Hace seis meses, en Israel, falleció el primer paciente de Covid-19. Ahora, después de batir otro récord en el número de nuevos casos confirmados y ampliar nuestra “ventaja” como país con más infecciones per cápita, finalmente nos damos cuenta de que hay un problema real, que la gente verdaderamente está muriendo y que estamos perdiendo el control sobre la pandemia.
Lo advertí hace meses, dije que si no hacemos lo que debemos, estaremos entre los países más golpeados. Y no sólo en casos confirmados de Covid, sino también en desempleo y desintegración social.
No debería sorprendernos que esto suceda. No hicimos lo que debíamos y la pandemia se está extendiendo en Israel y en el mundo, más rápido que los incendios forestales en California. Si la gente nos culpa, sólo hará eco de lo que nuestros sabios dijeron hace miles de años: “Toda calamidad llega al mundo por causa de Israel” (Yevamot 63a). La Covid-19 es ciertamente una calamidad, pero empeorará más, a menos que los israelíes comencemos a actuar como israelíes.
Esto es ser israelí: nuestra nación se forjó cuando acordamos unirnos «como un hombre con un corazón». No había simpatía entre nosotros, no estábamos de acuerdo y no queríamos estar juntos. Veníamos de diferentes clanes y tribus, de toda la zona del Creciente Fértil y nos unimos al grupo de Abraham, porque nos gustó lo que él enseñó, que debemos amarnos unos a otros por encima de nuestras diferencias. Sin embargo, no era que realmente nos quisiéramos, al menos al principio. Pero allí, al pie del monte Sinaí, después de escapar de Egipto, finalmente acordamos unirnos como uno, por encima de nuestras disparidades y disputas.
En ese momento, nos convertimos en nación.
Y a pesar de que, poco después, caímos en luchas y beligerancia, siempre supimos lo que debíamos hacer. En palabras del rey Salomón, “El odio suscita contiendas y el amor cubrirá todas las transgresiones” (Proverbios 10:12).
Aún así, no nos convertimos en una nación en bien nuestros, sino para ser «luz para las naciones», para mostrar al mundo que, el amor puede cubrir todas las transgresiones, todo el odio y con nuestro propio ejemplo, guiar el camino hacia la unidad, para que todos hagan lo mismo.
Hoy, aunque recuperamos la soberanía, en Israel hay todo menos unidad. Está dividido en sectas y facciones, clases, opiniones políticas, sector privado versus sector público y religiosos versus seculares. Cada facción de la nación quiere que su porción del pastel sea la más grande, independientemente de su propio tamaño o necesidad e independientemente de las necesidades de otras facciones de la nación.
Además, la sociedad israelí en su conjunto, está océanos aparte del judío de EUA, no sólo físicamente, más importante, emocionalmente. Hay un profundo abismo entre la forma en la que los judíos de EUA perciben el judaísmo y a Israel y la forma en que los israelíes lo perciben. Esto hace que las dos comunidades judías más grandes del mundo se enfrenten continuamente entre sí.
El libro Sefat Emet escribe: “La verdad es que todo depende de los hijos de Israel. A medida que se corrigen ellos mismos, toda la creación los seguirá». Actualmente, no nos estamos corrigiendo; sólo nos separamos más profundo cada día.
La Covid-19 nos salvó. Nos detuvo en el camino hacia la aniquilación.
Nos permitió reflexionar sobre nuestra sociedad y comenzar a arreglarla, a hacerla más cohesiva y solidaria y finalmente, ser ejemplo positivo para el mundo.
Pero, no aprovechamos la oportunidad; la arruinamos. Así, mientras el mundo veía con asombro que, al principio prevalecíamos sobre el virus, ahora parece desconcertado, pues nos estamos quedando atrás, porque nos rendimos a los caprichos de nuestras facciones y sectas. Una vez más, la división es la fuente de nuestros problemas, pero estamos demasiado ocupados complaciéndonos en nuestra justa indignación, para reconocerlo.
Está escrito que Israel es un pueblo terco y, de hecho, somos muy obstinados. Ser obstinado puede ser favorable, pero también tiene sus límites. En algún momento, una masa crítica, señalará con el dedo acusador a Israel y dirá que somos la causa de todos sus problemas y nada de lo que podamos decir los convencerá de lo contrario. Si sucede, Israel tendrá un gran problema. Antes de que suceda, debemos hacer lo que estamos destinados a hacer desde el primer día: Unirnos y así, ser ejemplo para que el mundo entero nos vea y haga lo mismo.
Sorprendentemente, El libro del Zóhar (Aharei Mot) escribió, hace casi dos mil años, sobre nuestra situación y su solución: “’Vean, qué bueno y qué agradable es que los hermanos también se sienten juntos’. Estos son los amigos, pues se sientan juntos y no están separados uno de otro. Al principio, parecen gente en guerra, deseando matarse unos a otros … luego vuelven a amarse fraternalmente. … Y ustedes, los amigos que están aquí, como estaban antes en cariño y amor, de ahora en adelante tampoco se separarán… y por su mérito, habrá paz en el mundo».
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