La depresión, la violencia, el abuso de sustancias, la marginación y el aislamiento, son todos síntomas de una epidemia: creer que tenemos derecho a todo. La última frontera de la humanidad no es conquistar el espacio, sino conquistar el espacio entre nosotros.
A principios de este mes, un expediente no comprobado de BuzzFeed aseguraba contener información comprometedora acerca del presidente electo Donald Trump. Dicho expediente fue recogido por la CNN dándole un tratamiento de noticia veraz. La noticia ha resultado ser falsa y, durante su primera conferencia de prensa en meses, Trump acribilló al reportero de la CNN, llamó a su medio “noticias falsas” y no le permitió hacer preguntas. Desde el 9 de noviembre, fecha en que se produjeron los sorprendentes resultados electorales en Estados Unidos, ha ido en aumento el rumor sobre si se utilizaron o no noticias falsas para favorecer a los candidatos.
Las noticias falsas no son algo nuevo. Es una herramienta frecuentemente utilizada para confundir a la gente ya sea por motivos económicos, políticos o de otro tipo. Los gobiernos, los partidos políticos e incluso los profesionales de las relaciones públicas a menudo difunden información inexacta para potenciar su postura en un debate, o simplemente inventan historias solo para poner al público de su lado. De hecho, hoy las noticias están tan plagadas de partidismo, en ocasiones son falsas y en otras engañosas, pero siempre son tendenciosas.
El código ético de la Sociedad de Periodistas Profesionales (SPJ) establece que un periodista está obligado a “no distorsionar nunca deliberadamente ni los hechos ni el contexto”. En el actual mundo del periodismo, una declaración así podría fácilmente pasar por noticia falsa. Cuando cada medio de comunicación declara sin tapujos cuál es su posición política, no es de extrañar que los medios distorsionen deliberadamente los hechos y el contexto con el fin de manipular el debate público y la opinión pública. El interés de los medios es servir a sus accionistas, no informar al público.
Veamos un caso clásico sobre cómo un medio de comunicación utiliza noticias para manipular la opinión del público. En los últimos meses, los terroristas han perpetrado tres ataques mortales de un modo muy similar: utilizar camiones contra una aglomeración de peatones confiados. El primer ataque tuvo lugar en Niza (Francia), el segundo en Berlín (Alemania) y el tercer choque ocurrió en Jerusalén (Israel). A pesar de que son acontecimientos muy similares, y a pesar de que en los tres incidentes hubo víctimas mortales y el conductor era sin lugar a dudas un terrorista que deliberadamente atropella con su camión a una multitud, BBC News informó acerca del tercer incidente –el ocurrido en Israel– de forma muy diferente a los dos primeros. Estos son los titulares que la BBC dio a cada uno de los ataques: Francia: al menos 84 muertos por un camión en las celebraciones de la fiesta nacional. Alemania: camión mata a 12 personas en un mercado de Navidad. Israel: conductor de camión disparado en Jerusalén después de que presuntamente embistiera a peatones, hiriendo al menos a 15, informan medios israelíes.
¿Recuerdan el apartado del código ético de la Sociedad de Periodistas Profesionales que decía que los periodistas nunca deben “distorsionar deliberadamente ni los hechos ni el contexto”? En efecto, qué lejos quedan aquellos días en que consideramos a la prensa como un órgano de control de la democracia. Por lo único que velan hoy es por los intereses de sus accionistas. Ahora bien, hay una razón para esta deplorable situación.
El ego es el rey
Hoy en día podemos vigilar de cerca a los periodistas pero, seamos sinceros, el sesgo está por todas partes. Pensemos en las encuestas, por ejemplo. Solíamos colocarlas en un pedestal considerándolas el bastión de la objetividad. Después de los dos fiascos –vaticinar los resultados de la votación sobre el Brexit y las elecciones en Estados Unidos– el público ha dejado de confiar en las empresas de sondeos. Ahora, incluso Le Parisien, el influyente diario francés, ha decidido prescindir de las encuestas de opinión en los meses previos a las elecciones generales y “pasar de una actitud de un periodismo de ‘competencia desenfrenada’ a otra de información sobre el terreno”.
Otra cuestión importante en lo que a confianza se refiere, es el sistema judicial estadounidense. El presidente nombra a los jueces del Tribunal Supremo y el Senado debe aprobarlos; esto significa que, por definición, el sistema judicial de Estados Unidos está, en toda la escala jerárquica, lleno de tendencias políticas. Si el Tribunal Supremo está sujeto a la influencia de intereses políticos, ¿podemos esperar imparcialidad en algún sector del sistema judicial?
Dondequiera que miremos, los intereses personales, partidistas, financieros o políticos determinan la forma en que se gestiona el país. Esto sucede en los Estados Unidos y en todos los países del mundo. Sin embargo, por muy descorazonador que sea, conocer la verdad es el primer paso hacia la corrección. En la Cabalá, darse cuenta de lo negativo en la naturaleza humana y de su impacto adverso en nuestro mundo lo denominamos “reconocimiento del mal”.
