Últimamente se ha hablado mucho de la brutalidad policial. Este tema siempre ha estado presente, pero con las crecientes tensiones raciales en EUA, cada incidente parece hacer titulares y suscitar protestas, a menudo, sin importar las circunstancias.
Para ser claros, reunirse para protestar es un derecho protegido por la Primera Enmienda y también lo es la libertad de expresión. El problema de la protesta empieza cuando se usa brutalidad civil contra otros civiles y contra la propiedad privada y pública.
Cuando la Primera Enmienda habla del derecho a manifestarse, afirma claramente «el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente». Pero cuando una protesta y no es pacífica, cuando se destina a intimidar, abusar, destruir la propiedad y herir gente, en mi opinión, la policía debe interferir, disolverla y restaurar la ley y el orden.
En el actual «período de apertura» contra la policía, ésta pierde legitimidad aún ante sus propios ojos, pues los oficiales ya no sienten que están representando el interés del público. Si queremos caos, ese es el camino a seguir. Pero si es lo que queremos, no debemos quejarnos si anarquistas y gamberros destruyen centros de las ciudades, perturban, por meses, la vida de decenas de miles de personas sin ningún castigo, destrozan tiendas y queman negocios sin razón aparente y convierten la vida de la gente en un infierno. Para aquellos que ya han sido afectados por la mutilación de la policía, les tomará años recuperarse, si es que lo hacen. Si la tendencia actual continúa, EUA caerá en la anarquía y los 330 millones de estadounidenses sufrirán.
Si quieren mejorar las cosas, tiene que ser con una deliberación positiva. Pero primero, se tienen que dar cuenta de que EUA es un país en el que todos tienen un lugar; es un país de diversidad. Eso, de hecho, es su belleza. Actualmente, lejos de estar orgullosos, todos tratan de hacer que «su propia clase» sea dominante. Así que lo primero que la gente debe entender es que todos son parte de un sistema, un país. Cada facción tiene necesidades y deseos, pero las facciones se complementan y no se anulan mutuamente. Hasta que la gente desarrolle ese estado mental, puede empezar a deliberar constructivamente.
Cuando estén de acuerdo en que el país le pertenece a todos sus ciudadanos, podrán tener desacuerdos, discutir e incluso odiarse, siempre y cuando haya un sentido general de pertenencia a un país, «una nación bajo Dios», para citar su juramento de lealtad. Con esta unidad en mente, los debates, por muy feroces que sean, fortalecerán la unidad de la nación y enriquecerán a su pueblo con nuevas perspectivas. Las disputas no están destinadas a ser resueltas porque la diversidad es el motor de desarrollo y progreso. Cuando las abrazamos, crecemos. Cuando las rechazamos, nos marchitamos.
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