La sorprendente realidad es que lo contrario de la adicción no es la sobriedad: es la conexión humana.
Johann Hari es un escritor y periodista cuya vida se vio afectada por la adicción a las drogas en su familia. Sin embargo, su dolorosa historia familiar le condujo a una indagación personal en busca de respuestas; y lo que ha hallado puede beneficiarnos a todos. Hoy en día, cuando el abuso de sustancias se ha convertido en una epidemia que, solo en los EE.UU., acaba con la vida de miles y miles de personas al año, averiguar las causas y las soluciones a la adicción se ha convertido en una necesidad apremiante en todo el mundo, pero sobre todo en los EE.UU.
Todo está en la jaula
En un fascinante artículo en El Huffington Post, el Sr. Hari detalla cómo descubrió la verdad acerca de la adicción y lo que cree que puede resolverlo. Hari descubrió que la teoría inicial que explicaba la adicción a las drogas se desarrolló a través de experimentos con ratas colocadas en jaulas con dos botellas de agua: una con agua pura y otra mezclada con heroína. Las ratas probaron de ambas botellas y después de varias veces se convirtieron en adictas a la heroína. Solamente bebían de la botella que contenía droga. Hasta que murieron.
El problema, escribe Hari en su texto, es que a las ratas se las colocaba solas en las jaulas, cuando las ratas son animales muy sociales, al igual que nosotros. Bruce Alexander, profesor de psicología en Vancouver, decidió comprobar si la teoría sobre la adicción se cumplía en diferentes circunstancias. Realizó el mismo experimento con las dos botellas, pero colocó a las ratas en una jaula que Hari describió como “Ratilandia”: repleta de “bolas de colores, con los mejores alimentos para ratas, túneles para deslizarse y un montón de amigos: todo lo que una rata podría desear”.
Como en la anterior ocasión, las ratas probaron ambas botellas; pero esta vez apenas regresaban al agua con droga y ninguna de ellas se convirtió en adicta. En conclusión, Hari señaló que “todas las ratas que estaban solas e infelices se convirtieron en grandes consumidoras de droga, pero ninguna de las ratas que contaba con un ambiente feliz lo hizo”.
Todavía más sorprendentes son las conclusiones de Hari sobre la adicción entre los seres humanos. Hari descubrió datos que revelaban que los pacientes hospitalizados que reciben ingentes cantidades de analgésicos a base de opio rara vez se volvían adictos. Lo mismo ocurrió con los soldados en la guerra de Vietnam. Mientras estaban desplegados, un veinte por ciento entre ellos se volvió adicto a la heroína. Pero a su regreso, simplemente dejaron de consumirla sin necesidad de un programa de rehabilitación. Al igual que las ratas, cuando las personas vuelven a un ambiente de apoyo y afecto, dejan de usar las drogas: simplemente ya no las necesitan. En conclusión, Hari afirma que “lo opuesto a la adicción no es la sobriedad: es la conexión humana”.
Qué sucede cuando rechazamos la buena jaula
La falta de conexión humana deriva en algo más que una adicción a las drogas. Provoca y agrava tantos problemas de salud física y mental que probablemente, si lo remediáramos, eliminaríamos prácticamente la necesidad de asistencia sanitaria. En una entrevista para el Canal 2 de Israel, Thomas Friedman, de The New York Times, dijo que recientemente se le preguntó al cirujano Vivek Murthy: “¿Cuál es la enfermedad más prevalente en los Estados Unidos: el cáncer, la diabetes, las enfermedades del corazón?” Y respondió: “Ninguna de ellas; es el aislamiento”. Ni las enfermedades del corazón, ni la depresión, ni siquiera el abuso de sustancias. Lo que más enfermedades provoca en los EE.UU –más que cualquier otro problema de salud– es el aislamiento social. Unamos a esto unos medicamentos recetados y unas drogas en la calle cada vez más accesibles y asequibles, y veremos que, sin darnos cuenta, hemos creado las condiciones que conducen tanto a ratas como a seres humanos al abuso de sustancias y a la adicción. Nos hemos colocado en la jaula equivocada, en la del aislamiento social, para luego tratar de escapar echando mano de las drogas.
William Lisman es forense en el condado de Luzerne, en Pensilvania. Este condado es oficialmente “el lugar más infeliz de América”. Durante años ha podido ver numerosas muertes causadas por sobredosis de medicamentos recetados. En su opinión, la situación es bastante simple: “Tenemos mucha gente que no está contenta con la vida. Las personas que usan drogas buscan una vía de escape”.
El porqué de la infelicidad
Thomas Friedman: “Vamos a ver un nuevo conjunto de ocupaciones e industrias girando en torno al corazón, a la conexión de unas personas con otras”. Thomas Friedman de The New York Times en el programa Tucker Carlson Tonight
Si fuéramos como las ratas, sería muy sencillo ser felices. Las ratas están más que satisfechas con bolas de colores, una buena comida y buena compañía. Los seres humanos ya contamos con esto y más. La vida nos ofrece todo tipo de posibilidades para el entretenimiento, hay abundancia de alimentos y también tenemos gente a nuestro alrededor. Sin embargo, muchos de nosotros damos de lado todo esto y nos aislamos. ¿Por qué nos estamos distanciando unos de otros? ¿Por qué hay tanto odio entre nosotros cuando podríamos vivir felices para siempre en “Humanilandia”? Solamente hay una respuesta: el ego.
