempleado, sin poder regresar al entorno laboral, necesariamente habrá que cambiar las reglas del juego. Es fácil imaginar un guión al estilo “primavera europea”, en la cual una agitación social como la que ocurre en París se expanda como fuego en todo el continente.
Ya hoy un grupo de analistas en Polonia pronostica que quedan unos doce años antes del colapso total de la bolsa de valores internacional. Pero en un sistema interconectado en el que cada detalle está relacionado a todos, no hay duda de que la crisis puede ocurrir incluso antes.
El primer paso necesario en el cambio de las reglas del juego será pagar un sueldo básico a cada persona que alcance para proporcionar una canasta esencial de sustento. Solo que el hombre no vive solamente de pan. Dicho sueldo calmará el cuerpo, pero no el alma.
El sistema económico incluye el sistema de relaciones sociales. Por lo tanto, en el momento que la sociedad provea las necesidades imprescindibles de cada persona ya no habrá lugar para estimar al individuo según su puesto de trabajo o nivel salarial, y los valores sociales deberán cambiar.
Serán muchos los que competirán por ese cuadro social que ofrezca una nueva estimación de los valores. Habrá nuevos líderes, nuevas religiones, organizaciones extremistas, diferentes ideologías, y más. Pero habrá una idea social que unirá a todos los europeos y logrará llevarlos a una buena relación y a mantener la calma en las calles. Será esa idea la que enfatizará en cada individuo el conocimiento de que estamos todos interconectados y dependemos uno del otro, que motivará a una consideración mutua, elevará la conciencia de la unión como un valor superior, creará nuevos matices positivos en las relaciones entre las personas. Al final de cuentas, una sociedad sana y una nueva economía deben estar basadas en la calidad de la conexión humana.