El temor en el Reino Unido acerca de tres jóvenes británicas que podrían haber cruzado la frontera turco-siria para unirse a las filas del Estado Islámico debería ser un motivo de reflexión para todos. Y cuando digo “para todos”, no me estoy refiriendo a ningún grupo étnico, país o continente en particular. Me refiero a toda la humanidad: a todo ser humano lo suficientemente preocupado como para reflexionar sobre quiénes somos, en qué nos hemos convertido y, sobre todo, cómo queremos continuar.
La mayoría de los que están uniéndose a las filas del Estado Islámico, Al-Shabab u otros grupos terroristas, son jóvenes, en muchos casos incluso adolescentes. Pero para entender por qué hay individuos jóvenes y brillantes que llegan a la radicalización, deberíamos examinar el contexto social que rodea a la juventud de hoy.
Cuál es el problema
Los jóvenes actuales se enfrentan a una situación imposible de conciliar: la sensación de soledad dentro de una gran interconectividad. Por un lado, están tremendamente conectados unos con otros, cada uno con varias cuentas en distintas redes sociales, y con acceso a una ilimitada cantidad de información no contrastada que circula por internet; a esto hay que añadir un escaso control por parte de padres y educadores, así como el fácil acceso a valiosos recursos esenciales.
A pesar de esta intensa conectividad, de este incesante flujo de comunicación entre ellos, los jóvenes de hoy a menudo se sienten solos, apartados, llegando incluso a sentir hostilidad hacia la sociedad que les rodea. Los psicólogos Jean M. Twenge y Keith Campbell describen a los jóvenes de nuestra generación como “cada vez más narcisistas”. Su libro, “La epidemia narcisista: vivir en la era del derecho propio”, aunque está basado en los jóvenes americanos, creo que es representativo de lo que le ocurre a los jóvenes occidentales en general. En él, explican que actualmente “Estados Unidos sufre una epidemia de narcisismo”, y lo que es peor: “se está agudizando el auge del narcisismo, y en pleno siglo XXI las cifras aumentan a un ritmo mucho mayor que en décadas pasadas”.
Vemos entonces que, por un lado, la necesidad humana de conectar y crear vínculos impulsa a los jóvenes a acercarse unos a otros. Pero por otro lado, cada vez están más centrados en sí mismos, en una especie de aislamiento que provoca un rechazo entre ellos. Esa disyuntiva imposible les impulsa a alejarse físicamente unos de otros al mismo tiempo que, en las redes, recortan las distancias entre ellos. Esta situación no les permite disfrutar de una verdadera conexión, pero tampoco de un aislamiento efectivo (como comprobamos con el impacto que el ciberacoso tiene en adolescentes). De modo que, en vez de poder gozar de privacidad y conexión, con frecuencia los jóvenes sienten que no tienen ni lo uno ni lo otro.
La imposibilidad de conciliar estas tendencias divergentes provoca frustración en nuestros jóvenes, y esto a menudo los lleva a la agresividad y el distanciamiento con los demás. Su existencia les parece vacía, y es entonces cuando comienzan a intentar llenar ese vacío interior buscando en otros sitios. Y como es natural, acuden al medio más accesible para encontrar información: la web. En ese momento se vuelven carne de cañón para todo tipo de organizaciones en busca de jóvenes con ese grado de desesperación, y les prometen la entrada en el Paraíso si se entregan a la causa promovida.
Hacia una solución
Como primer paso, es preciso concienciar a los jóvenes sobre los riesgos que conlleva contactar con algunas organizaciones vía internet y cuáles son los fines que persiguen. Acto seguido, ofrecer una verdadera solución para ese vacío que les condujo hasta los rincones más oscuros de la red.
No obstante, el verdadero cambio llegará cuando los jóvenes comprendan el sistema en el que viven. Necesitan saber acerca de las fuerzas que están provocando la separación entre ellos. Necesitan entender que su aversión a la intimidad emocional es algo natural y que proviene de un impulso sobre el que no han tenido elección alguna. Necesitan sentir que pueden aceptarse por ser quienes son. Pero al mismo tiempo, necesitamos hacerles ver que sin una sociedad, sin unos verdaderos amigos, nunca llegarán a ser felices.