Lo cierto es que hoy el ego es el rey. Los sociólogos han escrito acerca de nuestra cultura narcisista desde finales de los años setenta, pero desde que entramos en este nuevo siglo, han comenzado a sospechar que el egoísmo se ha convertido en una epidemia. La espiral de depresión, el auge de los divorcios, la escalada de violencia, el radicalismo ideológico y religioso, el incremento del abuso de sustancias, la creciente marginación y el aislamiento o las disputas políticas cada vez más intensas; todo ello son síntomas de la epidemia de creer que tenemos derecho a todo, una epidemia que amenaza nuestro bienestar y nuestra propia existencia.
Para corregir la sociedad humana, corrige la naturaleza humana
Describir todo el proceso de corrección de la sociedad humana en una columna de prensa resulta algo complicado. Hablé en detalle acerca de ello en varios de mis libros, como Self-Interest vs. Altruism in the Global Era: How society can turn self-interests into mutual benefit o Self-Interest vs. Altruism in the Global Era: How society can turn self-interests into mutual benefit, y ambos incluyen ejemplos de implementación práctica del proceso de corrección. Sin embargo, me gustaría subrayar los principios básicos para construir una sociedad sana.
El motor del desarrollo
No podemos suprimir ni destruir el ego. La humanidad ha intentado hacerlo durante siglos y ha fracasado estrepitosamente. Nuestros egos no son estáticos: crecen constantemente, así que toda protección que levantemos contra ellos se viene abajo en cuanto surge un egoísmo más intenso. La presión liberada cuando sobrevienen tales estallidos, trae violencia y perturbación a toda la sociedad. De hecho, el mundo de hoy, donde el ego está destruyendo todo lo valioso que existe en el planeta, es precisamente el resultado de nuestros intentos fallidos de destruir el ego.
Por otro lado, el ego es el motor de nuestro desarrollo. Los mayores logros de la humanidad surgen de los anhelos egoístas del hombre buscando la fama, la fortuna o el conocimiento. Si destruimos el ego, destruiremos el progreso.
La frontera final de la humanidad
Thomas Friedman, columnista del New York Times, dijo recientemente en una entrevista con Tucker Carlson en el programa Tucker Carlson Tonight: “Creo que conectar a la gente entre sí será un trabajo inmenso. (…) Creo que los mejores trabajos serán puestos en los que se trabaje de persona a persona. Vamos a ver un nuevo conjunto de ocupaciones e industrias girando en torno al corazón, a la conexión de unas personas con otras”.
En efecto, la última frontera de la humanidad no es conquistar el espacio, sino conquistar el espacio entre nosotros. En estos tiempos convulsos, la tarea más importante que tiene la humanidad es elevarse por encima del ego y unirse. Esto puede sonar utópico o poco realista, pero si empleamos el enfoque correcto y los medios adecuados, es factible.
Hace casi 4.000 años, el patriarca Abraham descubrió que la vida existe en un equilibrio entre dar y recibir. La sociedad de Abraham en Babilonia, al igual que nuestra sociedad de hoy, fue golpeada por la separación y las aspiraciones de logros humanos. Los antiguos hebreos provenían de diferentes tribus y naciones. Huyendo de la división en sus propias tribus, acudieron a Abraham, que les enseñó a amarse unos a otros, el rasgo que acabaría convirtiéndonos en una nación. Hoy, tras dos milenios en los que este activo tan valioso ha estado abandonado, no solo debemos regresar a nuestras raíces y restaurar nuestra unidad, sino además compartir el método para conseguirlo con un mundo que sufre.
Abraham y sus descendientes desarrollaron un método de conexión que permitió a sus discípulos trascender el egoísmo que se interponía entre ellos y superarlo con amor. Cuanto mayor era el nivel del egoísmo, más alto era el puente que construían sobre él. El libro Likutey Etzot (miscelánea de consejos), escribe: “La esencia de la paz es conectar dos opuestos. Por lo tanto, no te alarmes si ves a una persona cuya opinión es completamente opuesta a la tuya y piensas que nunca podrás hacer la paz con ella. O cuando ves a dos personas que son completamente opuestas entre sí, no digas que es imposible hacer la paz entre ellos. Por el contrario, la esencia de la paz es tratar de sellar la paz entre dos contrarios”. El rey Salomón sintetizó acertadamente esta visión en su proverbio (Prov. 10:12): “El odio agita la contienda y el amor cubre todas las transgresiones”.
Hasta ahora nos hemos centrado en la recepción, olvidándonos por completo del aspecto de dar. Hemos desfigurado la sociedad y la hemos hecho egoísta hasta la médula. Ahora debemos volver a incorporar en nuestras comunidades el elemento de dar, para que la fuerza positiva de conexión compense la fuerza negativa de la separación.
En anteriores columnas escribí acerca de los círculos de conexión y otras técnicas que podemos aplicar para que la fuerza positiva se asiente en la sociedad. Pero antes de poder emplear alguna de ellas, debemos dictaminar que ya no queremos vivir en un mundo egoísta en el que la prensa nos informa de manera errónea, el sistema judicial está politizado y la economía solo reporta beneficios a la élite gobernante, mientras que el resto de los mortales vamos cayendo en la precariedad. Del mismo modo que los médicos necesitan un diagnóstico para poder prescribir una cura efectiva, nosotros necesitamos el “reconocimiento del mal” para empezar a sanar nuestra sociedad. Y es ahí donde nos encontramos ahora: en el primer paso hacia la recuperación.