La estructura de los deseos humanos es única. El resto de los animales simplemente busca satisfacer sus necesidades. Cuando tienen suficiente comida para sustentarse y un refugio para sus crías se sienten tranquilos y satisfechos. Pero en lo que respecta a nosotros, cuanto más tenemos, más queremos. Más allá de sustento y reproducción, anhelamos poder, fama, conocimiento y honor. Un sustento no es suficiente: queremos superioridad. En 1998, The Journal of Economic Behavior & Organization publicó una investigación realizada por los profesores de economía en la Universidad de Harvard David Hemenway y Sara Solnick. En su trabajo de investigación, titulado “¿Más es siempre mejor? Un estudio sobre la relevancia de los posicionamientos”, Hemenway y Solnick concluyen que muchas personas prefieren recibir un salario anual de 50.000 dólares cuando otros están ganando 25.000, en vez de ganar 100.000 dólares al año si hay otros ganando 200.000. En otras palabras, siempre y cuando tengamos cubiertas nuestras necesidades básicas, lo que nos importa no es si somos ricos o no, sino si somos más ricos que los demás.
Nuestra envidia y animadversión hacia los demás nos conectan, ya que constantemente nos estamos comparando con otros; y nos alienamos porque no queremos vincularnos con ellos, sino sentir superioridad. De este modo, el ego corrompe nuestras relaciones con los demás. Si pudiéramos librarnos del ego, nos sentiríamos tranquilos y satisfechos, pero básicamente nos estaríamos comportando como ratas: conformándonos con comida y refugio.
No podemos ser como las ratas. El ego es el motor de nuestra evolución, el motor del progreso. Nuestros sabios nos dicen en El Midrash (Kohelet): “Uno no deja este mundo con la mitad de sus deseos satisfechos. Aquel que tiene cien, quiere doscientos, y aquel que tiene doscientos quiere cuatrocientos”. Como demuestra la investigación que acabamos de mencionar, nuestros egos han crecido hasta el punto de no conformarse con tener más: quieren tener más que otros. Peor aún, a menudo disfrutamos causando daño a otras personas por el mero placer de lastimarlas. Ningún animal se complace en causar dolor sin sentido, solamente los humanos.
Uno de los pioneros en la investigación del uso indebido de drogas, el profesor Peter Cohen de la Universidad de Amsterdam, subraya que las personas tienen una profunda necesidad de vincularse y crear conexiones, así es como obtenemos satisfacción. Cuando el ego corrompe nuestras conexiones, destruye nuestra mayor fuente de satisfacción: nos hace aborrecer el contacto humano. Pero a la vez nos aterra estar solos.
Desarmando el perjuicio del ego
Como dijo el Sr. Hari en su artículo: “Si realmente asumimos esta nueva historia”, que la adicción no está causada por la química sino por el aislamiento de las personas, “tendremos que cambiar algo más que la lucha contra las drogas. Vamos a tener que cambiarnos a nosotros mismos”. Volviendo de nuevo a Thomas Friedman, en una entrevista con Tucker Carlson en el programa Tucker Carlson Tonight, el Sr. Friedman dijo respecto a la amenaza que representa la escasez de un puesto de trabajo permanente y los retos que esto plantea: “Primero trabajamos con nuestras manos, después se trabajó con la cabeza, y ahora vamos a trabajar más con el corazón. (…) Creo que conectar a la gente entre sí será un trabajo inmenso. (…) Creo que los mejores trabajos serán puestos en los que se trabaje de persona a persona. Vamos a ver un nuevo conjunto de ocupaciones e industrias girando en torno al corazón, a la conexión de unas personas con otras”.
Friedman tiene razón. Ya en 2013, el Instituto ARI publicó el libro The Benefits of the New Economy: Resolving the global economic crisis through mutual guarantee. Sus autores, entre los cuales se encuentran algunos de mis estudiantes, afirmaron que “ahora es preciso un cambio de conceptos y valores, pasar de unas relaciones basadas en el poder a otras basadas en la solidaridad y la cohesión social. La conexión entre las personas es el tema a abordar en la agenda pública. La economía está dirigida exclusivamente a apoyar y mantener la conexión entre las personas”.
En los últimos años, el movimiento Arvut (solidaridad mutua), también fundado por mis estudiantes, ha estado llevando a cabo con un éxito rotundo por todo el mundo mesas redondas y sesiones de círculos de conexión. Estas dos técnicas sobre las que hablo ampliamente en mi libro Completing the Circle, son la aplicación del principio descubierto por Abraham el Patriarca y perfeccionado por sus descendientes y discípulos: “El odio despierta contiendas, y el amor cubre todas las transgresiones” (Prov 10:12).
En pocas palabras: no tratemos de aplastar el ego ni de suprimirlo; cubrámoslo con amor y nos elevará a nuevas cotas. Los autores de El libro del Zóhar sabían esto y escribieron: “He aquí, cuán bueno y agradable es que los hermanos se sienten juntos. Estos son los amigos, que se sientan juntos, y no están separados unos de otros. Al principio, parecen personas enfrentadas, deseando matarse unos a otros. Luego, vuelven a estar en amor fraternal. Desde ese momento, tampoco vosotros os separaréis (…) Y por vuestro mérito habrá paz en el mundo” (El libro del Zóhar, Ajarey Mot).
Aunque estoy encantado de que la gente por fin se dé cuenta de que el aislamiento social es nuestro mayor problema y que debemos aprender a conectarnos unos con otros, también me temo que estamos reaccionando demasiado lentamente. A menos que nos apresuremos, la gente llegará a tales niveles de violencia (y ya está subiendo vertiginosamente) que nos será imposible evitar una catástrofe social, o incluso una catástrofe global. Cuanto antes nos demos cuenta de que debemos empezar con una educación generalizada para la conexión, más posibilidades tendremos de implementar el cambio en nuestros trabajos y conexiones sociales con celeridad, fácil y apaciblemente.