Nuestra dependencia de la sociedad es algo bastante sencillo de demostrar: preguntemos a la gente joven qué es lo primero que hacen cuando les ocurre algo interesante y prácticamente todos dirán “compartirlo en las redes sociales”. Lo único que la gente necesita es empatía y calor humano. Y si logramos mostrarles que ese es el motivo detrás de muchas de sus acciones –también de las desesperadas–, empezarán a prestarles mucha más atención.
Asimismo, debemos asimilar que la gran interconectividad del mundo de hoy va en aumento, pero al mismo tiempo también crece el egocentrismo. Por consiguiente, las dificultades que atraviesan los jóvenes solo van a agudizarse a menos que encontremos una nueva manera de conectarnos; una manera que concilie a ambos: el egocentrismo con nuestra interdependencia.
Para ello, necesitamos comprender que tenemos que empezar a relacionarnos no sobre la base del egoísmo, sino con empatía. En ese sentido, Nick Clark publicó una entrevista en The Independent con el cosmólogo y físico teórico británico Stephen Hawking: “La agresividad es el primer defecto humano que yo corregiría. Puede que fuera útil durante nuestra etapa en las cavernas para lograr más comida, marcar el territorio o conseguir una pareja con quien reproducirse; pero hoy en día amenaza con destruirnos a todos”. La cualidad humana más valorada por el científico era la empatía: “hace que nos acerquemos unos a otros en una manera afectuosa, pacífica”.
En Israel, lugar donde resido, existe una organización llamada Arvut (solidaridad mutua) que ha puesto en marcha un método que permite debatir los temas más delicados: la Mesa Redonda. Este método se centra precisamente en la empatía. En una Mesa Redonda la gente debate los asuntos políticos y sociales más espinosos, pero lo hacen de tal modo que surge un clima de calor y entendimiento, incluso cuando una hora antes los asistentes se confesaban enemigos acérrimos.
En Eilat, enclave turístico en el sur de Israel, el movimiento Arvut organizó círculos donde las personas –judíos, cristianos, musulmanes, religiosos y laicos– se sentaron en un clima de libertad y entendimiento dando lugar a círculos llenos de calidez y cercanía. La experiencia de la empatía humana es capaz de eclipsar prejuicios y sospechas, de ofrecer un futuro esperanzador a la humanidad.
Lo que acabamos de describir es solo uno de tantos esfuerzos orientados a generar empatía y cercanía entre personas. No obstante, si queremos que esos esfuerzos rindan fruto, debemos recordar que no estamos uniéndonos para pasar juntos un buen rato en armonía, sino para generar un cambio esencial en nuestra percepción. Hasta ahora nos ha dominado la perspectiva del “yo”, y sobre ella precisamente debemos instalar una nueva percepción: la del “nosotros”. Una vez instaurada esta nueva percepción, la hiperconectividad y el individualismo no volverán a entrar en conflicto, sino que convivirán de manera natural en nosotros.
Una persona que ha amplificado así su percepción de las cosas, capta la vida de una forma totalmente distinta. Cada una de sus acciones y decisiones adquieren una nueva razón de ser, de manera natural las preguntas sobre el sentido de la vida desaparecen. Y cuando son varios los individuos que desarrollan esta actitud dentro de una comunidad, ya es posible ejercer una influencia positiva sobre el resto de miembros de la comunidad. La clave para el éxito es recordar que la vida de hoy requiere de nuestra unidad; recordar que, aportando nuestra singularidad como herramienta para la mejora de la sociedad, no solo estamos encontrándole un sentido a la vida, sino que además estamos colaborando con nuestras comunidades, que a su vez velarán para que continúe el buen uso de todas nuestras capacidades. Por muy pequeña que sea la comunidad que lo ponga en práctica, sus integrantes lograrán transformar sus vidas. Ahora imagina todo lo que sucedería si esta actitud se extendiera a toda la humanidad.