Según datos del Centro Nacional de Estadísticas de Salud de CDC, el año pasado hubo un aumento de casi el 30% en muertes por sobredosis de drogas, el 75% de los cuales se atribuyó a los opioides. Según los datos, las muertes por sobredosis de opioides, aumentaron casi un 40%, sólo el año pasado.
Estas estadísticas alarmantes son, con mucho, las peores entre los países, pero EUA no está solo en su crisis. Durante aproximadamente el mismo período de tiempo, el uso de opioides entre adolescentes, en Israel, se disparó, acompañado de un aumento en las llamadas a los centros de ayuda emocional.
Ni en EUA ni en Israel, el problema es el uso de opioides per se, sino la sensación de inutilidad que lleva a jóvenes y adolescentes a tratar de escapar de la realidad. Hoy, cuando la gente tiene todo lo que necesita en cuestiones materiales, las preguntas sobre el significado de todo, se vuelven cada vez más conmovedoras.
Esto es cierto, no sólo para adolescentes y adultos jóvenes, también para sus padres. De hecho, parte de la razón por la que no pueden responderse a sí mismos la pregunta sobre el sentido de la vida, es porque sus padres tampoco saben la respuesta y están igual de perplejos. Como los padres no pueden dar respuestas, los niños siguen frustrados.
El abuso de opioides es sólo una faceta del problema. En verdad, mires donde mires, la gente está infeliz, deprimida, enojada y frustrada. Por eso, muchos recurren a los extremos para encontrar sentido: fundamentalismo religioso, deportes extremos, violencia y abuso de sustancias.
Por eso, la solución no radica en un enfoque particularista de la sobredosis de opioides. Debe haber un sistema integral que informe sobre la realidad cambiante y enseñe cómo lidiar con ella.
Este sistema debe comenzar en la primera infancia y seguir hasta bien entrada la edad adulta. La gente debe ubicarse en círculos sociales que le de apoyo, calidez, simpatía y empatía. La relación con el grupo debe ser extensa y seguir, a lo largo de la vida, dando una base en la que apoyarse y crecer.
Gradualmente, la gente comenzará a desarrollar nuevos valores. En lugar de buscar significado y satisfacción derivados de metas egoístas, encontrará significado en sus relaciones recíprocas. Comenzará con el grupo que acabo de mencionar y se desarrollará desde allí a círculos cada vez más amplios.
Del otro lado de la crisis, está una nueva sociedad, conectada y solidaria. Pero, llegar allí, requiere atravesar una cueva estrecha, donde la luz del otro extremo es tenue y errática.
El dolor que lleva a la gente a los opioides y a otras formas de escape, es resultado de la presión de estar en el proceso de cambiar de un mundo a otro. Por un lado, los placeres del viejo mundo ya no dan la alegría que alguna vez dieron; por otro lado, aún no se descubre el placer de sentir a los demás. Como resultado, se siente “atrapada en una cueva” y desesperadamente, busca escapar.
Pero, no es mala señal que la gente se sienta mal; es un signo de cambio, de crecimiento. En el otro extremo de la cueva, está la luz de una sociedad conectada y solidaria. Si seguimos y no nos damos por vencidos a mitad de camino, llegaremos rápido a la luz. Si nos retrasamos, la realidad nos empujará por la cueva, hasta que lleguemos al otro lado, sangrando, magullados y maltratados.
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